Pasaron los días, y lo sucedido en Betlan empezó a difuminarse, pero sin olvidarse. Ya tenía otras cosas en que pensar. La vida en Les empezaba a imponer la rutina con la que tendría que convivir todo ese tiempo. Obedecía, de mala gana, a todas las órdenes que le daba su tío, sin que pudiera contener la frustración y la impotencia de ver cómo su tío no le contaba nada de la desaparición de su padre. Encargarse de él su tío, no le proporcionaba sosiego. Adoptó una actitud seria, un tono más adulto. Trabajaba mucho, estudiaba más, y cuándo no lo hacía, salía por las tardes a la plaza , pensando en cómo y cuándo volver a su casa. En cambio sus tíos, dejaron de pensar cómo podían hacerlo. Sustituyó a su tía en la botiga, por las mañanas. Su tío, pasaba a media mañana para relevarlo, y otras veces, para cerrar la botiga. Él se iba a casa, ayudada a la tía Agnés, y después de comer estudiaba un rato. Todas las mañanas hacía el mismo recorrido, salía a las siete de la mañana de casa de la tía. Cruzaba la plaza de adoquines, y llegaba a la tienda antes de que lo hiciera Javier. El chico, que con su furgoneta Citroen, traía las cartas, periódicos, pan, y casi todo lo que hiciera falta. Era amable y servicial, pasaba por todos los pueblos, desde Vielha hasta Les, que era el último antes de llegar a Francia.
- Hola Nart -
- el correo,
la Prensa,
un saco de pan,
judías y garbanzos,
sardinas,
cebollas,
tres cartones de huevos -
Rebuscó en la última caja, debajo de los sacos.
-Y... la revista Blanco y Negro, para el señor Moisés -
- Gracias Javier, tengo que colocar todo esto antes de que llegue mi tío -
Nart, le entregaba a Javier la lista que le había dejado su tío con lo que se necesitaba para el día siguiente
- Mañana te veo, no te duermas, traeré tronquets, ya sabes que los quieren casi calientes, sobre todo la señora Jara -
Al salir, Javier abría el pequeño buzón de correos y recogía las cartas de los vecinos. Lo hacía en todos los pueblos de su ruta de reparto. Después de vuelta, las dejaba en la estafeta de correos de Vielha.
Antes de que llegara su tío, tenía que tenerlo todo como él quería: las legumbres y las cebollas al fondo, detrás de los sacos de garbanzos. Los huevos, en el mueble, junto a la leche. El pan, en la estantería de detrás del mostrador. La caja de sardinas arenques, la dejaba para que la colocara el tío, pesaba demasiado para él. Y lo más entretenido, colocar el correo; detrás de la puerta de entrada se encontraba una estantería de madera, con compartimientos separados, pegadas en cada casilla una pegatina blanca y en ellas, escrita con lápiz, el nombre de cada calle: Carrer la caleta, Plaza de la Paja, Pep la Gua, La carrera. Así hasta quedarse sin sobres, y estuvieran todos colocados. Luego los vecinos del pueblo, irían recogiendo las cartas a su nombre, de las casillas de la calle donde vivían.
- ¿Quién pondría esos nombres?. Seguro que mientras decidían poner Plaza de la Paja no paraban de reírse -
Después tocaba ponerse con la prensa, pero antes de ponerle los nombres a cada uno de los diarios reservados para los asiduos y suscritos, a Nart le gustaba revisarlos. Cogía uno con mucho cuidado, para que no se notara que había sido ojeado y se sentaba en el suelo, de cara a la puerta por si venía alguien. Entonces pasaba una a una todas las hojas, mirando las pocas fotografías que en el había.
- Okal para dolor de cabeza -
- Una exposición de Franco -
- Fotos de una ciudad, de vete tú a saber de don de -
- La foto de una jugada de fútbol, sin gol -
Todas memorizadas como un álbum en su cabeza.
En cada “Hoja del Lunes”, tenía que poner el nombre de la lista. Primero estaban los que lo tenían reservado, los restantes para el que lo pidiera antes. No podía sobrar ninguno, no fuera que al día siguiente pasara algún suceso y las noticias cambiaran. Quién iba a querer comprarse un diario con noticias pasadas, aunque en el pueblo nadie era de complicarse la vida con noticias del régimen, siempre era lo mismo de cada semana.
La revista Blanco y Negro la dejaba para el final, tenía que ojearla con más calma, pero deprisa, antes de que viniera a buscarla el señor Moisés, un señor de setenta y cinco años, con barba blanca y larga. Aún conservaba algo de pelo que en otro tiempo seguramente fue una melena. Sus ojos eran pequeños y grises, con aspecto de ser el único superviviente de un holocausto. Después de tenerlo todo colocado, por miedo a una reprimenda, repasaba todo antes de abrir: las cartas, cada una en su calle, los periódicos con sus nombres respectivos, el pan y estantería arregladas. Repasado todo lo que había dejado Javier y hacer inventario de las conservas; Cola Cao, chocolates y todo lo que había en las estanterías y dejar la lista de lo que debería pedir al día siguiente. Nart abría la botiga y con la revista sobre el mostrador esperaba que llegara el señor Moisés. Aunque siempre lo hacía con la intención de poder observar mejor la portada y disimular la intromisión en su revista.
-Buenos días señor Moisés -
- ¿Hola chaval, han traído mi revista?-
- Sí, aquí la tiene - mientras Nart se la entregaba tímidamente.
- Uy. Parece que ya le has echado un ojo -
- No, no, solo la he mirado por encima -
- No te preocupes, no me importa, si quieres te dejare algunas que tengo en casa -
Moisés le pagaba las seis pesetas que costaba la revista.
- ¿Te gusta la fotografía?- le decía mientras se daba la vuelta antes de llegar a la puerta.
- Me gustaría saber hacer fotos - contestaba con voz tímida.
- Hasta mañana, termina o te regañara tú tío - le dijo Moisés sin hacerle mucho caso y dejándolo con la reflexión.
En casa de la tía Agnés el reloj siempre marcaba las doce. Llegaba, se cambiaba de ropa y ayudaba a poner la mesa. Como en todos los pueblos del pirineo se comía muy pronto.
- Hoy hay lentejas. Cuando acabes repasamos la cartilla. Hoy toca Lengua -
- Vale - contestaba con desazón..
- Luego podrás ir a la plaza a jugar con tus amigos -