Al día siguiente, Heinhää dio la orden de que se mandara una invitación en nombre de Iliene a cada reino del norte sin excepción alguna. Redactándoles en la carta que había nuevos territorios cerca de sus dominios y que les proponía el hacer tratos con ellos. Lo que los reyes y reinas de los demás dominios no sabían, era que Heinhää había dicho explícitamente que en la invitación no mencionasen que los demás soberanos estaban invitados.
Así pues llegó el banquete, y al menos la mayoría de ellos aceptaron; como lo fueron los reinos de Gatar, Joler, Yufdet e Ioley.
Todo estaba preparado y la primera comarca en llegar fue la del Rey Trwet. Iliene le había comentado a Heinhää que aquel hombre era de los más importantes, porque su Ioley también se caracterizaba por su comercio. Más aún porque comerciaba con los reinos del sur. Ella sabía que Trwet vendría, porque hacía tiempo que Iliene había visitado aquella ciudad y cuando lo hizo, el rey no desaprovechó la belleza que le caracteriza. Claro que querría volver a verla.
Y en efecto, los caballos se detuvieron dejando que los soldados le abriesen la puerta. Del carruaje increíblemente ostentoso bajó un hombre de mediana estatura, con barba burda y con aire de soberbia. Después bajó su esposa junto con sus cinco hijos. Tres varones mayores y dos gemelos recién nacidos.
-Pasen mis señores-invitó un soldado de edad madura, pero increíblemente atractivo. En el patio estaba Iliene y los demás residentes del castillo esperándolos. La joven llevaba un vestido ligero y traslúcido que resaltaba sus pechos erguidos. Había algo extraño en el ambiente, algo que sólo sientes en un burdel. Todos los que allí estaban eran a sobremanera atractivos y despedían un aura de sensualidad que embargaba a cualquiera.
-Es un honor recibirlos-dijo apenas los vio. Parecía que aTrwet le echaban llamas de los ojos.
-Es un honor verla después de...tanto tiempo-respondió el Rey.
Ulmina, la esposa de Trwet estaba al tanto de las aventuras que su marido había tenido con Iliene, pero acostumbrada ya a este hecho no le dio la menor importancia. Al fin y al cabo seguía siendo la reina y en breve tendría nuevos territorios. Sin embargo algo le daba mala espina. Si no fuese tan escéptica habría jurado que al ver sonreír a Iliene unos colmillos asomaban por entre sus labios.