Narrador Omnisciente.
En la casa de los Collins se encontraban Aina y Aitana, ellos también querían saber porque la actitud de sus hermanas mayores. Los cuatro como si fueran amigos de toda la vida, estaban hablando de las suposiciones y teorías de lo que ocultaba Mateo. Las Jones les contaron sobre lo que pasó en la heladería y la actitud extraña de Layla.
—Saben, me pregunto cómo se conocieron, eso que de un intercambio no me lo trago —empezó a comentar Pablo.
—Es verdad, aparte ¿Cómo es que conociendo a Layla no nos conocía?
—Tal vez se hizo el tonto sobre conocerlas. Hizo creer que no y al final de cuentas si las conocía. ¡Es más! ¡Sabe sus más oscuros secretos! —dramatizó Austin, a lo que Aina se lo tomó en serio y algo de temor le dio, Pablo y Aitana pusieron los ojos en blanco.
Aina no tenía secretos en lo que cabe, solo le daba vergüenza sobre las cosas que le hacía Gustavo. No sabría cómo su familia se lo tomaría y cómo la iban a juzgar ante su cobardía. Aitana no tenía nada que no supieran; lo de Maro era algo que se murmuraba, que nadie se atrevía a decirle algo era diferente.
Algo que diferenciaba a las gemelas de los Collins, es que ellos no tenían secretos. Con cada mujer con las que habían estado, todo el mundo se había enterado de sus aventuras. Porque no eran mujeres que se callaban, al contrario, eran personas que lo decían muy en alto y como si estar con ellos fuera un logro.
—¿Qué tal si jugamos a revelar secretos? —propuso Austin.
Él pensaba en como matar el tiempo, para cuándo llegará Santiago hacerle un buen interrogatorio.
—Sí, me parece —afirmo Aitana.
El juego empezó, todo como siempre empieza muy bonito, pero las sorpresas llegaron.
¿Qué cosas interesantes habría que guardar entre aquellos cuatro individuos?
Se darían cuenta al final de la noche y el inicio del otro día.
A unos ya grandes metros, un auto se hacía presente en la carretera. La que estaba en la parte de atrás, estaba molesta y frustrada, le aterraba lo que fueran a descubrir y encima que su hermana supiera lo que ella no. ¿Qué tanta confianza le tenía Mateo a Layla? era su pregunta, lo que más le molestaba era que ambos le ocultaban cosas, por lado de Mateo no tenía que reclamar nada, pero su hermana mayor si. Solía decirle que las mentiras no llevaban a nada bueno, pero justo ahora presentía que tenía tantos secretos, que acabarían con la confianza.
Santiago como hermano mayor analizaba mientras veía por la ventana, desde el momento que Mateo se convirtió en alguien tan cerrado y se acordó de aquel niño de catorce años, que un fin de semana se quedó con su padre, desde ese momento fue realmente extraño. Detalles no podía encontrar, porque aquel fin salió con sus amigos, su madre había ido con sus hermanos menores a visitar a sus tías. El fin de semana se acabó, cuando llegaron se notaba un ambiente diferente entre los dos. Pero ninguno de la familia pensó que desde ese día Mateo se volvería en el misterioso de hoy en día.
Y Layla... Miedo y temor, no quería llegar, le daba temor saber que a lo mejor Mateo estaba en ese lugar con Jared, por ella, para terminar el trato. Cosa que ella no quería, se lo había prohibido, pero Mateo se aferraba a la promesa que había hecho años atrás y que seguía cumpliendo. Lo conocía hace tantos años, que el cariño que le tenía era muy grande. Además de eso, Mateo no sanaba y ella no quería que tuviera más mierda encima, menos si se trataba de la suya. Ahora que era su vecino, se veían todos los días y hasta muy tarde hablaban por teléfono y ya varias veces han salido con sus amigos —pero sin incluir a Santiago, cosa que la hacía sentir mal—. Lo que no se imaginaba es que Mateo se había contactado con Jared, solo le había dicho que él era compañero de su hermana menor.
—Van muy rápido —comentó Sofía preocupada. No solamente por ellos dos, sino porque ya era de noche y sabía que a su hermana eso le afectaba—. Si quieres, Santiago puede manejar.
—Cuando regresemos lo hace. Ahora no los podemos perder.
Su respiración era algo agitada, sabía que no le hacía bien manejar. Su mente le jugaba una mala pasada viajando al pasado. A la de aquella noche donde perdió todo.
—Layla...
—No te preocupes, Rubia. Si es donde creo, faltan unos cinco minutos. Resistiré —la cortó y le dio una sonrisa para tranquilizarla.
Luego de unos minutos y como predijo Layla, parquearon al frente de esa gran puerta y bodega, que conectaba ambas ciudades.
Mateo sabía que era lo correcto, sabía lo que tenía que hacer, se lo prometió a ella, y esa promesa que era cuidar a Layla. La hizo de pequeño y para él hasta el día que muriera no la pensaba romper. Tenía miedo, lo que hacía en ese lugar no era muy él, pero siempre se imaginaba que su enemigo estaba al frente de él y su estrategia funcionaba, le ayudaba a sacar toda la impotencia que sentía. Resentimiento. Los sentimientos negativos que se podían juntar cada vez que recordaba lo que le habían hecho.
—Recuerda, esto lo hacemos por ella. Dos peleas y ya Mateo, tenemos las pruebas —le explicó Jared, quien le ayudó a que se cumpliera cada cosa que hacía Mateo.