Las voces del silencio |sueños oscuros #4|

4° El recuerdo de Greyson

Las nubes en el cielo auguraban lluvia. El viento soplaba tranquilo, erizando la piel de quien lo sintiera debido al frío. A la distancia, la silueta de un jovencito sobresalía en medio de la soledad del lugar; Greyson se había sentado en el piso de la fuente.

El niño estaba escondiendo la cabeza entre las rodillas, abrazándose a sí mismo para sentirse un tanto protegido. Sollozaba en silencio, esperando que ninguna de las pocas personas que transitaban por la calle, lo vieran. Ignoraba que ya había llamado la atención de un joven de cabello castaño que, al salir de la preparatoria, caminaba junto a su mejor amigo por la ciudad rumbo a la cafetería.

El muchacho, tras hacer un sonido tenue con la boca y frenarse, hizo que Hans se detuviera también, indicándole con suavidad que observara al pequeño. El panorama que tenía enfrente y acompañaba al pequeño era triste. Deprimente. 

Desde su lugar —que no era muy lejano a ellos—, Greyson escuchó las voces de Víctor y Hans al detenerse, después oyó sus pasos acercándose a él. Alzó la cabeza y se giró en dirección de ambos muchachos, aunque se sentía apenado de que lo vieran llorando. Odiaba sentirse débil, pero más odiaba, que otras personas notaran su debilidad.

Víctor fue el primero en acercarse al niño, sentándose a su lado y abrazándolo con delicadeza por lo hombros. Hans, por su parte, sacó algo de papel higiénico de la mochila que cargaba y se lo ofreció al chico, que no dudó en tomarlo.

—Gracias —susurró Greyson luego de unos segundos de silencio tras limpiarse la nariz—. Me hacía falta.

—¿Qué tienes, peque? —respondió Hans pasándole un brazo sobre los hombros también.

—No es nada. Es una tontería.

—Nada de lo que digas o sientas es una tontería —le dijo Víctor inclinándose para mirarlo a los ojos y,  al Greyson desviar la mirada, Víctor supo qué decir—. Oye, sentirse vulnerable e impotente es un rasgo muy humano. No es malo.

—¿Qué? —exclamó Greyson abriendo grandes los ojos—. ¿Cómo sabes eso? —le preguntó el niño asombrado. Víctor sonrió tranquilo.

—Te conozco, peque. ¿Y sabes qué? Ser capaz de expresar los sentimientos es una muestra de coraje, sobre todo cuando son aquellos que te hacen sentir débil.

—¿Ah sí?

—Sí. Si lo analizas, casi todas las personas prefieren reír en público y llorar en privado; es porque se necesita mucho valor para admitir que algo te duele. Tenemos la creencia absurda de que llorar te hace débil, cuando en realidad, no es más que una muestra de humanidad.

Greyson bajó la mirada tras las palabras de Víctor y luego de tragar saliva, por fin decidió que hablaría. Alzó la cabeza de nuevo con una expresión culpable, mientras algunas lágrimas nacían en sus ojos.

—Es que… me quiero ir —dijo.

—¿Irte a dónde? —Víctor intercambió miradas con Hans. La respuesta de Greyson era alarmante conociendo el deseo que ya había tenido antes sobre morir. Le pidió al cielo estar equivocado.

—A donde sea. Quiero estar solo. Lejos de todos, de las malditas cuidadoras del orfanato, de Castiel y Nathan ¡hasta de ustedes dos!

—Pero, Greyson…

—No quiero saber más de nadie. ¡Preocuparte por otras personas solo trae problemas! —comentó el niño comenzando a llorar.

Víctor le acarició la cabeza a Greyson tratando de controlarlo, y a su vez, intercambiaba palabras mudas con Hans, entendiéndose con el simple movimiento de los labios. Hans le sugirió a Víctor el cuento de KinKin, y el muchacho asintió con la cabeza.

—Escucha, sé que en tu situación lo que estás viviendo parece interminable e imposible de afrontar; crees que sería más fácil si vieras únicamente por ti, pero no es así —le susurró Víctor a Greyson mientras lo abrazaba, percibiendo cómo el niño controlaba su llanto—. ¿Sabes? Eso es algo que el pingüino KinKin tuvo que aprender por las malas.

—¿El pingüino KinKin? —preguntó Greyson separándose de Víctor y limpiándose las lágrimas.

—Sí. ¿Quieres conocer su historia? —Greyson asintió despacio y Víctor, mirando hacia el cielo, comenzó con el cuento.

 

 

 




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