Pablo.
—¿Ya vamos a llegar? —pregunta por décima vez el imbécil de Austin, quien hace una cara de quererse morir por estar tan apretado.
Mamá que está en el asiento del copiloto le dedica una mirada para que haga silencio, Santiago lo mira con molestia mientras conduce, y Mateo sigue ignorándolo, como en todo el viaje.
—¿Mamá, ya llegó el trasteo? —pregunto, ella me mira y asiente.
—Está mañana me llamaron para decirme que llegó y mi jefe me hizo el favor de recogerlo —Frunzo el ceño, ¿cómo que jefe?—. A ver celosos —bufo, mientras me recuesto en el asiento —, mi jefe resultó ser mi vecino y pues me hizo el favor para que los del trasteo no me fueran a dañar nada. Entonces no se quejen que, donde les hubieran dañado algo de ustedes, me hacen el drama del año.
Nos quedamos callados, para que negar lo que es obvio.
—Espero que no sea un viejo que se enamore de su secretaria — habla Santiago y este se ve molesto.
Todos los cuatro cuidamos y protegemos bastante a mamá, además de ser todos hombres y ella la única figura femenina con la que convivimos siempre.
Ella es una mujer hermosa y no lo digo porque sea mi madre, sinceramente lo es, se parece mucho a mí físicamente. Ella a sus cuarenta y tres años está muy conservada, y me enorgullece saber que es una mujer trabajadora y dedicada a su casa. Pese a todo lo que vivió con nuestro padre, ella siempre tiene una sonrisa en su rostro.
—Les aviso de una vez —Nos mira y nos señala a Austin y a mí —. Mi jefe tiene hijas, son muy bonitas y son de sus edades. Entonces les pido encarecidamente, que si van a jugar con ellas, como siempre lo hacen— aclara—, ni se les acerquen —Austin y yo nos reímos.
La advertencia viene en especial para nosotros, porque vendríamos a ser los anti-relaciones de la casa. Sin embargo, sabemos apreciar la belleza de una mujer.
Santiago viene acabando una relación, cosa que lo tiene algo alejado de esos temas, y Mateo... Pues digamos que en términos del amor nunca lo hemos sabido clasificar.
—Mira es esa casa—Mamá le señala a Santiago, y él estaciona el auto. Austin inmediatamente sale del auto y se tira al piso.
—¡Por fin!—chilla esté revolcándose en el pasto, yo me río mientras me bajo.
—Este no es mi hijo—mamá se tapa la cara bajándose del asiento del copiloto, y empieza a caminar hasta la entrada de la casa.
— ¿¡Me acabas de negar!? —Levanta su cara, lanzándole una mirada incrédula, la cual ella no ve porque no detiene su caminata.
—Si, eso hice, Austin.
Nos partimos de la risa con Santiago y vamos con mamá, Mateo ayuda a levantar a Austin y nos alcanzan. Cuando mamá está abriendo la puerta, alguien dice su nombre.
—Elena—Volteamos y vemos a un señor algo mayor. Él tiene sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón beige que tiene anchos, y nos regala una sonrisa—. Me alegra que llegaron bien.
— Si, fue un viaje largo pero valió la pena —Le contesta mamá, amablemente. —. Mira, Mark, estos son mis hijos. Mateo, Santiago, Austin y Pablo —Nos señala a uno por uno —Hijos, él es mi jefe, Mark Jones.
El señor Mark nos da la mano a uno por uno, al llegar a Santiago este le da una mirada muy fría, ya que mi hermano mayor es el que más cela a nuestra mamá. A pesar de eso, no hace nada grosero para el señor.
Su cabello negro el cual esta perfectamente peinado, me hace saber que es alguien que se toma en serio el como se ve. Sus ojos cafés son de esos que ves por todas partes, y en general tiene una cara común. Altura, considerable y un físico donde por lo menos se sabe que hace ejercicio de vez en cuando.
—Los quería invitar para que vayan a cenar esta noche a nuestra casa —ofrece—. A parte sé que ustedes empezarán el instituto y sería bueno que conocieran a mis hijas, ya que estudian en el mismo.
—Sí claro, más tarde vamos —acepta Elena.
Nos despedimos de él y entramos a la casa. Al hacerlo, lo primero que nos encontramos es el pasillo que nos lleva a las escaleras, al lado izquierdo está la sala que por lo visto es bastante grande. Al lado derecho está la cocina, tiene unos cajones negros arriba y abajo, un mesón largo y una isla muy bonita.
El problema principal es que todo está lleno de cajas, que nos estorban.
—Van a tomar caja por caja y me las van hacer a un lado con mucho cuidado. No sé en cual dejé la loza y pobre de ustedes si me la dañan —advierte.
—Mamá, no confías para nada en nosotros —dice Austin, quien toma la primera caja. Pero como siempre, el destino de mi hermano menor, no es callar a mamá. Su pie tropieza con una de las cajas, la cual suena algo raro.
—¡Austin! —grita —. Miren todos hagan a un lado las cajas y pierdanse.
—Pero debemos ayudarte —le responde él.
—Y me van ayudar —lo mira amenazante —, pero desapareciendo.
Hacemos las cajas a un lado y ella se va para el lado de la cocina, dejándonos solos a los cuatro.
— ¡El que primero que llegue escoge qué habitación quiere! —grita Austin. Miro a Santiago antes de poder empezar a subir las escaleras, para tomar la habitación.
El imbécil de Mateo ni se preocupa por competir y más bien, se marcha por donde se fue mamá.
Empujando a Santiago y jalando a Austin, trato de llegar de primeras, pero como era predecible, es Austin.