20 de marzo de 1985
El tiempo volaba y la primavera dio su llegada a el reino. Las dulces flores comenzaban a renacer, el sol resplandecía, y el clima era encantador. En el palacio era justo la hora del desayuno, los platos llegaron y la familia comenzó a disfrutar de exquisitos platillos capaces de hacer agua la boca de cualquier ser humano.
- David, tu madre y yo ya hemos tomado una decision. Esta misma noche organizaremos un baile, las mejores familias estarán invitadas, y no quiero que este finalice sin que tu hayas encontrado una aspirante como tu futura esposa, ¿quedo claro? – Anuncio el rey, con la mirada fija en su hijo.
- ¿Disculpen? ¡Pero eso es imposible! ¿Cómo seré capaz de encontrar a quien me acompañe el resto de mi vida en solo una maldita noche? – Exclamo David, totalmente confundido y sorprendido, ante cuán lejos podían llegar sus padres.
- Eso es tu problema, David. Te dimos el tiempo suficiente y no tuvimos otra alternativa: la familia debe continuar, y tu padre y yo ya estamos cansados de tu falta de esfuerzo en resolver ello... ¡Y modérame ese vocabulario, por favor! – Reclamo Cristina, con un tono amenazante. - Las invitaciones ya han sido enviadas y aproximadamente 90 damicelas ya han confirmado su asistencia: tu deber es buscar entre todas ellas a la esposa ideal. – Pronuncio su padre, y todos continuaron con sus alimentos.
David contuvo sus palabras, mientras Lucia solo presenciaba el momento. Él sabía que la mayoría de jóvenes aristocráticas eran superficiales, eso estaba de mas, por lo que tendría que aceptar ese hecho: se daba por bien servido el conocer a una dama que no fuera un dolor de cabeza diario.
Los preparativos se acomodaban a medida que transcurrían las horas, el gran salón se pulió, arreglo y se retocaron los últimos detalles, la comida, la música, el jardín y la entrada. Los empleados reales daban lo mejor de sí, al igual que las invitadas: elegantes vestidos se postraban en sus armarios, joyas de las mejores piedras, perfumes capaces de hechizar a cualquiera que se acercase, y los nervios no paraban de crecer entre los corazones de las doncellas, ya que se había extendido el rumor de que posiblemente el príncipe corteje a una dama.
Llego por fin la esperada noche: dieron las 8 en punto y las invitadas hicieron su llegada, las puertas del palacio se abrieron dando paso a las 100 bellas doncellas, una melodía clásica envolvía el salón, mientras que los 4 integrantes de la familia real apreciaban la escena desde un balcón: los reyes postrados en sus tronos, Nicolás tomado de la mano de su esposa, el luciendo uno de sus mejores trajes, ella un sencillo pero elegante vestido color blanco, mientras su cabello era decorado con una reluciente corona. A su lado, el príncipe David, vistiendo un traje divino que combinaba con sus encantadores ojos color cielo, a la vez que sus pensamientos se limitaban a rogar poder cumplir con la tarea asignada. Por último, la princesa Lucia, justo al extremo de su hermano, acompañando a su madre: ella opto por un vestido largo color rojo, y un maquillaje muy natural.
Un empleado real comunicaba el nombre de las doncellas, ‘’Lady Sarah Hamilton, Samantha III de Edimburge, Miss Margarita de Arengo’’… El rey y la reina mantenían toda su atención en su hijo, quien lamentablemente, se mostraba desinteresado ante la situación ‘’Todo este caso parece un desfile de mascotas’’ pensaba.
Al terminar la presentación de las invitadas, la familia real bajo desde su balcón, fueron presentados ante todos, y se dio por inicio al gran baile: las parejas se formaron, la gran parte de las jóvenes eran acompañadas por duques, o condes, pero todas esperaban la valiosa oportunidad de estar en los brazos de David. Se compartieron algunas piezas, ellas le sonreían y disfrutaban algunos minutos estando con él, bailaban al son de las dulces composiciones musicales, danzar con el príncipe se asemejaba a estar en el paraíso por un momento, terminaban y el amablemente depositaba un beso en la mano de las damiselas, se dedicaban una mirada, y las mejillas de ellas no tardaban en tornarse rosadas.
El resto de la noche transcurrió tranquila, si bien la tensión revoloteaba por los aires, cesaba al notar el estado del príncipe, quien daba la impresión de no estar interesado en ninguna damisela.
- Necesito despejarme por un momento, permiso – Anuncio David, dando una pequeña reverencia ante su presente pareja.
La joven respondió la reverencia, a la vez que el príncipe procedió a desaparecerse entre la multitud, dejando algunos de los invitados un poco confundidos, pero al mismo tiempo, no era gran sorpresa que el futuro rey precisara de un rato a solas.
El jardín trasero lucia encantador, era tan primoroso como se pudiera imaginar: las plantas y flores rebozaban de vida, la cálida noche envolvía los arreglos florales, un bello camino de cerámica se encontraba en el centro, al igual que una hermosa fuente, y estatuas inmaculadas de mármol adornaban algunos espacios.
- Vaya embrollo que ha decidido hacer mi familia. No entienden que mi corazón pertenece a Minerva, ¡que feliz fuera yo de poder compartir mi vida junto a ella, por toda la eternidad! Pero no, mi padre y mi madre han rechazado totalmente esa idea, y si quiero portar esa corona, debo de obedecerles… Ese es mi mayor anhelo, he trabajado duro por ello toda mi vida, he complacido completamente en todo a mis superiores, y no voy a perder años de esfuerzo… - Pensaba el príncipe, quien se encontraba sentado en una banca casi a las afueras del jardín.
Estaba tan concentrado en sus pensares, y esto era visible ante cualquiera que pasara. En ello, una dulce voz interrumpió su momento de deliberación:
- ¿Se encuentra bien joven? – Pregunto la voz misteriosa.
- ¿Perdone? – Pregunto David, pasmado al notar que frente suyo se hallaba una bella joven, al parecer una empleada que trabajaba en el palacio, al notar su vestimenta.