♕ CAPÍTULO 3. LA REPUTACIÓN DE LOUIS WILLIAM BERNARDI ♕
Existen reputaciones malas, pero la del Duque de Wetzler era la peor.
Louis William Bernardi no era un santo.
O un modelo a seguir.
O alguien digno de depositar tu confianza a ojos cerrados.
Ni siquiera alguien bueno.
Era un rebelde que rompía cada una de las reglas dictadas y se imponía a su propio sistema.
Era el sinónimo de problemas, las tragedias le seguían y más de un desastre llevaba consigo a su paso.
Era un mujeriego de primera, lleno de escándalos con más de una mujer casada y con un historial larguísimo de peleas a puño limpio por un problema de faldas. Muchos aseguraban haberlo visto borracho, en más de una ocasión, en alguna cantina de mala muerte de Liverpool.
Era la clase de hombre por el que si caías completamente enamorada, serías considerada una ingenua; y si lograbas que él cayera por sí, serías coronada como una heroína entre las solteronas.
Era un perfecto mentiroso, un manipulador, un hereje, un jugador, un lobo en piel de cordero.
O al menos..., eso es lo que se decía de él a todo lo largo y ancho de Londres. Había quienes los creían. Había quienes que no. Pero los rumores no desaparecían, se seguían esparciendo y mancillando el nombre de Louis de la forma más impúdica e hiriente posible y, de paso, el de su familia también.
Sin embargo, pese a que su carta de presentación no fuese la mejor de todas, su enigmática personalidad y encanto natural eran imposibles de ignorar. Además de que, claro, era un duque, y en la hipocresía de la burguesía más valía un título que una buena reputación.
Louis era un imán de personas, embelesaba a cualquiera que lo mirase o escuchase: sus movimientos siempre eran delicados e hípnicos y su voz era la definición de armoniosa; derrochaba brillo, como si fuese la estrella más radiante del universo; sus juicios eran sabios y parecía que cada uno de sus diálogos habían sido meditados con antelación, pues siempre tenía una respuesta para todo.
Quizá eso mismo fue lo que terminó por atrapar al príncipe, hasta el punto que olvidó donde se encontraba y solo pudo concentrarse en la, casi imperceptible, sonrisa que Louis le obsequió.
— Eh... ¿Puede levantarse, Majestad? — preguntó el Duque mientras miraba al atento público que los rodeaba. Fue entonces cuando la ensoñación de Harry se rompió.
— Creo..., creo que sí.
Intentó levantarse, procurando no hacer movimientos bruscos y, cuando estuvo a punto de lograrlo, volvió a resbalarse con los restos de champagne y añicos de la copa. Fue una fortuna que Louis lo atrapase... literalmente.
— ¡Príncipe! ¡Príncipe! ¡¿Necesita algo?!
— ¡Alguien llame a un médico!
— ¡Díganle a los Loughty que cancelen la exposición, el Príncipe no se encuentra bien!
— ¡Príncipe!
— ¡¿Dónde está la guardia del Príncipe?!
Cientos de manos intentaron alejarlo de Louis, como si fuese un muñeco de trapo con el que cualquiera puede jugar; sintió los tirones por todas partes e incluso hubo alguien que le pellizcó el brazo. Fue una situación tan estresante que las náuseas y la taquicardia no tardaron en llegar, Harry no era bueno con las multitudes, mucho menos cuando parecían querer más de lo que él estaba dispuesto a ofrecer.
— Lord Bernardi — llamó en bajito, como si temiese que alguien los escuchasen —. ¿Podría ayudarme a salir de aquí? Me temo que lo último que quiero hacer es permanecer aquí otro minuto, estoy agobiado hasta la medula. Mi guardia está fuera, solo...
Harry no concluyó la frase cuando Louis ya lo estaba arrastrando lejos de las personas que, más que ayudar, le estaban ocasionando un ataque de pánico. De todos los posibles escenarios que había imaginado sobre su primera aparición en la temporada, el último en su lista era terminar con un posible tobillo roto.
— Espero no se ofenda, Majestad, pero debo informarle que tiene un don para poner el mundo patas arriba — el duque se volvió hacia el príncipe, encontrando su inexpresivo rostro —. No le sorprenda si el día de mañana su nombre está figurando en todos los diarios de Londres.
Recibió un gruñido como respuesta.
El rostro de Niall se desfiguró cuando vio salir a Harry de la mansión de los Loughty, estaba cojeando y se sostenía de Louis, como si fuese una muletilla, mientras permitía que él aferrase un brazo alrededor de su cintura; sin dudarlo corrió hacia él, con el otro guardia pisándole los talones y la sarta de maldiciones del conductor de fondo musical. Iban a estar en serios problemas apenas llegasen a Windsor.
— ¡Dios mío, Harry! ¡La Reina va a matarme cuando te vea!— Niall estaba tan conmocionado, que olvidó por completo el protocolo. Louis lo miró, confundido, no esperaba que alguien del personal de la familia real se atreviese a dirigirse al príncipe con tanta banalidad —. ¡Cuando te dije que te rompieras una pierna, no lo dije en serio!
Harry apretó los labios, reprimiendo una carcajada.
— ¡No es divertido, Harry! ¡¿Qué ha pasado allá dentro?! — por primera vez en la entrevista se percató del Duque —. ¿Tú le hiciste algo? Te juro que si le tocaste un pelo, yo...
— Tranquilo, soldado Harford — intervino el príncipe, colocando una mano sobre el pecho del guardia, quien no dejaba de recorrer al castaño con desconfianza —. Lord Bernardi solo estaba siendo amable — soltó un pesado suspiro, fue como quitarse un gran peso de encima —. No hagamos las cosas más difíciles, ¿Por favor? Solo quiero regresar al castillo y descansar; en el camino responderé todas tus preguntas, lo prometo, pero... dios, vayamos de aquí.
Resignado, Niall contestó: — De acuerdo, su Majestad.
Subirlo a la carroza fue una tarea complicada, el tobillo de Harry estaba muy lastimado y el que fuera más alto que los guardias y el mismo duque complicó aún más las cosas. Después de varios intentos y unos que otros golpes contra la puerta, lograron acomodarlo en su asiento y subir su pie al banquito que siempre llevaban consigo en los viajes.