La conexión entre Ricardo y Miranda florecía con el paso de los días. Sus encuentros se volvieron más frecuentes, llenos de risas, confidencias y descubrimientos mutuos. La complicidad entre ellos se volvía cada vez más sólida.
Ricardo, con su encanto y pasión por la fotografía, llevaba a Miranda a explorar rincones inexplorados de la ciudad, capturando momentos especiales con su cámara y compartiendo su visión única del mundo. Mientras tanto, Miranda, con su amor por la literatura, guiaba a Ricardo a través de historias y universos que abrían sus mentes a nuevos horizontes.
El tiempo transcurría como un torrente incesante, y con cada instante juntos, su vínculo se fortalecía. Ambos comenzaron a vislumbrar un futuro compartido, lleno de sueños y promesas.
En una cálida tarde de primavera, Ricardo sorprendió a Miranda con una velada romántica. Bajo el resplandor del atardecer, en un jardín iluminado por luces de hadas, Ricardo se arrodilló con un brillo de emoción en los ojos.
"Miranda, desde el momento en que nuestros caminos se cruzaron, supe que mi vida había encontrado un rumbo nuevo, un camino más luminoso y lleno de alegría. Quiero compartir cada momento contigo, enfrentar desafíos juntos y amarte incondicionalmente. ¿Te casarías conmigo?"
Las lágrimas de emoción resplandecían en los ojos de Miranda. Con una sonrisa radiante y un "sí" lleno de promesas, aceptó la propuesta de Ricardo.
El universo, que había conspirado para unir sus destinos una vez, ahora celebraba el compromiso de dos almas destinadas a caminar juntas por la senda del amor.