Las inquietudes de Julian me han tenido consternada los últimos días. Me hacen dudar si de verdad estará listo para afrontar la vida por sí solo. Es extraño pensarlo pues la respuesta debería ser obvia, pero hay algo que me hace dudar de su capacidad para hacerlo. Siento que es como un pájaro a punto de dejar el nido y yo soy la mamá pájaro, deseando que haya aprendido a volar y no se estampe contra el asfalto. Quizá me preocupo demasiado, quizá le estoy dando demasiadas vueltas al asunto, no lo sé. Tal vez simplemente me preocupa el hecho de que todo el avance que ha logrado, desaparezca en cuanto no esté cerca mío, en cuanto pierda esta rutina que hemos estado construyendo por meses. No estoy segura de si Emmeline lo va a seguir apoyando, no sé si Francis tendrá tiempo para estar con él. Supongo que habla muy mal de mí como profesional el dudar del avance que he hecho con mi paciente ¿Qué puedo decir? Me preocupan mucho estos casos. Me preocupa que no esté listo.
El sol empezaba a ocultarse y todo apuntaba a que quizá Julian no aparecería el día de hoy. No tenía ningún mensaje, ninguna llamada, ninguna excusa de su parte, no tenía nada que me asegurara que Julian vendría. Pasada una hora luego de nuestro horario de reunión acordado, naturalmente me preocupé. Le dije a Natalie que volviera a casa, que yo me encargaría de cerrar el lugar. Luego llamé a Julian, esperando que me respondiera y me dijera algo como “Lo siento, me quedé dormido” o “Tuve más trabajo de lo habitual”. En lugar de eso, fui recibido por un mensaje pregrabado, lo que me inquietó aún más. Quiero pensar que Julian es incapaz de hacer lo que estoy pensando, mas no descarto la idea del todo. Al final de la sesión anterior parecía tan vulnerable, tan lastimado. Siento la necesidad de hacer algo así que, usando la información de su archivo personal, pude deducir la dirección de su apartamento. En el momento en el que leí “105 Chichester RD” en la hoja de información, tomé mis cosas y corrí hacia mi auto como nunca lo había hecho.
El camino fue horrible. Sentí que mi respiración se agitaba cada vez más, el mal presentimiento me invadió y no podía detenerlo. Una sensación que no me pasaba desde hace años y los recuerdos de ella simplemente la empeoran. No soy una persona religiosa, pero le imploré a cuanto santo y figura divina habida y por haber que Julian estuviera en casa comiendo o jugando con su gata o que se haya quedado dormido en su trabajo. Mientras conduzco, pienso en las reacciones de Emmeline, de Francis, de sus padres, el qué haré si no puedo encontrar a Julian. Me siento culpable de no haber hecho más, de no haberlo detenido la semana pasada y pedirle que hable más al respecto, de haber hecho algo al respecto cuando mencionó sus ideas pesimistas en las primeras sesiones. Entre luces, lluvia y pensamientos, estoy tan solo a unas cuadras de la casa de Julian. Logro ver el destello de una luz roja parpadeante justo frente a donde debería estar la casa de Julian. Rezo para que, al dar la vuelta en la esquina, no me encuentre una patrulla ni una ambulancia. Entonces giro el volante y estoy frente a su edificio. La luz no es más que un auto que espera por alguien del mismo edificio, simplemente estacionado con las luces probablemente averiadas.
La preocupación no cesa. Si bien, el auto fue una falsa alarma, nada me asegura que Julian esté ahí dentro viviendo su vida. Bajo con prisa de mi auto, tomo mi celular y sigo tratando de llamarlo mientras hablo con el guardia del edificio. Pregunto si conoce el número de habitación del joven, el señor me lo dice un poco asustado al ver mi preocupación. Seguramente me miraba sumamente alterada pues no dejaba de preguntar si me encontraba bien. Lo dejé hablando solo, corrí por las escaleras hasta la habitación 17. Estoy parada frente a la puerta, siento que no puedo respirar, llamo a la puerta y siento como si el mundo se detuviera, como si llevara horas esperando a que el joven abra. Me quedo viendo fijamente el número dorado en la pared y, cuando iba a llamar a la puerta de nuevo, noto que esta está entreabierta por lo que decido abrirla por completo. Tengo miedo, un escalofrío recorre mi espalda mientras miro hacia el suelo y noto la habitación oscura y fría que me recibe. Mis dedos no quieren soltar el picaporte, mis pies no quieren avanzar y mis ojos no quieren ver que se encuentra dentro de la habitación. Siento como si estuviera bajo el agua, todo sonido es callado, todo lo que veo es oscuridad y luces; una voz a la distancia me trata de devolver a la realidad. Intento responder, pero me es imposible, entonces siento una mano en mi hombro izquierdo, mi vista se aclara y puedo escuchar todo nuevamente. “¿Se encuentra bien?” preguntó una voz masculina mientras yo me encontraba sentada al lado de la puerta. Cuando mis ojos enfocaron a la persona pude reconocerlo: Julian. Él está bien.
Sin saber cómo reaccionar, trato de respirar nuevamente y lo miro con alegría. Él está confundido. No entiende por qué, de la nada, su psicóloga se encuentra casi desmayada en la entrada de su casa. Me ayuda a levantarme y me da un poco de té. Ahora me siento tonta ¿Cómo es que sucedió todo esto? ¿Por qué siento que Julian me ayuda más a mí de lo que yo lo ayudo a él? ¿Por qué nunca detuve mi grabación cuando estaba en el auto?
—¿Se siente mejor? —Pregunta el chico mientras está parado frente a mí—
—Mejor. Gracias, Julian —Asiento sumamente apenada y le doy un sorbo a mi té—
—No quisiera ofenderla, pero ¿Qué hace aquí? ¿Por qué de repente la encontré tan asustada frente a mi puerta? ¿Sucedió algo?
—No… No, no… Es solo que no apareciste en mi consultorio hoy y me preocupé —Entrecierro los ojos y me rasco la cabeza—
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Editado: 22.03.2024