Yunna me tomó de la mano, su agarre firme, como si estuviera controlando cada uno de mis movimientos, pero no lo suficientemente fuerte como para incomodarme. Mientras caminábamos por la feria, las luces parpadeaban alrededor, lanzando sombras irregulares en el suelo, y los gritos emocionados de las personas en los juegos se mezclaban con la música lejana, creando un contraste inquietante con el silencio que sentía entre nosotros. La feria estaba llena de vida, de risas y energía, pero algo en el ambiente me impedía disfrutarlo. Era como si el bullicio se desvaneciera cada vez que me concentraba en lo que realmente importaba.
Mi mente no podía dejar de volver a Sabrina y Keila. ¿Dónde estaban? ¿Por qué nos habían dejado tan repentinamente? Había algo en su ausencia que no cuadraba, como una pieza de un rompecabezas que no terminaba de encajar. Un sentimiento de inquietud comenzó a apoderarse de mí, y cada vez que el agarre de Yunna se apretaba ligeramente, mi pecho se tensaba más.
Finalmente, la tensión fue demasiado. Sentí las palabras abrirse paso antes de que pudiera detenerlas.
—¿Dónde fueron Sabrina y Keila? —pregunté, intentando que mi voz sonara casual, pero lo único que logré fue que mis palabras salieran demasiado rápido, casi desesperadas.
Miré de reojo a Yunna, esperando algún tipo de respuesta que me tranquilizara, algo que me hiciera sentir que todo estaba bien, que no había motivo para preocuparme. Pero, como siempre, su rostro permaneció imperturbable, una máscara que no dejaba entrever nada. Ni sorpresa, ni interés, solo esa indiferencia fría que siempre me hacía sentir como si no tuviera importancia.
Pero antes de que pudiera insistir, Yunna me miró con esos ojos fríos y calculadores que siempre me hacían sentir más pequeño.
—¿Alguna atracción que te llame la atención?
Mi mente estaba todavía procesando su desinterés por Sabrina y Keila, pero desvié la vista hacia los juegos, buscando algo que me ayudara a olvidar la incomodidad. Fue entonces cuando la vi: una enorme montaña rusa que se retorcía entre los árboles, como una serpiente de acero. Parecía divertida, pero también un poco aterradora. Mi estómago dio un vuelco solo de mirarla.
—Esa… la montaña rusa —respondí, señalándola con un ligero temblor en la voz.
Yunna siguió mi mirada, observando la montaña rusa durante unos segundos. Su expresión no cambió, pero sentí que estaba evaluando la situación, como si estuviera considerando algo más allá de lo que yo podía ver.
—De acuerdo —dijo finalmente—, pero prométeme que no te sobreexaltarás.
Asentí rápidamente, más ansioso por la emoción que por el miedo. Nos acercamos a la fila, y pude sentir la adrenalina crecer en mi pecho. A medida que nos acercábamos a la atracción, los gritos de los que ya estaban montados resonaban en el aire, haciéndome sentir una mezcla de nerviosismo y emoción.
Subimos al vagón, y me ajusté el arnés con manos sudorosas. A mi lado, Yunna se sentó tan tranquila como siempre, pero algo en su postura me pareció más tenso de lo normal. Aunque sus manos estaban firmemente apoyadas sobre el borde del asiento, no era difícil notar que se estaba preparando para algo.
Cuando el vagón comenzó a subir la primera cuesta, el sonido metálico del engranaje resonaba con cada paso hacia la cima. Miré hacia el horizonte, el cielo se extendía como un manto oscuro sobre nosotros, y el bosque abajo parecía tragarse la luz que había visto antes.
—Es muy alto… —murmuré, mi voz temblando ligeramente.
—Mantén la calma —dijo Yunna sin mirarme, su tono tan controlado como siempre.
A pesar de su serenidad, había algo diferente en ella. No podía poner el dedo sobre qué era, pero notaba algo que me hacía sentir que no estaba tan tranquila como quería aparentar.
El vagón llegó a la cima, y por un segundo, tuve una vista completa del bosque y la feria a lo lejos. Pero antes de que pudiera tomar aire, el vagón se lanzó hacia abajo. El viento me golpeó la cara, y sentí cómo mi estómago subía y bajaba con cada giro y vuelta.
Yunna no dijo nada, pero la miré de reojo. Su expresión seguía tan seria como siempre, sus manos aferradas al arnés con fuerza. No se movía ni gritaba, pero pude notar una pequeña tensión en sus ojos, como si estuviera luchando por mantener su compostura.
La montaña rusa serpenteaba alrededor del bosque, subiendo y bajando por colinas empinadas. Mi corazón latía con fuerza, mis manos sudaban, y sentía que apenas podía contener la emoción que recorría todo mi cuerpo. La mezcla de miedo y adrenalina me hacía gritar cada vez que caíamos por una pendiente.
Cuando finalmente la montaña rusa llegó a su fin, bajé del vagón con las piernas temblorosas y el sudor pegado a mi frente. Mi respiración estaba acelerada, y el mundo seguía girando un poco, como si mi cuerpo aún no se hubiera dado cuenta de que ya no estábamos en movimiento. Miré a Yunna, esperando ver alguna reacción en su rostro.
A primera vista, ella parecía tan tranquila como siempre. No había rastro de sudor en su frente, y su expresión no había cambiado en lo más mínimo. Pero cuando miré con más atención, me di cuenta de algo. Sus piernas… sus piernas temblaban, apenas perceptiblemente, pero lo suficiente para que yo lo notara. Era un detalle pequeño, pero significativo. Incluso Yunna, con toda su frialdad y autocontrol, no era inmune al miedo o al vértigo.
—¿Estás bien? —pregunté, intentando sonar casual mientras me limpiaba el sudor de la frente con la manga.
—Estoy bien —respondió ella de inmediato, sin perder la compostura.
Mientras caminábamos de regreso hacia el centro de la feria, traté de sacudirme el cansancio, pero no podía dejar de pensar en ese pequeño temblor en sus piernas. Me hizo darme cuenta de que, a pesar de todo su control, incluso Yunna era vulnerable. Pero ¿por qué intentaba ocultarlo? ¿Qué era lo que la mantenía tan rígida, tan distante?
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Editado: 02.12.2024