Narrador Omnisciente
Todos en aquel restaurante estaban con su boca callada, sin saber qué hacer en un situación tan incómoda, con esa.
Los dos ex de las Jones, estaban ahí parados.
Gustavo con ganas de enseñarle a Pablo, que él era el único para Aina. Claro que Pablo al ver que él llegó, se puso a la defensiva y por puro instinto busco a Aina dentro de las personas, la encontró consternada viendo a Gustavo, cosa que le dio muchos celos. Tanto que le provocaba irlo a echar pero a patadas del restaurante.
—¡Chicos! —rompió el incómodo momento Sofía —Gracias por venir.
Se acercó a ellos y a Gustavo lo ignoró por completo. En cambio a Jeremy lo envolvió en sus brazos y él encantado también lo hizo.
—Ya que ayer era de familia, no fui a llevarte tu regalo —saco un envoltorio del bolsillo de su pantalón —Feliz cumpleaños.
Rompió el envoltorio y la rubia le brillaron los ojos al ver que era. Una cadena de plata con el dije de una casita. Ambos sabían lo que significaba y era el recuerdo de una vez remodelando la casa de las Jones. Ellos dos se habian caído por las escaleras, pero gracia a Jeremy, Sofía no se había hecho daño, ya que el pecho de Jeremy amortizo el golpe.
—Gracias por estar acá y pasen.
Jeremy era consciente cuál era la relación de las Jones con Gustavo y sabía de las embarradas que había hecho. Lamentablemente él mismo las había hecho años atrás.
La familia empezó a saludar a los Haase normal, los conocían por ser novios de ambas Jones, entonces había confianza —Claro, el amor iba para Jeremy—.
Santiago sentía la ira, que no había experimentado por un buen tiempo. Él sabía quién era, porque lo reconoció de la foto, en la recámara de la señora Jones, en la casa de los Hill. Por más furioso que se sintiera, sabía que si esa noche veía algo entre él y Iveth, las cosas estaban más que dichas.
Él sería su amigo nada más.
—Yo sabía que no ibas a estar preparada —le dijo con diversión Mateo a Layla.
—Maldita mi suerte, lo creía más fácil y mira eso ahí saludando a todos —se quejo y sintió nervios —, me tiene con ganas de vomitar.
Recordó a la Layla de 18 años,llorando, rogando y pidiendo que lo que le fuera a decir no iba a ser real. Pero fue tan real, que aún tenía el recuerdo de esa noche, tan fresco. Amaba tanto a Jeremy, que verlo ahí al frente saludando a sus abuelos, la hacían recordar y a la vez maldecirse por lo estúpida que había sido.
—A los que creo que les va a dar algo, son a mis hermanos —señaló Mateo a Santiago y Pablo—. Sienten peligro.
—Pablo a lo mejor se debe sentir amenazado, pero Santiago no.
—¿Estás disponible para él? —algo que amaba Mateo, era molestarla y nunca perdía la oportunidad.
—Cállate —le pegó en el hombro.
Gustavo se empezó acerca a Aina, sin perder sus ojos en ella. Y ella estaba rogando por dentro, no tenerlo más cerca.
Drogas, una palabra que para ellos dos sabía mucho. Hay momentos en la vida que utilizamos métodos para huir de los temores.
Gustavo Haase, teniendo un padre machista, una madre sumisa, un hermano que su mejor opción había sido irse lejos y una pequeña hermana que era la que huía y se hundia sola. Aina con su problemas de autoestima, de no poder sentirse bien con su forma de ser y los miedos que tiene. Ambos encontraron esa herramienta de escape, juntos.
Tal vez, por eso estaban tan atados de ambos. Ella lo extrañaba y él, quitando el orgullo también lo hacía, pero no de forma sana. La quería solo para él, para nadie más; quería aislarla, para que cuando él lo necesitara ella estuviera.
De eso se trataba su relación a fin de cuentas.
—Aina —murmuró Gustavo y la tomó de la muñeca para jalarla y acercarla a su cuerpo —. ¿Ya descubriste que soy lo mejor para ti? —dijo con tanta malicia cerca de su oído, que Aina se estremeció—, porque ya me aburri de las putas con las que estado estos meses.
Antes que Aina pudiera evitarlo, una lágrima traicionera se le había escapado y eso lo pudo notar Pablo.
—Sueltala —dijo con una voz firme, pero Gustavo no dio ni un paso atrás —. Que la soltes, si no quieres tener problemas.
—Pero que agresivo eres —ese era su método, provocar a las personas, para luego quedar como la víctima.
Jeremy, sabía cómo era su hermano, por lo que lo tomó del cuello de atrás de su camisa y lo separó con fuerza de Aina.
—Si te vas a comportar como un completo imbécil, te puedes ir —dijo entre dientes y algunos escucharon.
Era una situación incómoda, solo se escuchaba la música, era como si ambos hubieran llegado solo hacer el centro de atención —Bueno ya se sabe, quien en realidad—.
—¡Que siga la fiesta! —gritó Inés y todos empezaron a seguir en lo suyo.
Jeremy dejó en una silla separado a Gustavo, advirtiéndole lo que podía pasar si no se comportaba. Algo que no tuvo Gustavo mucho que discutir, le tenía mucho respeto a su hermano mayor.
La familia empezó hablar con Jeremy, preguntando cosas habituales y sobre su vida en Washington. Él se empezó a integrar, pero de su mente no pasaba, el hecho que su ex novia estuviera a unos cuantos metros, ignorando su presencia. Es que hasta Will y Chloe ya lo había saludado, menos ella y eso lo molestaba.
Necesitaba su perdón, necesitaba hablar con ella y decirle como los años, seguían pasandole factura de esa noche.
Lo que nadie sabía, es que la mente de Layla estaba en otra cosa.
Las pruebas.
Tenía el cómo conseguirla, tenía el día y tenía el lugar. Solo que mirando a los Collins —o más bien, mirando a ese Collins—. Con Santiago había conectado de manera, que con otro no, por más que lo negaba, sentía ese algo por él; solo que estaban muchas cosas contra ella. La verdad. Y no solo para él, también la familia Hill —Excluyendo a David, que él sí sabe la verdad—, Elena; pero para ella él más importante, su padre.