Alberto entró al bar de la plaza, el único que había en el pueblo; Bar el Nacional. Dejó su parka en el perchero mientras dirigía la vista hacia Andrés, el dueño del bar; un señor bajito, regordete con sobrepeso y medio calvo. Uno de esos pocos taberneros de toda la vida, que se podían permitir fumar puros cuando otros sólo podían fumar tabaco de liar, que mientras saludaban se limpiaban la manos con el trapo de secar la vajilla y se lo colocan sobre el hombro. En el local a esa hora había poca gente, era muy pronto y aún se notaba en el suelo que acababan de abrir. Con el palillo en la boca, sonriente y tranquilo, tras el desorden de la barra, saludó al señor Alberto mientras le hacía el café, como siempre.
- Lo quieres en la mesa o aquí en la barra - preguntó Andrés con voz tranquila.
Alberto dio unos golpecitos en la barra con los nudillos de la mano, mientras contestaba. - Aquí mismo -
- Aquí tienes, solo y fuerte, para un hombre de costumbres - dijo Andrés haciéndole la pelota.
- Déjate de tonterías y déjame el café - replicó Alberto mirándolo por encima del hombro.
Mientras tomaba el café, entró Gabriel, que saludó con un movimiento de cabeza, se sentó en la mesa más lejana de la barra, y gritó en voz alta ¡un carajillo!. Andrés seguía charlando con Alberto en un tono más bajo.
- ¿Qué sabes de Felipe, no se sabe nada de él aun? - dijo Andrés, con las cejas contraídas y los pómulos apretados, de rabia por lo que le hicieron a su amigo Felipe.
- Nada, las cosas se han puesto feas, y no parece que vayan a mejorar. No creo que haya sido la Guardia Civil, ellos dicen no saber nada - contestó Alberto.
- Si, tienes razón, no creo que haya sido la Guardia Civil - dijo Andrés meneando la cabeza.
- No hay manera que estos malditos fascistas nos dejen en paz - Alberto bajó la voz y continuó.
- La batida que hicieron en el monte Dean y Jorge, fue larga e inútil -
- Debe ser este maldito frío - añadió Andrés.
Alberto se quedó serio, e hizo un gesto de atención señalando con la cabeza hacía la mesa de Gabriel, dándole a entender que debían dejar el tema. A Gabriel no le dijeron nada, no quisieron que se uniera a la búsqueda, era mejor, de momento, dejarlo al margen. Estaba totalmente abstraído y abrumado, por la desaparición de su hijo.
- Eres un chocarrero fascista - Gabriel saltó enfadado, proyectando sus palabras hacia la barra.
- Cuál es el motivo de tú mala leche -le contestó inmediatamente Alberto, sin saber, si se dirigía a él o a Andrés.
- No es extraño que seas tú el único del pueblo, que le parezca que no pasa nada - dijo Gabriel dirigiéndose a Alberto.
- Si te refieres a la mayoría del pueblo, me incluyo yo -
- No, tú no eres todo el mundo, tus intereses no te dejan ver el problema de los demás - Gabriel se puso de pie enfadado.
- Tengo asuntos de que preocuparme - se despidió Alberto, mientras dejaba en la barra sesenta céntimos del café. Cuando ya se dirigía a salir del bar, Gabriel le detenía con voz temblorosa.
- Aún no ha aparecido mi hijo, mi único hijo, y parece ser que a ti te importa muy poco. Solo te preocupas de ti - Alberto se quedó un instante parado delante de él, con las cejas fruncidas, y conteniendo la rabia. Alberto sentía un gran aprecio por él y sabía lo que estaba sufriendo por su hijo Elías.
- Espero que lo encuentren pronto, pero a mi no me toques los huevos - contestó Alberto con su habitual tono chulesco.
-Estás loco, no me podrás detener, yo encontraré a esos cabrones, y luego.. - Alberto se giró y se anticipó - y luego qué, crees que tu solo podrás con todos ellos. Quédate en casa y déjanos hacer a nosotros -
- Algún día, se revolverá todo contra esos fascistas -
Las miradas de los dos fue como el choque de dos meteoritos recién impactados en el espacio, en un silencio devastador Gabriel contestó.
-No te quedes ahí parado, idiota y lárgate de aquí -
Alberto se giró lentamente y le miró, no quiso entrar en la provocación y salió del bar.
El local se quedó en silencio un instante. Gabriel permaneció de pie unos segundos y se sentó con las manos en la cabeza murmurando - No sé qué me pasa, no puedo controlarme -
Son muchas las maneras de expresar la rabia, de dejarse llevar por el dolor y sobre todo asumir la pérdida.
Gabriel no estaba asustado, estaba rabioso. Su cuerpo estaba sudoroso, los ojos estaban llenos de sangre por la ira. La tensión le subía desde el corazón y le hacía notar los latidos en su cabeza, no podía parar. Se acordaba de todo el tiempo que pasó en el monte combatiendo, y lo que vivieron. La gente y los compañeros heridos, y los que murieron. Le costaba concentrarse, se sobresaltaba con frecuencia, tenía pesadillas. El brazo le temblaba, se sentía acongojado, aun así quería seguir y acercó su mano a su pistola. Porque siempre la llevaba, porque siempre la odiaba. ¿Podría hacerlo?. Ya no tenía nada que perder, su mano rozó la culata. En ese mismo instante el brazo de Andrés tocaba su hombro.
- Cálmate Gabriel, esto es innecesario - dijo acercándose un poco más, hasta alcanzar su mano encima de la culata de la pistola.
- Deja tranquilo ese chisme. Solo estás cabreado y no es culpa tuya - le hablaba con voz tranquila mientras le ponía en la mesa un vaso con licor de Cassis y volvía la barra. Gabriel no se molestó en mirar, ni al vaso ni a él. Esperó un instante y después dejó caer la mano, tragó saliva y se fue del local más calmado, cabizbajo secándose el sudor con la manga del jersey. No era la primera vez que le pasaba, la guerra le dejó huellas físicas, pero no más dolorosas que la psíquicas, ocultas y devastadoras; quizá las más difíciles de sanar. A veces hasta pensaba en el suicidio.
Subió la calle camino de su casa. Allí estaban; Nart y Ade, sentados en el banco de la plaza, Moisés extendía un plano mientras hacía gestos, señalando algún punto con el dedo, contándoselo a ellos. Ade tenía los ojos bien abiertos, con la mirada clavada en el plano, atendiendo las instrucciones que le daba. Gabriel se acercaba a ellos percatándose que hablaban de puntos marcados para buscar al Pichas.
- Dejadme el asunto a mi - dijo casi llegando sus palabras antes que él.
- También es cosa nuestra -respondía Nart.
- Dejadme ver ese plano - dijo, mientras se lo arrebataba a Moisés. El plano tenía cuatro círculos que encerraban cuatro nombres: Arrós, Vilamós, Benós y con un doble círculo: Tredós.
- ¿Por qué Tredós? - dijo Gabriel.
- Ese sitio es el más lejano, pero conozco muy bien el pueblo. Lo dejamos para visitarlo el último, porque alguien debe llevarnos - Ade explicaba marcando todo el camino con el dedo, desde Les hasta Tredós.
Lo dejaban como última opción por ser el sitio más lejano y sobre todo, con la idea de pasar antes por Betlan a ver a su madre. Calculando que ya para entonces la nieve y el frío habrían dado paso a la primavera.
- Dejadlo correr, es peligroso ir por esos caminos helados, el pueblo está muy revolucionado últimamente - murmuraba mientras les daba la espalda. Se hacía de noche, sería mejor guardar el plano y hacer caso a Gabriel, al menos por hoy. Ade cogió la mano de Nart susurrándole - mañana a las ocho aquí - volvieron la cabeza mirando a Moisés, esperando aprobara la idea de salir temprano de nuevo, pero este ya estaba llegando a la bajada camino de su casa.
Moisés les dijo que él les prepararía el plano, y que como siempre le dejaría algún carrete para documentar su salida, esperando pudiera contar algo más sobre los Jeeps.