Las orejas de mi novia

Capítulo 2

Esa mañana parecía igual a las demás, Fernando se despertó con un sentimiento desconocido, seguía pensando en su relación con Zoé, deseaba tanto poder atravesar el muro de indiferencia que tiene en su rostro; quisiera poder verla sonreír o mostrar su enfado, verla algo aturdida, pero era demasiado tarde para salvar lo que quedaba de lo que una vez hubo, ya había tomado una decisión. Tomó su celular y mandó un mensaje, no podía verla a la cara pues sabía que le dolería más el saber que no habría ninguna expresión cuando pronunciará las últimas palabras.

"Zoé, esto no puede seguir así" escribió en su pantalla, suspiró eso era algo realmente doloroso; habían pasado muchas cosas juntos, Zoé podía no ser muy afectiva y trataba de comprenderle; nacer de una madre que no es la esposa de tu padre y ser abandonada en una casa que no te aprecia solo por ser "la hija de la otra"; esa chica había crecido en un ambiente bastante tenso, siempre siendo comparada con su hermana, tres meses mayor, siendo ignorada cuando necesitaba ayuda; siendo castigada cuando su media hermana hacía travesuras; hacer aquello solo estaba colocando una piedra más a las muchas que cargaba en silencio y soledad.

"¿Qué ocurre?" contestó Zoé, ella era de pocas palabras, pues en su corta vida no había sido escuchada antes, por lo que se impuso a solo escuchar y no ser escuchada; Fernando esperaba ser lo suficiente bueno para ella, para que pudiera abrirse con él, para que le dijera sus penurias y las cosas que le provocaban cada uno de sus sentires.

"Lo nuestro no puede continuar..."

"¿Por qué?"

"No te entiendo.  A veces pienso que estoy hablando con la pared."

"Si así serás feliz, está bien para mi."

Con el último mensaje Fernando se molesto, tan poco valoraba su tiempo juntos que no le dolía terminar de una manera tan vulgar como lo era por mensajes, sentía que la sangre le ardía, deseaba golpear algo, gritar o patalear hasta sentir que todo el dolor se iba; sin embargo, después de cinco minutos en silencio, su celular volvió a sonar.

"Si vamos a terminar hagámoslo bien... ¿Puedes ir al parque de la central?" era Zoé, esa era la primera vez que ella hacía un movimiento por su cuenta, realmente se sentía decepcionado, saber que el último día que estarían juntos sería simplemente para decirse adiós.

"Te veo allá en una hora" y lanzó el celular a la cama molesto.

Se metió al baño, aún no desayunaba y tenía la cabeza echa un lío, no obstante, lo primero que hacía sin falta cada mañana era tomar un baño con agua caliente para poder darse ánimos y seguir adelante.  Era tanta su desesperación que no notaba nada diferente, era la misma casa, era la misma gente haciendo el mismo ruido de cada mañana.

- Fer, baja a desayunar. - grito su mamá, desde el piso de abajo; Fernando se estaba secando el cabello.

- Ya voy... - tomó su cartera, su celular y los guardó en los bolsillos de su pantalón; después de eso bajó las escaleras para desayunar, su madre tenía puesto un retaso de tela en la cabeza, pues decía que le era bastante molesto hacer el aseo sintiendo el sudor correr por su frente.

- ¿A dónde tan guapo? - preguntó colocando frente a él un plato con hotcakes, una taza con frutas picadas y algo de miel; a un lado había un vaso con jugo de naranja y otro con café.

- Voy a terminar con Zoé. - mordió el pequeño trozo del pan bañado en miel y frutas.

- ¿Por qué? Esa chica es muy bonita y tan bien portada. - dijo su mamá sentándose a comer con él.

- Porque no somos compatibles, mamá...

- Ah, ¿Se trata de sexo? Ay, mijo, hay que esperar a que ella este lista, no puedes simplemente saltarle como un animal, ella es una niña todavía... - Fernando nunca había sentido tan rojas las orejas en toda su vida; sentía que los cabellos de la nuca se le erizaban.

- No es eso... Ya me voy que se me hace tarde para verla. - dijo terminando el vaso de jugo de una sola vez; dio a su madre un beso en la mejilla y se marchó para encontrarse con Zoé.

La señora María se sentía un tanto mal por la chica, pues desde su perspectiva Zoé amaba mucho a su hijo, pero parecía que a su hijo le faltaba tacto para distinguir esas cosas; entre sus piernas algo comenzó a menearse lentamente.

Fernando abrió la puerta del coche, observando al hijo de su vecino jugar con unos carros miniatura en la acera de su casa; el niño alzó la cabeza para verlo y de esa cabecita rubia asomaron unas orejas de color bastante claro, eran exactamente del mismo color de su cabello por eso en primera instancia no pudo distinguirlas; sonrió, los padres de ese niño lo consentían demasiado, probablemente le habían comprado un disfraz que se rehusaba a dejar; se despidió con la mano antes de poner el carro marcha atrás.




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