Aina.
Aina.
Siento mi teléfono sonar y salgo de la casa para contestar. No miro quien llama, solo contesto y al hacerlo se me revuelve todo.
—Pensé que me ibas a ignorar. Feliz cumpleaños, flaca.
—¿Qué quieres? —trato de sonar dura, pero fallo porque mi voz tiembla.
—¿No puedo llamar a mi ex novia a felicitarla? Que madura, Aina —cierro los ojos, yo no quiero escucharlo, pero tampoco tengo el valor para colgarle—. Déjale ese rol a Layla. De no querer saber de los ex novios luego que terminan.
—¿Perdón? —Me molesta mucho que esté metiendo la relación que tuvo mi hermana con el suyo.
—Si, ella es la inmadura que ni siquiera puede escuchar el nombre de Jeremy —se ríe, y escucho la voz de su madre a través de la llamada —¡Estoy ocupado no me molestes! —escucho que le grita.
—Mira si ya terminaste, adiós.
—¡Ni se te ocurra colgar! —grita y yo le hago caso—. Quiero recordarte el porqué terminamos, fue tu culpa que yo te engañara. Nunca me diste eso, Aina. Nunca hiciste nada por nuestra relación, siempre con tus idiotas pensamientos que virgen hasta el matrimonio. ¿Qué piensas que estoy castrado? No seas ilusa, eso no va a pasar. Entonces esperaré a que cumplas treinta años, para verte sola y virgen —retengo mis ganas de llorar—. Y acá se cuelga cuando yo diga —Cuelga de inmediato.
¿Por qué no puedo gritar?, ¿Porque aún siendo mi cumpleaños me hace sentir de está forma? Soy débil y lo sé, pero aún así quiero no serlo, sin embargo, la garganta siempre se me atá cuando quiero decir algo.
Nunca quise terminar con él, porque veo a alguien que solo necesita ayuda y necesita que estén para él. Vive un infierno en su casa. Si no soy empatía con eso, Gustavo estaría peor.
Cuando supe que me engañaba sentí mi corazón hecho migajas. Nunca esperas que la persona que más apoyas te engañe. Deje a un lado cada cosa mala; cada maltrato de su parte, hasta su agresión física. Nunca le conté a alguien lo que me pasaba —sigo sin hacerlo—. Sé que si le hubiera a mi padre, es capaz de todo y hasta con polícia de por medio hubiera resultado el asunto. Pensé que iba a cambiar, tuvo la idea errónea que iba a volver el mismo niño del que me enamoré, pero todo fue una ilusión, porque cada día se hace peor persona.
—¿Aina? —Me giro a espaldas, y Pablo me mira con preocupación —¿Por qué lloras?
Llevo mis manos a mis mejillas y las siento húmedas. No había notado que empezaban a salir. Estaba tan sumergida en mis pensamientos que no era consciente de lo que estaba haciendo mi cuerpo.
—Vamos —Toma mi mano y me lleva por detrás de la hacienda. Caminamos hasta los establos y me sorprendo que ayer con el tour que le hice, se acuerde —Distraigamos todos esos pensamientos que te tiene triste.
Llegamos hasta los caballos y él me ayuda a sacar el mío. Mi caballo es uno en el que siempre cabalgaba de pequeña con papá atrás. Su pelaje es blanco, con manchas negras, lo nombre chispitas. Empezamos a caminar con los caballos de la correa, hasta llegar a los corredores para ir a los prados.
—¿Qué tal una carrera? —me reta.
—Acepto —le digo, recuperando mi voz.
Algo que me gusta es que no deja de ser él. He notado que de ese modo es con todas las personas, en eso se parece a Austin; con todas las personas tiene esa esencia de coqueto y de amabilidad, aunque no niego que eso también me molesta un poco, parece caerle bien a todo el mundo y me pregunto que tengo que hacer yo, para también hacerlo. Porque por lo menos él tiene identidad propia.
Me subo rápido al caballo y partimos casi al mismo tiempo, con precaución corremos hasta las vallas que están a unos metros.
Veo la emoción y el empeño que pone al galopar el caballo.
Decir que no me parece guapo es falso. Vengo de terminar una relación, pero de que esté ciega no. Su cabello dorado, sus ojos azules y la manera que su cara se le ilumina al solo sonreír, me hace sentir en una mala escena de alguna película. Pablo llama mi atención y desde que llegó a la casa de al lado, nunca lo he podido dejar sencillamente como mi vecino.
— ¡No me vas a ganar! —grita y yo empiezo galopear, para que vaya más rápido el caballo.
Y como buena en la cocina, también en esto, le ganó a el engreído de Pablo. Quien se queda boquiabierto mientras se detiene a unos metros viéndome incrédulo.
—¿Qué se siente perder ante tu vecina? —Me burlo.
—Nada. Satisfacción al verte sonreír —lo dice con tanta naturalidad y como si eso fuera lo más normal del mundo.
Siento toda mi cara enrojecer, odio esos comentarios. Nunca los sé responder, y con Gustavo empeoré, antes decía así sea, gracias.
—¿Me puedes cantar?—Me escucho preguntando y él me mira sorprendido—. Es mi cumpleaños.
—Claro y por eso voy a obedecer todo lo que ordenes —dice con ironía.
—Si —aseguro.
—Está bien, señorita Jones —No se hace de rogar, y se baja de su caballo y lo amarra a un lado de la valla.
Luego camina hasta el mio y estira sus brazos. Lo miro algo desconcertada, pero luego entiendo que es para ayudarme a bajar. Confío en él, y sé que no me va a dejar caer. Y paso un pie y mi cuerpo queda en sus manos, con mucho cuidado me baja y nos quedamos viendo.
Pablo me hace sentir rara, pero no de forma fea, sino diferente y eso es lo que más me preocupa.