Cuando Okono despertó, sólo logró distinguir formas. Estaba mareada y desconcertada, como entrando en razón de que seguía viva. Sin embargo los minutos pasaron y la muchacha pudo acostumbrarse a la luz del día que iluminaba consigo los rasgos de la persona que la acompañaba.
Al principio pensó que era una ilusión, que su memoria le jugaba malas pasadas, o que tal vez estaba muerta. Pero era lo que menos quería, porque de ser así, él también tendría que estar muerto para que estuvieran juntos. Alzó la mano esperando acariciar puro aire. Empero las yemas de sus dedos rozaron con una piel suave, cálida, rodeada de un aroma que conocía bien. Trató de enfocar la vista mejor y sacarse del error, pero no estaba equivocada.
La persona que la observaba con profundo cariño era la misma que había vivido con ella los últimos once años de su vida. Y de quien secretamente siempre había estado enamorada: Sato
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Una vez que hubo recuperado fuerzas y ya no sentía dolor, la reina fue capaz de hablar con el joven de los ojos dorados.
-Conoces la profecía, sabes que son dos guerreras y por lo que parece...-titubeó antes de continuar, recordando lo que había sucedido horas atrás-. Ya han comenzado a pelear. Esto nos ha servido para saber dónde se encuentran. Pero debes apresurarte, a estas alturas ya estarán cruzando el lindero más allá para las costas y si toman un navío antes que tú, estás acabado. No podemos dejarlas escapar tan pronto. Deben morir.
-Pero...mi señora...aún no sabemos quién es quién. Podríamos matarlas a ambas, pero eso implicaría arriesgarnos a perder la clave que nos otorgaría el Deltaff.
Heinhää desvió la mirada.
-¡Entonces encuéntralas y róbales las esencias!...pero por favor-dijo suavizando la voz-. No permitas que asesinen a más de los nuestros.
El joven asintió y tras darle un suave beso en la mano salió a cumplir su misión
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Okono intentó incorporarse, pero estaba tan débil que los antebrazos no le respondieron, incapaces de soportar su peso. Sato la tomó entre sus brazos y la recargó en su pecho.
La muchacha quiso hablar tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Por qué Sato estaba allí con ella? ¿Cómo la había encontrado? ¿Se quedaría? Todo era una maraña de emociones, pero acababa de salir de un momento de mucha presión y adrenalina. Por ello no podía esforzar su mente demasiado.
-Tranquila, cuando te recuperes hablaremos y prometo aclararte todas las dudas. Ahora debes descansar.
Y así fue.
Aunque tardó más de lo que Okono hubiese deseado. Sin embargo para cuando se sintió lo suficientemente bien para caminar, Sato ya los había alejado de aquella maldita ciudad. El muchacho, haciendo honor a lo brillante que había sido siempre, logró construirles un refugio decente escondido entre la maleza de los pantanos.
Una noche que cenaban al calor de una fogata Sato se decidió a hablar.
-De seguro te preguntas cómo es que te encontré. Pero la verdad es que no lo hice-hizo una pausa para después continuar-. Las he estado siguiendo desde que salieron del monasterio. A ti y a tu hermana.
Fue entonces cuando Okono cayó en cuenta de que llevaba varios días sin saber de su gemela.
-¡Sansce!-exclamó con temor en la voz-¿La viste salir? ¿Está viva?
Sato se encogió de hombros, preparándose a sí mismo para darle la noticia.
-Al salir, el caos reinaba en toda la ciudad. La noticia corrió como pólvora y todo el mundo hablaba de eso.
-¿De qué exactamente?-inquirió Okono.
-De la masacre. Alguien acabó con todos los soldados y con el rey. Y estoy seguro que ése alguien fue Sansce.
Okono se incorporó tan repentinamente que una punzada de dolor la hizo volver a acostarse.
-¿Los mató? ¿A todos?
Sato asintió.
-A cada uno de ellos. Después huyó, pero no pude ver dónde. Nadie lo hizo.-comentó el joven con pésame.
Okono se quedó en silencio. Digiriendo aquellas palabras tan duras y que no coincidían con la tranquila y amorosa Sansce.
Pero comprendió que nadie era el mismo una vez que la guerra había comenzado