Nart vestía unos vaqueros y una cazadora de piel. A la izquierda estaba el camino por el que subió desde Les, y delante, a unos metros de él, una profunda vertical que rozaba las nubes. Se acercó un poco más al precipicio para despedirse. Desde allí podía ver la columna de pueblos, adornados de pequeñas casas, atravesadas por la carretera de curvas, como si fuese una hoz, que quisiera dividirlas; en lo que fue ayer, y en lo que es hoy. A un lado el paso del tiempo, y en el otro el futuro.
El libro había descubierto toda la verdad. No terminaba con un final feliz respecto a su padre, nunca supieron de él. Y aunque aún sigue siendo un misterio, espera que algún día pueda leer su historia. Retrocedió dos pasos, queriendo ver las nubes que rellenaba aquel inmenso hueco. Supo en aquel mismo instante, que aquella fotografía sería una de sus mejores imágenes. El más bello momento, siempre perfecto. Se giró, Ade se acercaba a la hierba, como muestra reverente de cortesía, se descalzó y miró las nubes. Nart se aproximó un poco más al precipicio, y esperó. Ade se colocó junto a él y le cogió la mano. El cielo estaba escrito con nombres y apellidos, arrugados y olvidados. Pero ahora sabían que, donde acababan los nombres, empezaba la historia.
Admiraron un buen rato el verde fundido con el horizonte, culminado con nubes verticales, así era Baqueira Beret. Retrocedieron con las manos entrelazadas, en silencio, mirando el infinito, donde se besaron.
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