Las Promesas Que Te Hice

NÚMEROS EN ROJO

UNIVERSITÉ DE BORDEAUX 
— Si admito que me equivoqué y te pido disculpas, volverás a hablarme algún día? 
— Como si tus disculpas y tus arrepentimientos fueran a cambiar alguna cosa. 
— Siegfried, las cosas no van a cambiar, pero si consideras que cometí un error, merezco una oportunidad. Todos merecemos una, y tú y yo somos amigos aunque digas que ya no. Si yo hubiera visto llegar a Leyla a la fiesta, te juro por lo más sagrado, que te lo habría dicho. 
El teléfono móvil del joven Siegfried sonó. Era su padre Peter quién lo había llamado para recordarle que lo esperaría en su oficina puntualmente a las 14:00 horas. 
— Padre, son las 13:30, acabo de salir de mis clases, y te recuerdo que me quitaste el coche por lo tanto no podré llegar puntualmente para las 14:00 horas. Estaré allí en el tiempo que me tome llegar —Le dijo colgando la llamada mientras caminaba hacia la salida del campus, con Leroy detrás— 
— No tienes coche, en cambio yo si lo tengo. Puedo llevarte si quieres. 
— No es necesario. Iré en bus. 
— ¿En bus? 
— ¿Qué? ¿Piensas que no puedo ir en bus? 
— Puedes, pero en mi coche llegarás a tiempo. Incluso cinco minutos antes —Le dijo sin demostrar demasiada insistencia— 
Jan Siegfried acabó aceptando el ofrecimiento de Leroy, y fueron juntos hasta la W. Betrieb Importeur, empresa del señor Peter Willemberg. 
— ¡Te lo dije! Cinco minutos antes —Exclamó— 
Siegfried antes de descender del coche, guardó silencio en su sitio, por un par de segundos. 
— No puedo culparte por mi destino, Leroy. No volví a este mundo para intentar huir de ellos —Dijo— Eso sería tanto como culpar a mis padres del cáncer que padezco o de los errores que yo mismo he cometido. 
Su amigo ya estaba acostumbrado a que dijera cosas raras como esa por lo tanto simplemente lo oyó sin decir nada. 
— Sin embargo me hubiese gustado que al menos comprendieras mis decisiones, pero cadi nunca lo hacías. 
— Lo sé… luego de todo lo sucedido, comprendí. Muy tarde pero lo hice. Si sirve de algo quiero que sepas qué he perdido todas las ganas de volver a asistir a cualquier tipo de fiesta. ¡No quiero saber nada de fiestas nunca más! —Recalcó y Siegfried inevitablemente se echó a reír— ¡Oye! Estoy hablando muy en serio. No te burles. 
— ¿Tú no quieres volver a saber nada de fiestas? 
— Así es… 
— Leroy, las fiestas no son el problema. El problema somos nosotros cuando nos metemos a ellas. Sobre todo yo. 
— Pues entonces con más razón no deseo volver a saber de ellas. 
— Mmm… si así lo consideras, me parece bueno saberlo. Quizás yo considere un día de estos, invitarte al Valle De Las Nubes. 
— ¿Al Valle De Las Nubes? ¿Qué acaso ya está terminado? 
— Aún no, pero los corredores que conectan con la bodega de mis reservas ya lo están y cuento con una colección de vinos exclusivos en la misma. Si deseo emborracharme para ahogar mis penas, lo hago ahí sin que el mundo se entere y sin que ninguna Leyla se cruce en mi camino —Leroy rio negando con la cabeza— 
— Entonces considéralo cuanto antes y me avisas. 
— Mmm… Ahora me voy. 
Siegfried consultó su reloj. 
— Me queda un minuto antes de que mi padre se ponga como un energúmeno si no llegó a tiempo. 
La empresa de Peter Willemberg muy pocas veces había sido visitada por Jan Siegfried. No conocía a nadie, a excepción de la recepcionista a quién se acercó para que por favor le anunciara sobre su llegada a su padre. 
La misma así lo hizo y a los pocos segundos una secretaria apareció ante él y lo condujo hasta la oficina del señor Willemberg, bajo la atenta mirada a de algunos empleados. 
— ¡Vaya! Cuando me colgaste el teléfono pensé que en verdad llegarías tarde. 
El joven bajó su mochila sobre uno de los asientos junto al escritorio y se sentó en el otro. 
— Pues ya estoy aquí. Dime qué quieres que haga. 
— Rugier Guérin, el contador de la empresa pidió unos días libres por motivos personales, y mi asesor se encuentra en Baviera haciéndose cargo de otras cuestiones qué le encomendé, por lo que no podrá contactar con un cobrador interino. La fecha de verificación ante el comité de contaduría se adelantó por esta ocasión y necesitamos preparar el balance de las cuentas del último trimestre, por eso pensé en ti. Tú harás por esta ocasión el trabajo del contador —Explicó casi sin respiro— Vas por tu tercer año de carrera universitaria por lo que supongo qué sabrás muy bien hacer esa labor. Habitualmente le toma a Rugier un par de días hacer el balance de todo el trimestre, por lo que te daré a ti ese mismo tiempo. 
El señor Peter Willemberg volvió a llamar a su secretaria y le pidió que acompañara a su hijo hasta la oficina de contaduría. 
Daria, la secretaria, condujo al chico hasta el lugar. Ingresaron y la mujer comenzó a explicarle ciertas cuestiones. 
— Solo el contador de la empresa tiene acceso a esta oficina, y todos los archivos de los últimos tres años se encuentran aquí —Dijo apuntando una enorme estantería de archivos enumerados— Los de años anteriores se encuentran registrados en archivos digitales de este ordenador —Continuó apuntando la computadora— Desde luego puede usarla usted si lo desea. 
Jan Siegfried observó todo su alrededor y posteriormente se acercó a la estantería de archivos. 
— Si necesita alguna cosa, joven, no dude en pedírmelo. 
— Lo haré… ¡Gracias! 
Luego de que la secretaria abandonara la oficina de contaduría, Jan Siegfried colocó nuevamente su mochila sobre una silla y volvió a mirar la estantería. Todos los archivos se hallaban ordenados por año cronológico y por trimestre, por lo que no le costó nada hallar el archivo que contenían los ingresos y egresos de todo el último trimestre. 
Sin más tiempo que perder tomó el archivo y lo llevó hasta el escritorio donde se pondría manos a la obra. O mejor dicho. Manos a las cuentas, en lo que para cualquier contador sería un arduo y exhaustivo trabajo. 
¡Para cualquier contador, no para Jan Siegfried! Un chico con una mente realmente brillante y poco utilizada hasta ese momento. 
En la universidad se desempeñaba como uno de los mejores alumnos pese a sus constantes ausencias por razones ya conocidas. Algo realmente extraño y poco habitual para los maestros académicos de la prestigiosa universidad de Burdeos. 
Para finales de la tarde ya llevaba verificada la mitad del archivo trimestral, y pensó que quizás podía terminar todas las cuentas del balance para esa misma noche sí le pedía a su padre autorización para quedarse allí, sin embargo varias irregularidades halladas en las cuentas, hizo que se frenara en su intención y que volviera a verificarlas para estar seguro de su propio trabajo. Hacer aquello le tomaría al menos otra tarde más por lo que prefirió no mencionarle a su padre nada al respecto hasta que no culminara por completo su labor. 
Al día siguiente en la universidad, Jan Siegfried y Leroy volvieron a acercarse, y aquella era una buena señal para una amistad entre ambos que se había visto quebrantada por causa de las artimañas de Leyla Busquets. 
— ¿Estás bien? Te ves muy alterado —Le preguntó refiriéndose específicamente a su piel que se había puesto anormalmente colorada— 
El chico no contestó a esa pregunta. 
— ¿Leroy, tú ya has trabajado en la empresa de tu padre? 
— ¡Oh por favor! Ni siquiera lo menciones. Aún no me lo ha pedido, pero sospecho que no tardará mucho en hacerlo también. 
— Mmm… ¿Qué harías si descubrieras varias irregularidades en las cuentas del balance trimestral de ingresos y egresos en la empresa de tu padre? 
— ¿Qué haría? Desde luego decírselo de inmediato a mi padre. No me digas que hallaste irregularidades en el balance. 
— Lo hice —Susurró— Encontré muchas irregularidades en el archivo del último trimestre. Desde luego lo dudé y volví a revisarlos, pero ya no me dio tiempo de culminar la verificación. Lo haré hoy mismo. 
— ¿Y si confirmas esas irregularidades significaría que el contador estuvo alterando los números de los ingresos y egresos? 
— Exactamente —Contestó— ¿Te das cuenta de lo que significa? ¿Y de lo que podría significar para mi padre? 
— Si los números del último trimestre están alterados, fácilmente los anteriores también pudieran estarlo. 
— Un contador podría equivocarse, Leroy. Alguna vez tú y yo podríamos equivocarnos. ¿Cierto? 
— Cierto, pero el error o la equivocación recurrente de un contador, significaría el despido directo en caso de qué fueran descubiertos. Es verdad que podemos equivocarnos un par de veces y descubrir nuestros propios errores para corregirlos inmediatamente, pero jamás hacer figurar como correctas las cuentas dentro de un balance. 
El joven Siegfried suspiró profundo llevándose las manos a las mejillas. El chico se veía un tanto alterado y con la piel realmente enrojecida. 
— ¿Seguro que estás bien, Siegfried? —Preguntó su amigo— Puedo llevarte a tu casa si no te sientas bien. 
— Quiero que me lleves a la empresa de mi padre. Yo necesito sacarme estas dudas hoy mismo. 
— Pero si te sientes mal eso puede esperar. 
— Yo no puedo esperar, Leroy. ¿Me llevas o voy solo? 
— Está bien… te llevo. 
Ni bien llegó a la empresa, se encerró en la oficina de contaduría y no volvió a salir de allí hasta no estar completamente seguro de que las cuentas de su balance fueran correctas y sin error alguno. 
Durante el transcurso de la tarde solo pidió a la secretaria Daria, una taza de café y un par de medialunas, y posteriormente continúo trabajando sin interrupciones. Culminó todas las cuentas de su balance trimestral y posteriormente le echó un vistazo a un archivo del trimestre anterior. 
Desde luego aquellas cuentas ya se habían sellado antes el comité de contaduría, sin embargo pudo notar que dichas cuentas no coincidían con las cifras reales de ingresos y egresos. Para Jan Siegfried ya todo estaba claro. El contador de W. Betrieb Importeur había cometido un gran fraude. 
Pensó un par de segundos y posteriormente tomó el archivo con la intención inmediata de llevar a su padre las cuentas del balance trimestral, no obstante algo lo frenó. Quiso ingresar a los archivos de años anteriores que se encontraban guardados dentro del ordenador, pero estos documentos se hallaban encriptados y solo el contador poseían acceso a ellos. 
La puerta sonó un par de veces. Era la secretaria Daria quién tenía un mensaje para el chico. 
— Disculpe joven, su padre me pidió que le avisara que por favor vaya a su oficina a esperarlo porque considera que por hoy usted ya ha trabajado bastante. Dentro de 15 minutos aproximadamente él saldrá de una reunión y podrán ir a su casa. 
— Mmm… de hecho ya iba de salida, Daria —Le dijo apagando el ordenador— 
— No debe apresurarse para acabar el balance. El registro de verificación ante el comité de contaduría será dentro de tres días. 
— Pues yo ya terminé todas las cuentas del balance, trimestral, Daria. 
— ¿La terminó? La del primer mes del trimestre, supongo —Preguntó con incredulidad— 
— Las de todo el trimestre —Reiteró el joven mientras ambos se dirigían rumbo a la oficina del señor Peter Willemberg— 
La secretaría continuaba observando al chico con ojos incrédulos. 
— ¿Daria, puedo hacerte un par de preguntas? 
— ¡Por supuesto, joven! 
— ¿El contador de la empresa, desde hace cuánto trabajas aquí? 
— Rugier Guérin trabaja aquí desde hace 5 años. 
— ¿Al igual que usted? 
— En realidad yo entré aquí un poco antes. 
— ¿Entonces conoce todos los movimientos de la empresa? ¿El gerente comercial, quién es? —Continuó mientras mudaba el archivo en su brazo derecho— 
Al joven Siegfried le había vuelto a brotar nódulos en el dorso de las palmas de las manos, y la secretaria pudo percatarse de ello. 
— El gerente comercial, Walter Riar está aquí desde hace 3 años. ¡Disculpe joven, Siegfried! ¿Acaso se lastimó las manos? Puedo traer el botiquín si lo desea. 
— Estoy bien. No se preocupe. Ingresaré a la oficina de mi padre ahora para esperarlo allí. 
— ¡Está bien! La reunión culminará pronto. 
Siegfried colocó el archivo sobre el escritorio de su padre y posteriormente se sentó sobre una silla giratoria que se encontraba junto a un ventanal de cristal con vista a la ciudad, y allí se vio vencido ante el agotamiento pese a su intento por no demostrado. Incontables minutos después, el señor Peter Willemberg finalmente ingreso a su oficina y se acercó a su escritorio observando el archivo. Posteriormente observó a su hijo. 
— ¿Siegfried, hijo? 
— Pensé que no saldrías nunca de tu reunión, padre —Le dijo con la voz un tanto apagada— 
— Me demoré más de lo debido porque a veces las reuniones duran más de lo considerado. ¿Qué hace aquí el archivo del último trimestre? —Preguntó abriéndolo para echarle un breve vistazo— ¿Qué significan estos números rojos? —Continuó volteando páginas tras páginas hasta abanicarlas por completo percibiendo en todas ellas un sinfín de números en rojo— 
—Terminé las cuentas del balance trimestral, padre, y esos números en rojo son los verdaderos resultados. 
— ¿Cómo que las terminaste si apenas llevas un día con ellas? No pudiste haberlas terminado tan pronto y por consiguiente estos números en rojo no pueden ser correctos —Dijo con voz tajante— 
— Hice lo que me pediste que hiciera, padre y esos son los verdaderos resultados —Le replicó levantándose de la silla giratoria— 
— Pero todas las cuentas poseen números en rojo, Siegfried. ¿Cómo es eso posible? 
— Pues deberías preguntarle a tu contador cómo es eso posible —Dijo llevándose una mano a su frente— 
Repentinamente se sintió sofocado, con respiración dificultosa, y su padre notó los nódulos en las manos de su hijo. 
— ¿Hijo, qué tienes? —Preguntó acercándose a él, tomándole las manos y luego palpando su frente— ¡No de nuevo, hijo! Tú estás ardiendo en fiebre, Siegfried. 
— Llévame a casa, padre. Estoy muy cansado. 
— ¿A casa? Mira cómo tienes las manos. 
El hombre levantó las mangas de su hijo y ambos brazos estaban cubiertos de manchas enrojecidas. 
— Iremos ahora mismo a un hospital. 
— No quiero ir a ningún hospital, padre. Llévame a casa, por favor. 
— No Puedo llevarte a casa si tú no estás bien. ¡Daria! —Llamó a su secretaria— 
— ¡Señor! 
— Pide que preparen el coche ahora mismo y cuando salga de aquí, cierra de inmediato mi oficina con llave —Le indicó mientras guardaba bajo llave aquel archivo con las cuentas del balance del último trimestre, dentro de un buró— 
— Como usted ordene, señor. 
— ¡Vámonos, hijo! ¡Despacio! —Pidió tomándolo de un brazo mientras se dirigían hacia la salida de emergencia de la empresa. 
— El coche ya está listo señor Willemberg. ¿Le sucede algo al joven Siegfried? 
— Otra de sus crisis de piel, Daria —Susurró— pero por favor no lo comentes con nadie, y haz lo que te he pedido. ¿Si? 
— Lo haré, señor, y no debe preocuparse por nada. Si necesita alguna cosa no dude en llamarme. 
— ¡Gracias! 
El señor Peter Willemberg de inmediato abordó el coche junto a su hijo y le ordenó al chofer que los llevara a casa. Siegfried no tardo en recostarse sobre el regazo de su padre, colocando sus piernas sobre el asiento. 
El chico en verdad se veía muy mal y los nódulos del dorso de sus manos comenzaban a sangrar. 
— Hijo, tu madre se pondrá furiosa conmigo si te llevo a casa en este estado. ¡Lo siento, pero debo llevarte al hospital! —Le dijo a su hijo que ya no replicó— Pega la vuelta, Gerard y dirígete al hospital de Libourne! —Ordenó, y el chofer cambió su trayecto de inmediato— ¿Siegfried, desde cuando estás así? ¿Siegfried? Hijo… 
El chico ya no respondió, y fue entonces que en medio de su desesperación, el señor Willemberg le pidió al chofer que acelerara la marcha. 



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Editado: 10.02.2022

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