Ahí estás. Es una noche más en tu habitación. Al principio parecía ser una noche común, de esas en las que ves una serie en Netflix hasta tarde, pero cuando ella llega tu mundo se pone de cabeza.
La joven de pelo negro con reflejos color caramelo se encuentra algo alterada, aunque ya sabes como es, lo mejor es permitir que se desahogue tranquila, solo entonces volverá a ser tu mejor amiga.
—Basta.
Ella camina de un lado a otro, algo le sucede.
—Basta, basta, basta...
Su ropa está empapada. Al parecer dio un largo paseo bajo la tormenta hasta tu casa, solo por eso la dejaste pasar a esa hora, parecía ser una urgencia.
—Por favor.
Murmura cosas extrañas. Tú quieres ayudarla, pero ella parece estar abstraída y es imposible que te oiga. Has tenido un día duro, no tienes ganas de juegos, ¡deberías estar relajándote!
—¡BASTA!
La joven se percata de que ha elevado su voz. En ese instante se gira para mirarte muy preocupada, no quería asustarte. Con dos grandes pasos ya está a unos centímetros de tu rostro, el cual muestra una mueca de sorpresa y... ¿Es temor lo que se refleja en tus ojos?
—¡Shhh! No, no, no. Calma... No quería asustarte.
Aquella chica que conoces desde hace años te sonríe de forma extraña. Te levantas de tu cama, crees que de esa manera podrás hablar mejor con ella. Estáis frente a frente, aunque tú altura es algo superior a la de ella, por eso bajas un poco la mirada, quieres que se de cuenta de tu preocupación.
—¿Te ocurre algo? ¿Por qué me miras así?
Con un suspiro pones tu mano derecha en su hombro derecho, es entonces que notas que tiembla. ¿Será por el frío? Desconoces cuánto tiempo ha estado fuera, bajo la lluvia y el frío. Decides buscar algo en tu armario para ella, pero una vez se lo dices y te giras para abrir una de las puertas ella te detiene.
—¡No! No necesito tu ropa hortera.
Te vuelves para verla con gesto de enfado y sorpresa. Encima de que le abres la puerta de tu casa, le ofreces tu tiempo y paciencia, quieres ayudarla para que no se enferme debido a la mojadura... ¿Ella te trata así? Lo mejor es que vuelva a su casa. Ella nunca te ha hablado de esa manera, seguramente se debe a su estado, en ese caso es mejor que regrese para evitar una pelea con ella.
—¡Espera! No puedes echarme... No tengo a dónde ir. Regresar a casa no es una opción, ella no me dejará entrar.
Pones los ojos en blanco. ¿Se trataba de eso? Otra de las tantas peleas con su madre. Era algo muy común, en más de una ocasión se había encerrado en tu habitación para no volver, las peleas parecían ser fuertes, pero jamás entró en detalles.
En ese momento, la chica se gira al espejo y empieza a gritar:
—¡Cállate! ¿Eres idiota? ¡Te dije que no abrieras la boca!
Su actitud te asusta. Lo primero que piensas es en que ha recaído en sus antiguos vicios, aunque nunca antes la habías visto así, ni siquiera en sus peores momentos, antes de ir a una de esas casas de desintoxicación.
—¡Shhh! Baja la voz... No quiero que se asuste.
Notas que tu amiga te observa por el espejo. Está de espaldas a ti, pero gracias al reflejo puedes ver como te observa, te recuerda a un animalito asustado. Ella habla bastante bajo, no logras comprender lo que dice, pero te acercas a ella para ofrecerle tu ayuda.
—¿Ayuda?... ¿Ves? Te dije que nos ayudaría, no tenías que alterarte.
¿Con quién habla? ¿De verdad habrá tenido una recaída? Lo mejor será llamar a su madre para que venga por ella... O a una ambulancia. Te diriges a por tu teléfono, lo dejaste cargando en el lugar de siempre, por lo que sabes perfectamente donde lo dejaste. Una vez lo tienes captas la atención de la morena.
—¡Eh! ¿Qué crees qué haces?
Ella se abalanza sobre ti para evitar que uses tu teléfono. Una vez te lo ha logrado quitar va hacia la ventana y tira a la calle tu teléfono recién comprado. No das crédito a lo que ves y decides enfretarla.
—¡Te dije no era de fiar!
Te fijas que su voz es algo más grave de lo normal.
—Te advertí que nos fuéramos lejos, pero no haces caso. ¡Ahora vamos a tener que cerrarle la boca!