IV
NÉMESIS
(1971)
- Martha Loor, señor. Mi nombre lleva una “h” después de la “t”.
- ¿Ocupación?
- Soy cantante… Y bailarina. Me dedico a hacer marimba.
- Para hacer eso, ¿no se necesita tener la piel más oscura? Por su aspecto no parece…
- La marimba se lleva en la sangre, no en la piel. Todos tenemos la sangre del mismo color.
- Bien. ¿Procedencia?
- Nací en la hacienda de mi padre, en la comunidad de El Timbre.
- ¿Cuánto tiempo hace viviendo en Muisne?
- Mucho. Llegué a esta isla desde los doce años. Pero viajo a muchas partes de la provincia haciendo presentaciones.
- ¿Cuál era su relación con la víctima?
- Era mi tía, he vivido con ella desde que llegué aquí.
- ¿Qué edad tiene ahora?
- Veintiuno –repuso la mujer con timidez.
Al despacho ingresó un joven moreno y alto, vestido en su uniforme. Miró a la muchacha con atención.
- Conque ésta es la zorrita ¿ah? –Dijo, con una sonrisa saturada de sarcasmo.
- Respete, Peña. –repuso el otro hombre.
- ¿En verdad es tan bella como la describen? –dijo Peña tomando de la quijada a la muchacha.
- Déjela, este no es su caso, Peña. Ni tampoco es objeto de indagación la apariencia de la ciudadana. Ud dedíquese a tomar los apuntes y registre todo lo que aquí se diga.
- Pues ni loco me acercaría a menos de un paso de ella. Esta zorra ha dado buena cuenta de muchos…
- No se adelante cabo. Fíjese que toda persona es inocente hasta que se le pruebe lo contrario. ¿Nunca se lo enseñaron, Peña? –Dijo el teniente con alta voz a su pesar.
Llevaba escasos cuatro meses en la jurisdicción. Tanto él como el cabo eran prácticamente forasteros recién llegados y no quería dar la impresión de que no estaban al tanto de los derechos de las personas.
- Qué inocencia ni qué nada, mi teniente. Esta loca lleva una maldición en sus venas… -respondió el cabo mirando a la chica con desprecio.
- Peña, saque el libro de apuntes, hay que actuar con prontitud, para la noche la gente se va a enterar de toda esta desgracia, y el trabajo se va a dificultar. Señorita Loor, ¿está segura de que no quiere que esté presente su abogado? –terminó preguntando el oficial algo inquieto.
- No lo necesito, señor. –repuso la joven.
- Anote eso en el registro, Peña. Y Ud. señorita firme aquí, para dejar constancia.
La joven firmó unos papeles con desgano. Ella los miraba con indiferencia mientras hablaban, su pierna cruzada y la mirada hincada en un punto lejano, ausente dentro de esas cuatro paredes. Su cabello estaba muy bien arreglado y maquillado el rostro. Largas pestañas con rímel… Vestía un atuendo muy llamativo: vestido rojo como sus labios pintados y unos largos tacones, que sumados a sus enormes ojos cafés le daban una apariencia muy refinada. Su piel mate y su cabello claro castaño combinaban entre sí otorgándole una belleza frágil. Sus modales eran finos, sus palabras eran suaves, su figura muy delgada, su aspecto noble.
- Y como que ya estará lista para rendir su declaración, ¿señorita? –preguntó el oficial.
- ¿Qué debo declarar? –Preguntó a su vez como volviendo de un sueño.
- Debe indicarnos dónde estuvo. Qué hacía a la hora en que la víctima sufrió su deceso.
La joven miró al oficial con ojos de cavilación por un momento. Mirando hacia otra parte, respondió:
- No lo sé.
- ¿No lo sabe? El cadáver de la mujer con la que Ud. ha vivido los últimos nueve años de su vida aparece tirado en el medio de la casa desde la noche de ayer. ¿Y Ud. no recuerda lo que pasó? Me parece que está haciendo muy poco para salvar su pellejo del encierro. Y a decir de su expediente, puede que le toque pasar muchos años tras las rejas…
El hombre alto, que se había apoyado a la pared opuesta, escuchaba cruzado de brazos. En este momento intervino:
- ¿En qué momento la liquidaste, chiquita..? ¿Hiciste lo mismo que con todos esos hombres que aparecieron enterrados en el patio trasero de la casa de tu “amada” tía?
- Déjeme esto a mí, Peña. –interrumpió el oficial- Cuídese de sus propias cosas. Este caso es mío y si necesito de su ayuda, no dude que se lo haré saber. Ahora si no le molesta…
- ¿Quieres probarlo? –interpuso Martha levantando sus cejas y encendiendo sus primorosos ojos, dirigiéndose a Peña que estaba atendiendo las palabras de su oficial superior.
Esto dejó mudos a los uniformados, quienes regresaron la mirada sincronizadamente, temiéndose algo terrible.
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Editado: 29.11.2018