Íbamos en la camioneta de papá todos, después comprar los útiles escolares, de los chicos, nos dirigiamos a casa y yo era la encargada del GPS, ya que no éramos muy buenos orientándonos sin ayuda, y mientras iba dando indicaciones, despotricaba sobre el sargento Hamilton.
-O sea me llamó en pocas palabras peli teñida y yo soy rubia natural-, exclamé molesta.
-Ya lo sabemos Keinell, no has parado de hablar sobre eso desde ayer-, me dijo Adbias.
-Ok, dejémoslo hasta ahí-, dije dispuesta en dejar el tema-, pero saben ¿Qué es lo que más me molesta?...- y ahí seguí yo despotricando.
Después de un rato, me di cuenta de algo... leí mal las indicaciones del GPS, ahora estábamos en un sitio, que tenía pinta de estar olvidado por la mano de Dios, las casas se veían destartaladas, los frentes estaban descuidados y muy sucios, y las personas que estaban fuera no tenían la mejor pinta, y yo me asusté, y no fui la única.
-Keinell ¿Dónde estamos?-, preguntó papá.
Yo miré el GPS y le contesté.
-Hale City.
-Dios mío entre todos los lugares terminamos aquí-, susurró Queen asustada también.
-¿Por qué, qué sucede?-, preguntó Eli.
-Esta es la zona más peligrosa de la ciudad-, explicó papá.
Yo abrí mis ojos por la sorpresa, demonios, eso sí que era mala suerte.
-¿Qué esperas para sacarnos Jonás?-, le dijo Eli.
-A eso voy.
Empezó a retroceder, pero de la nada, la camioneta se apagó.
-Mierda, mierda, mierda, mierda, ¿Qué vamos hacer?-, dije asustándome.
-No lo sé, ¿Y si llamas a la policía?-, preguntó papá tratando de serenarse.
-Si claro, y ya vinieron a ayudarnos, no papá, además si se entera la prensa que Keinell estuvo por estos sitios, la quemaran viva y empezarán las especulaciones-, dijo Adbias.
Ya era hora que dijera algo inteligente.
-¿Y si llamas al sargento?-, preguntó Nahum en un susurro.
Todos me miraron, y me coloqué nerviosa, bueno esa era una opción, nuestra única opción mejor dicho, y ya la gente del lugar estaba viendo muy interesada la camioneta, así que tomé el teléfono y llamé.
Repicó y al tercer tono fue que lo agarraron.
-Hamilton, ¿Quién habla? -, dijo la ya conocida voz del sargento.
Vamos Keinell, tú puedes.
-Hola sargento, soy Keinell Cox, lamento molestarlo, es sólo para pedirle que nos venga a buscar, mi familia y yo tuvimos un percance y terminamos en Hale City, la camioneta se apagó y ajá-, le expliqué.
Lo único que recibí como respuesta fue un gruñido y el familiar sonido de quien ha colgado la llamada.
-Me colgó-, les conté sorprendida.
Adbias tuvo el descaro de reírse, como si lo que estuviéramos pasando fuera lo más divertido del mundo.
A los minutos vi acercándose a varios hombres armados hasta los dientes, instintivamente me coloqué en modo de defensa.
-Esta maldita camioneta no arranca-, dijo mi papá mientras le daba de trancazos al volante.
Ya había perdido todo tipo de esperanzas, cuando de repente una camioneta derrapó enfrente de los hombres, y de ahí se bajó el sargento Hamilton con su cara seria y ceño fruncido, los maleantes salieron corriendo y yo tenía ganas de llorar de felicidad.
El hombre se acercó a nosotros y tocó la ventanilla del puesto del piloto.
-Buenas tardes sargento Hamilton, mi nombre es Jonás Cox, gracias por ayudarnos-, dijo mi papá soltando un suspiro de alivio.
-No hay problema señor Cox, sólo dígame una cosa, ¿Cómo fue que ustedes terminaron acá?
-Por culpa suya sargento-, le reclamó mi hermano.
-¿Mía?-, preguntó el sargento confundido.
-Sí, si usted no le hubiera dicho a mi hermana peli teñida, ella no hubiera despotricado sobre usted en todo el camino y no se hubiera distraído, no se sí está enterado de que ella sufre de déficit de atención, así que como comprenderá, ella no puede hacer dos cosas al mismo tiempo, y creyó que era más importante soltar improperios sobre su persona, que estar mirando el GPS, ahora, por favor sargento, como favor hacía nosotros, pídele disculpas a Keinell, porque si seguimos como vamos, en vez de llegar a casa, terminaremos en el infierno.
El hombre lo miró sorprendido, y yo estaba tan roja como un tomate, me daban ganas de agarrar la lengua de Adbias y machucarsela hasta decir basta.
-Sí piensas hacerle algo a Adbias trata que nadie te vea, puedes ir presa por agresión de uno a cinco años, según como lo dejes-, me explicó Nahum, en un susurro.
-Este no es lugar para conversar, ¿No creen?-, dijo amablemente Elizabeth.
Dios te bendiga mi Eli.
-Estoy de acuerdo, engancharé el carro para poder irnos-, dijo el sargento.
Fue a su camioneta y buscó unas cosas, mientras tanto yo imaginaba como envenenaría a Adbias sin levantar sospechas.
-Está todo listo, señorita Cox, ¿Sería tan amable de acompañarme?, quiero hablar con usted-, me pidió amablemente el hombre.
Cosa que me sorprendió, sinceramente yo jamás me lo imaginé siendo amable.