Las Oscuras Aventuras De La Siniestra Cindy

3. LA FIESTA DE PIJAMAS

CAPÍTULO 3

LA FIESTA DE PIYAMAS

Cindy intenta pasarla bien con sus amigas

 

Esa mañana de jueves, Cindy llegó a la escuela y lo primero que hizo fue saludar con alegría a Karen, que ignoró por completo el saludo con indignación. ¿Acaso no recordaba que eran enemigas?

Cindy por otra parte, se sentía libre, de hecho, se sentía más libre que nunca. Por alguna extraña razón, esa mañana se sentía como si hubiera dejado todas las penas de su vida en la cubeta del consultorio del doctor Mallorca. Tras pensar toda la noche, así lo había decidido. Estaba empezando de cero. La Cindy que estaba caminando en los pasillos de esa escuela en aquel momento no era la muchacha engreída, orgullosa, sarcástica y un poco fresa que había entrado a tercer grado de secundaria. Ya no le interesaban cosas como los chicos guapos de los grupos musicales ni la ropa de marca. Es más, se había arrepentido de maquillarse esa mañana (aún recordando que no quería que se dieran cuenta que su piel estaba secándose).

Desde esa mañana se había propuesto ser una persona diferente, y la gente lo notó cuando dejó sus habituales faldas y blusas rosadas para llegar a la escuela portando un vestido negro de una sola pieza, que la hacía lucir tan extravagante como una muñeca de carne y hueso, rebosante de belleza aunque sin descuidar ese toque de maldad que ahora se veía en sus ojos. A ella le había gustado ese vestido en cuanto entró con sus padres a la tienda, después de salir del consultorio, y a decir verdad, parecía que ningún otro tipo de ropa le podría quedar mejor. Combinaba con las nuevas cortinas negras con las que había remodelado su habitación.

No se sentó en su lugar acostumbrado en medio del aula, sino casi al final de las filas y cuando Enrique entró al salón (con Karen detrás de él) le guiñó un ojo, lo que hizo enfurecer más a la chica. El profesor Rogers llegó al salón y la niña lo saludó con una sonrisa, lo que extrañó al mismo profesor, que sabía que todos lo detestaban.

El día pasó sin pena ni gloria. Cindy sentía su cuerpo más fuerte, aunque sabía que de ahora en adelante tendría que cuidarse para que este no se descosiera tras su disección, pero no le importó y por primera vez desde el sábado, se comportó con Adriana como si no estuviera pasando nada.

–Me alegro de que ya te sientas mejor– le dijo –Sé que eso de faltar a la escuela no es lo tuyo.

Cindy asintió, diciéndole que lo que más le desagradaba en la vida era permanecer acostada sin hacer nada. Estaba de muy buen humor, incluso se animó a contarle a Adriana que tenía una cita con Enrique.

–¡Enhorabuena, amiga!– le dijo, con una exclamación de sorpresa –Todos sabíamos que le gustas, pero me preguntaba cuándo se armaría de valor para decírtelo.

Cindy se habría sonrojado, si no hubiera sido porque ya no le quedaba sangre en la cabeza.

–Cambiando de tema– añadió su amiga –Ayer Paola nos invitó a todas a una piyamada que va a hacer el miércoles próximo en su casa. Dijo que te avisara en cuanto te sintieras mejor.

–¿Miércoles?– dijo en tono pensativo –Creo que no podré ir. Tengo otro compromiso.

Era verdad. Cindy había revisado una y otra vez la fecha, hora y lugar de la fiesta de cumpleaños del extraño hombre de negro que había conocido en la tienda de mascotas y quería ir. Claro que, como la adolescente que aún era, la piyamada también le era muy atractiva.

–¿A qué hora tenemos que estar ahí?– preguntó.

–Dijo que llegáramos a las 7 a cenar con sus papás.

–Entonces creo que sí puedo ir– comentó sonriendo, pues su otro compromiso era pasada la media noche.

Esa tarde, saliendo de clases, Cindy se encontró con Enrique frente a la escuela. El chico se había peinado torpemente y cruzaba las piernas con desesperación como si deseara ir al baño. Esperaba que Cindy viniera bonita sabiendo que esa tarde saldrían, pero no esperaba que se viera tan hermosa con su vestido negro. No entendía por qué, pero ese cambio le sentaba  muy bien.

Cindy estaba en el baño, retocándose un nuevo baño de perfume para cubrir el olor a bálsamo y resina. Sin embargo, esto no fue muy efectivo, y terminó oliendo como un trapo sucio que se había usado para limpiar un charco de perfume. Se quitó las zapatillas y observó una mancha café bajo sus pies. Se pinchó los dedos del pie con un alfiler y dejó caer las últimas gotitas de su sangre en el retrete. Estaba lista para dejarse ver.

El corazón de Enrique latió aceleradamente cuando ella se acercó. Cuando quedaron frente a frente, la niña, sin saber qué hacer, lo saludó con la misma alegría con que había saludado a todos en la mañana.

–¿Qué quieres hacer?– le preguntó la muchacha.

–Podemos ir al cine, si quieres– dijo el muchacho entre tartamudeos.

–Buena idea– respondió ella tomando su mano –Tengo muchas ganas de ver la película de “La bestia del pantano corrosivo”. Dicen que es espeluznante.

–Sí, vayamos– dijo el chico, poco convencido. Si había algo que no soportaba eran las historias de terror, pero no importaba. Estaba abierto a pasarse un buen rato con la chica de sus sueños, compartiendo con ella las actividades que ella encontrara divertidas.




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