Llegaron a un gran salón con colores violetas y un toque de color vino, unas cortinas aterciopeladas y una gran mesa llena de comida; habían unas cuantas personas vestidas elegantemente.
Al ver a Orne y a Clement todos hicieron una reverencia, mostrando su respeto ante la anciana y su recién llegada nieta.
Todos estaban sonriendo, le decían cuán bella era.
Clement se sentía orgullosa de su nieta, hasta el momento había demostrado una educación formidable, ni siquiera había protestado cuando le dijo lo de Sarah, tampoco había sido descortés o insolente y eso era suficiente para ella por el momento.
Además, Clement se dió cuenta de que Orne podía hablar varios idiomas, sería fácil convencer a todos de que había estudiado en el extranjero y que por eso se las presentaba hasta ahora.
Clement la amaba.
La amaba con gran parte de su ser.
A su manera, claro está.
Todo iba de maravilla.
Las personas del salón reían alegres y seguras, la comida era una exquisitez y los lujos de aquel lugar eran simplemente perfectos...
Pero Orne no se sentía en su hogar.
Claro que le gustaba el lugar, no iba a negar que era en verdad hermoso y cómodo, pero aún con todas las virtudes que salían a relucir, ella no sentía calor de hogar. No sentía que aquel fuera su lugar.
Quería escapar, pero no podía.
No aún.
Tenía que esperar unos minutos más.
Su anhelo de libertad era desesperado.
Por eso es que se alegró tanto cuando una mujer de sombrero con plumas se le quedó viendo horrorizada.
O más bien, a lo que había detrás de ella.
Editado: 06.02.2021