Nart se levantaba a las siete, como cada mañana. Se vestía, desayunaba y recorría los veinte minutos que había hasta la botiga. Era invierno, la niebla rutinaria y los copos de nieve convertían el roció en una bruma espesa. Sorteaba los charcos y arrugaba la nariz para no sentir la humedad de la nieve. En las calles el aire era espeso y el frío congelaba el aliento. Le costaba abrir los portalones, tenía las manos muy frías. La botiga a esa hora estaba helada, inundada por un olor a humedad y especias. Encendió las luces sin muchas ganas. No había dormido bien, tenía los ojos irritados, estaba vacío, ningún sentimiento, ningún rencor, solo un vacío, como estar preso en un lugar que no le pertenecía. Solo podía pensar que nació en una época poco común para un niño de doce años.
Se apoyó en el mostrador, delante de la lista que le había dejado su tío, para Javier.
- ¡He Nart, alegra esa cara que ya es Viernes! -
exclamó Javier, que en ese momento llegaba cargado de cajas.
- Parece que no has dormido bien esta noche -
Si no espabilaba, tendría que correr luego para tenerlo todo preparado, en poco tiempo empezarían a llegar los primeros vecinos a buscar su correo, el pan y los suscritos al periódico, a recogerlos.
Cogió la primera caja y encogiéndose de hombros pensó que hoy le daba todo igual.
- No puedes decir que no te gusta este trabajo - Con una sonrisa Javier intentaba animarlo.
- No me quieras engañar - murmuraba para sí.
- Este trabajo es una mierda, no quiero tener que aguantar a mi tío, y no quiero vivir en este pueblo -
Javier acercó la última caja y sacó un carrete y una revista del Capitán Trueno.
- Esta es la edición extra, recién sacada -
- Cuesta dos pesetas y media, yo no tengo ese dinero ahora - le contestó Nart con la vista fija en la portada, añadiendo una sonrisa de sorpresa.
- No tienes que pagarme nada, te la regalo. Escóndela que no te la pille tú tío -
- Sí - dijo más animado, colocando todo el pedido, ya pensando en que sitio lo escondería.
- ¿Qué harás este domingo? - añadía Javier ya apunto de salir.
- Iré con Ade en bicicleta. Haré algunas fotos -
Javier movió la cabeza asintiendo - pero no te metas en líos -
Después de todo seguía con la misma obsesión. No se trataba de sacudir sus ideas, si no de averiguar cuáles eran las de su tío. Curiosidad o respuestas. Lo único cierto era su motivo de volver a subir al desván, a desvelar sus secretos.
Después, a media mañana, cuando los hombres hacían la pausa obligatoria en el bar para descansar, beber un vaso de vino y arreglar el mundo, y las mujeres empezaban a hacer la comida, Nart tuvo un respiro y subió de nuevo a escudriñar todas las cosas del desván. Como si algo le dijera que un secreto se escondía entre esas carpetas y en esas cajas. La mayoría de ellas desempolvadas por el uso continuo de su tío, tal vez fuese algún negocio sucio, que algunos del pueblo ignoraban y otros hacían no saber.
De repente encontró un viejo álbum de fotos. Lo abrió y empezó a hojearlo. Había decenas de fotografías antiguas, sueltas entre las páginas archivadoras. Imágenes de gente del pueblo, de la mina, algunas de lugares con nombres en francés. Las primeras fotos ya archivadas, eran de cuando el pueblo era aún una aldea, con casas de adobe y tejados de paja. En una de ellas, se veía a su tío jugando en el patio de una casa con otros niños de la misma edad; de seis o siete años. En otras se veía con su padre, los dos de adolescentes pescando en el río. Cinco fotos completaban la últimas hojas del álbum, dos eran de hacía menos tiempo y eran del tío de su amigo Pichas, saliendo de su casa y otras tantas saliendo de algún sitio que él desconocía. Las dos penúltimas fotos eran de cuando su tío estaba en el ejército, se veía en un campamento con el uniforme de camuflaje. En la otra, se le veía en el bosque cargando un fusil, con boina, camisa blanca, pantalones de tirantes y haciendo la señal de victoria con la mano. La última foto del álbum mostraba a una mujer joven de cabello castaño, sonriente y con un bebé en brazos. Enseguida la reconoció, el mismo pelo, la misma figura, la mujer era su madre. Al pasar el dedo por la foto, noto que esta parecía más gruesa, sacó la primera, detrás se escondían otras dos fotos. La que más le impactó, dejándolo desolado, atónito, era la fotografía de un hombre y un niño pequeño, pegados uno al otro, sobre un charco de sangre. Como si recibiera una descarga eléctrica soltó la fotografía, acordándose de la historia que le contó la tía. La segunda fotografía mostraba seis hombres muertos, que por las vestimentas, debían ser maquis. Las camisas, que se intuían blancas, estaban empapadas en sangre. Los cuerpos yacían en un descampado de tierra, salpicado de rojo grana, delante de un gran agujero, ancho y profundo. Esa imagen lo dejó aterrado. Giro la fotografía y vio la inscripción; Salardú 1941. Se apresuró a colocarlas en su sitio y cerró el álbum, lejos de entender el significado de la última foto. Las imágenes pasaban por su cabeza sin poder encajarlas, como un rompecabezas al que le faltaban muchas piezas. Revolvió todo lo que encontró allí arriba; muebles, cajas, archivadores, sacos, hasta que movió unos papeles que tapaban algo, los apartó, y vio un trozo de tela, el que formaba el fardo de los periódicos; el mundo de los maquis, acartonados, apena legibles, casi deshechos por la lluvia. Eran los que llevaba el Pichas el día que desapareció. Se quedó mirando, las preguntas se agolpaban en su cabeza. ¿Qué habría sido de él?, ¿habría muerto?, ¿estaría detenido?. Intentó recordar el rostro del Pichas, pero no lo consiguió. Solo veía una sombra, una silueta que se alejaba en la oscuridad. Se levantó y se acercó a la ventana. Una lluvia fina caía sobre el cristal. La luz de la mañana se oscurecía por la nubes, tapando la visión de la calle. De pronto, vio una silueta que se acercaba a la botiga con pasos lentos y pesados. Llevaba una caja grande de mucho peso. Trató de mantener la calma y fotografió toda aquella escena. Los golpes de flash apenas provocaron unos pequeños destellos, que desde afuera se ignoraba por completo. La oscuridad de la calle engulló los intentos de flash por positivar la corrección de la exposición. Acabó el carrete, le temblaban las manos, estaba nervioso, un escozor le invadía todo el pecho. Colocó la manta como estaba y bajó corriendo, pronto llegaría su tío. Abrió el portalón y se apresuró a salir a la calle, intentando ver de quién se trataba. Bajo aquella lluvia persistente solo pudo ver que el portador de la caja se acercaba hacia él. Cuando ya parecía que se disponía a decirle algo, retrocedió un paso y paró en seco, de repente apareció su tío, interponiéndose entre el desconocido y Nart. El desconocido preguntó si todo iba bien y tras dejar la caja por un momento en el suelo, el tío sacó un sobre, se lo entregó y preguntó: ¿es del puticlub?. El desconocido asintió, cogió el sobre y se apresuró a meterlo en la parka. Volvió a coger la caja y marchó en dirección hacia un coche que le esperaba con la puerta abierta. El tío se giró hacía la entrada de la botiga, para entrar, Nart tuvo que hacer una amago rápido y entrar antes que él para que no lo viera. Como si todo fuera normal, Nart le saludó con la vista en el suelo, pidió permiso para marcharse. Su tío tardó unos segundos en contestar, lo noto nervioso - qué le pasará a este chico - pensó, no le contesto, asintió con la cabeza. Nart cogió la chaqueta y salió a toda prisa, tomando la bajada en dirección a la casa de Moisés.
Su casa era de las más antiguas del pueblo, tenía tres plantas. Una escalera tétrica llegaba desde la segunda planta hasta la última, donde había una puerta marrón oscuro, con una pegatina redonda amarilla con tres aspas negras con letras blancas: “Peligro Nuclear”, una manera sarcástica de acotar el tránsito del resto de la casa. Allí tenía su estudio y todo lo referente a la fotografía. De las paredes siempre pendían fotografías húmedas, cogidas con pinzas, esperando ser seleccionadas y archivadas en su infinitos archivadores, bien ordenados en estanterías: “república española”, “guerra civil”, “maquis”, Jepps....
Repasaban las fotos que hizo a las caja del desván, pidiéndole a Moisés una explicación de lo que había: Pins del busto de Franco, el águila con las inscripción; una grande y libre. Insignia de las cinco flechas. Medallas nazis y franquistas. Estrellas y banderas.
- No puedes enseñárselas a nadie, de aquí no pueden salir estas fotografías, o te meterás en un lío-
Moisés retomaba el tema, el de la inquietud de Nart por lo que había visto en el desván.
- ¿Estás seguro que era lo que llevaba Elías? -
- Sí, estoy seguro. El trozo de tela desgarrado, mohoso, y los periódicos -
- Revelaré el carrete de hoy y lo hablaremos con calma. Mientras averiguaré quién era el hombre de la caja - Pensando que lo que haría, sería hablar con Alberto. Deberé contarle la perspicacia de su sobrino.