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Capítulo 1: Sorpresa.
24 de abril del 2019.
Dos días antes del incidente.
Berlín, Alemania.
La buena vibra que emanaba de Everett Wolfgang aquella mañana se sintió apenas cruzó las puertas de la universidad. En cuanto las personas que estaban allí lo vieron, empezaron a murmurar entre sí acerca de aquel chico. No era muy común ver una belleza tan exótica, puesto que no veías un par de ojos de distintos colores todos los días.
Sus pasos confiados resonaban por todo el pasillo a la vez que tenía la mochila colgada al hombro y la frente en alto. Camino a su casillero, recordó los cientos de cartas que las chicas dejaban para él, en donde lo invitaban a salir o lo halagaban acerca de su popularidad o su aspecto, a pesar de eso, así las chicas fueran muy guapas, no le importaba, esto debido a que ya tenía a una chica, a su chica.
Entre todo el gentío, reconoció a la chica delgada y de cabello azabache, que estaba recostada de espaldas en el casillero de su novio. Everett sonrió inmediatamente al verla y se descolgó la mochila para luego empezar a buscar algo en el interior de esta, lo que resultó siendo un regalo que Ev había comprado para ella. Venía envuelto en papel regalo de color cian, el favorito de su novia, que, además, tenía impregnado un olor a rosas.
Ev caminó cautelosamente hacia la chica, que parecía estarlo esperando mientras que miraba el teléfono. Everett inclinó un poco su cabeza hasta que quedara a la altura del oído de Ainhoa y con un susurro casi inaudible, saludó:
—Hola, preciosa.
Ella soltó un pequeño grito y se colocó una mano en el pecho por el susto, pero en cuanto se dio la vuelta y vio a Ev frente a ella, su expresión se relajó y se permitió soltar el aire que había contenido.
—Dios... no vuelvas a hacer eso —pidió, mientras aún intentaba regular su respiración.
Los ojos azules de Ainhoa se posaron en el regalo de Ev hacia ella. Inmediatamente su rostro se contrajo en un gesto de sorpresa y confusión.
—Feliz aniversario, linda.
Ainhoa sonrió inmediatamente y su novio le extendió el regalo. Luego, aquellas lagunas azules de la chica, se posaron en los ojos de Everett, quien la miraba bastante enternecido.
—Si te acordaste —murmuró, asombrada.
—¿Cómo no iba a hacerlo? Es algo importante —contestó el chico—. ¿Qué esperas? ¡Ábrelo!
La chica no pudo evitar soltar un pequeño chillido de emoción y comenzar a romper el papel cian de regalo. El sonido de papel rasgado comenzó a llamar la atención de muchos, quienes poco a poco, invadidos por la curiosidad de saber que había hecho el gran Everett esta vez, se acercaban a ellos dos. Ainhoa dejó de romper el papel en cuanto tocó algo suave y peludo. Lo sacó por completo para poder verlo mejor y se encontró con un peluche de un colibrí color verde y azul. No podía estar más feliz ante semejante regalo.
—Mi animal favorito... —dijo en un murmullo—. Te lo dije hace mucho, ¿cómo es que...?
Everett soltó una pequeña risa, —Todo lo que mi hermosa novia me dice es importante, hasta los más pequeños detalles.
—¿Te gusta? —preguntó.
Ainhoa empezó a asentir con efusividad, le había encantado.
—Es hermoso. Gracias.
Ev vio como un color carmín se apoderaba de las mejillas de Ainhoa, que para que no se diera cuenta, apartó la mirada de manera inmediata, sin embargo, ya era tarde, Ev se había dado cuenta y le parecía la cosa más tierna y linda del mundo. Por otro lado, el resto de estudiantes se encontraban alrededor de ambos chicos, unos con una expresión enternecida en el rostro y otros con una mueca de desagrado.
Ainhoa le dedicó una de esas sonrisas tímidas que solía darle. A pesar de llevar ya un año juntos, siempre se esmeraban por estar siempre como si fuera el primer día, igual de enamorados. Aunque claro que tenían sus altibajos y peleas como cualquier pareja normal, pero siempre habían sabido cómo resolverlos y amarse con la misma intensidad.
Everett sonrió de medio lado y se acercó al rostro de su novia, hasta que sus labios estuvieran a tan escasos centímetros que se rozaban. Ainhoa cerró sus ojos, esperando el beso, no obstante, en la mente de Ev estaba la idea de jugar un poco hasta que ella misma le pidiera que lo besara. Le gustaba mucho cuando se lo pedía, lo hacía sentir poderoso, deseado y, sobretodo amado.
—Solo hazlo, Ev —murmuró, Ainhoa—. Odio cuando tengo que pedirlo.
—Pues... —contestó, en un susurro también—, yo amo cuando lo pides.
Ev acortó la poca distancia que quedaba entre ellos, juntando sus labios y empezando a moverlos al compás del otro. Lo único en lo que pensaba él, era en que la amaba. La amaba con cada parte, con cada centímetro de su ser, porque ella lo hacía feliz, arreglaba sus días, lo devolvía a la vida y lo hacía sentir como en el cielo. El olor a canela que desprendía Ainhoa caló por las fosas nasales de Ev, haciéndolo querer tenerla aún más cerca.
—¡Señor Wolfgang! ¡Señorita Feldmann!
Ambos se separaron rápidamente al escuchar la voz del director Hoffman, un hombre bajito y regordete, que tenía el cabello canoso y que siempre se vestía de traje. Estaba pasando por los pasillos en dirección a su oficina, hasta ese momento cuando vio a la pareja.
Las mejillas de Ainhoa estaban teñidas de rojo por la vergüenza de haber sido atrapada en una situación así, mientras que Ev, totalmente despreocupado, estaba reprimiendo una sonrisa, sin mucho éxito. Tenía los brazos cruzados y estaba recargado en los casilleros, con la mirada fija en el señor Hoffman.
—L-lo siento, señor Hoffman —tartamudeó Ainhoa.
En ese momento, Ev se percató de que ya era tarde, los pasillos estaban vacíos, no se encontraba nadie vagando por ellos exceptuando al personal de limpieza y a ellos tres. El ruido de los murmullos se había esfumado y ahora solo quedaba un silencio bastante tenso.