Las Siete Esmeraldas

Capítulo 5, HATHOR (Sonia)

V

HATHOR

(1968)

Sonia corría entre los surcos que separaban los árboles de banano, desesperada y agitada, su cabello negro azabache elevado al viento, brazos extendidos y sus escasas ropas que dejaban entrever sus anchas caderas, largas y gruesas piernas como las palmeras de las playas, sus pies descalzos, el brillo de su piel canela y el exquisito busto que se balanceaba de arriba para abajo en un baile de mágico encanto, que lastimosamente, nadie podía observar en medio de aquella noche de luna llena.

- ¡Clemencia! ¡Clemencia! ¡Lo vi! ¡Lo vi! ¡El propio Riviel, el propio Riviel!!! –Sus enormes ojos negros emitían chispas de fascinación.

- Calma niña… ¿Qué dices? Qué Riviel ni qué nada. No ves que esas cosas no existen pues. –respondió la negra muchacha, mientras lavaba la ropa en el río.

- Que sí, lo he visto, mijita. Lo vi mientras me alejé de ti un poco aguas abajo. ¡Dios mío, casi casi me da un ataque, qué miedo!

- Deja de andar hablando tonteras niña, y ayúdame con esta ropa que ya van a ser las ocho. Tu hermano debe estar esperándote.

- ¿Mi hermano, mijita? Ese no es mi hermano, cuántas veces te he dicho que ese es un aparecido nomás. –respondió la muchacha jadeando.

- Como sea, igual se va a poner furioso si no nos ve en casa para las ocho.

- Acompáñame mijita. Vamos para que lo veas con tus propios ojos –rogó Sonia tomando de la mano a Clemencia.

- ¡Ay! ¡Uno de estos días vas a hacer que tu hermano me bote de la casa de una vez! –dijo Clemencia dejándose llevar.

Aguas abajo había un caminito estrecho que bordeaba el pequeño río y que no tendría más de un metro de ancho. Escondido entre árboles de plátano y sauces, la trocha se regodeaba internándose en el bosque y saliendo de nuevo a la orilla. Parecía haber estado abandonado por un buen tiempo, ya que en él no se podía observar huellas, pisadas de animales ni nada que diera la idea de algún uso reciente.

Caminados poco más de cincuenta metros, finalmente las niñas llegaron a un recodo del río, donde el agua se arremolinaba. Al frente, en la orilla opuesta que no estaría a más de unos quince pasos, había una pared natural de un par de metros de alto.

En medio de un pequeño espiral del río, flotaba una minúscula barcaza que giraba torpemente al compás del agua, golpeando la pared de vez en cuando. Dentro de la embarcación de balsa yacía un bulto, que brillaba al recibir el baño de la luz de luna sobre sí.

- ¿Sí ves ñañita?, ¡ahí está..! –dijo Sonia señalando el bote y casi susurrando al oído de su amiga. Ella miró con asombro.

- ¡Uy!, ¡Dios mío, se está moviendo! –exclamó Clemencia mientras observaba que el bulto empezaba a balancearse, tratando de salir del atolladero donde se encontraba. –Vámonos de aquí, mi niña, qué miedo. ¡Dios!, está gritando algo, corre Sonia! –Terminó diciendo mientras se alistaba a poner los pies en polvorosa.

- Aguanta mi negra, no seas miedosa, escucha, está pidiendo ayuda, ¡escucha..!

De la barca salían quejidos ahogados. Gemidos de dolor apagados. Finalmente se pudo escuchar con algo de claridad en medio del susurro de las aguas: “Ayúdenme por favor…” “¿Hay alguien ahí?” “Necesito atención, me desangro…”

- ¿Oíste mi negra? ¡Está pidiendo ayuda! Vamos a ver qué quiere…

- ¿Qué haces Sony? No, espera, no te lances al agua, ¡no seas idiota!!! –Clemencia gritaba mientras la otra muchacha se internaba en el río. No era un río demasiado correntoso ni profundo, le llegaba al busto, y además ella era una hábil nadadora. –¡Ahí hay remolinos Sony, regresa, te vas a ahogar!

En un momento, Sonia llegó al bote y se agarró del borde. Una vez asentados los pies en el lecho del río, se puso a inspeccionar el interior. Regresando a ver a Clemencia, que estaba medio camuflada entre la oscuridad de la noche, le gritó:

- Aquí hay alguien mijita… Es un hombre. Está cayendo inconsciente, ¡ya no habla!

- ¡Salte de ahí, aventurera, que ya mismo se levanta y te carga en peso! ¡Hazme caso que tu hermano me crucifica si te pasa algo!

Sonia tomó la frágil barca con ambas manos y la empezó a tirar hacia la orilla, impulsando los pies desde el lecho. Mientras halaba el bote su pie tropezó con una piedra y resbaló, haciéndole hundirse por unos instantes. Clemencia dio un grito de espanto. Pero de inmediato la otra chica emergió con el pelo estilando y revoloteado por toda la cara. Siguió entonces con su tarea, que se le hizo más difícil de lo que le había parecido al principio. Unos instantes luego estaba atracando el bote en la orilla, justo al lado de Clemencia.




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