Las mesas relucían con la vasija más costosa y fina. A medida que pasaba el tiempo fueron llegando los demás invitados; Gatar, Yufdet y el último monarca en aparecer fue el del reino Joler. Y se trataba nada más y nada menos que de Jolestine, quien le dio el nombre a aquella ciudad. Era una mujer anciana, con el cabello cano sujetado sobre la cabeza, resaltando su rostro arrugado que alguna vez fue hermoso.
Ulmina se asomó por la ventana mientras arrullaba a sus gemelos.
-Querido...-murmuró ella.
-¿Qué quieres mujer?-respondió Trwet de mala gana.
-Creía que sólo te había invitado a ti-replicó Ulmina.
El hombre, desviando tan solo un poco la vista del espejo, bufó.
-Ha de ser un pormenor, no molestes. Vamos, ya es hora de bajar.
Ulmina quiso replicar, pero prefirió guardar silencio.
-Bajo en un momento querido, Ulmer y Trim deben tomar la siesta-se excusó ella.
Trwet se encogió de hombros con indiferencia y salió de la habitación.
El banquete se sirvió con generosidad. Los platos iban de aquí a allá. Al principio cuando los monarcas de los distintos reinos se encontraron por primera vez en el patio central, se sintieron confundidos, pero apelando a su fina y fría educación se limitaron a saludarse cortésmente.
-¿Dónde está la joven reina?-inquirió Jolestine, acomodando su pomposa falda en el asiento. El rey de Gatar: Rengt se removió, inquieto. Era el único de los presentes que mostraba su incomodidad.
Pero su pregunta fue pronto respondida por los pasos seguros de Iliene, quien caminando con la frente en alto se postró frente al trono que se encontraba entre las dos mesas.
-Buenos días mis honorables invitados. Sé que pueden sentirse un poco confundidos, si no es que ofendidos. Pero la verdad es que todos ustedes han sido invitados, porque hoy señores, hoy es un día especial.
Pausó sólo para que fueran procesando sus palabras.
-Hoy es el día que cambiaremos el futuro de nuestras tierras.
-¿Qué pasará con los territorios que prometiste? ¿Alcanzará para todos?-inquirió Jolestine.
Iliene esbozó una maléfica sonrisa.
-Oh querida, habrá más de lo que nunca han ganado con batallas o convenios.
Y con esto dio media vuelta, pero para sorpresa de todos, se sentó en la silla más próxima, no en el trono. Porque detrás de éste salió una figura esbelta y alta.
La inquietud comenzó a crecer.
-Y por eso señores los he traído aquí hoy.
-¿Pero qué?-dijo Trwet con intenciones de levantarse de su asiento. Pero la madera se convirtió en una flexible mezcla que lo mantuvo sujeto en su sitio, a él y a todos los demás.
-Nunca dije que podían levantarse-dijo Heinhää con suavidad.
-¡Exijo saber que ocurre! ¡No es nadie! ¿Cómo se atreve?
De pronto sintió unas manos acariciándole el pecho por detrás. Al girar la cabeza se encontró con la mirada salvaje de Iliene.
-¿No es lo que siempre quisiste mi rey? Tener más poder del que jamás te creíste capaz-inquirió acercándose a él. Trwet intentó apartarse, pero había algo en los ojos de la joven que lo atrapaban y lo aterraban al mismo tiempo.
Iliene unió su boca con la del atemorizado monarca, que al sentir la esencia trepando por su ser quiso gritar. Aferró las manos a los respaldos de la silla y con las uñas comenzó a rascar, hiriéndoselas, arrancándoselas. Quería morir, pero estaba atado desde ese momento y para siempre a algo más poderoso que la vida y la muerte.
Entonces los siervos y las mucamas se acercaron. La lujuria y el deseo por lo prohibido parecían cubrirlos más que aquellas traslúcidas túnicas. Tocaron el pecho de los reyes y los muslos de las reinas. Los hicieron gritar de terror y fascinación, para cuando lograron posesionarse por completo de ellos no eran más que nuevas marionetas para Heinhää. Quien observaba todo con el mínimo interés.
Era un escenario tétrico. Jolestine murió, incapaz de compartir su cuerpo con algo tan poderoso. Sin embargo los demás estaban vivos y listos para seguir las órdenes de su nueva reina.