—Necesito irme cuanto antes, no solo del internado, mi plan era escapar de mi casa, mi padre se enteró y decidió mandarme aquí. Quiere que me quedé aquí para que me arreglen. Porque según él solo lo avergüenzo. Cómo si yo le importará de verdad —bufé tratando de sonar como sino me importará, fracasé.
Era mi padre, entiéndanme, lo único que me queda, no tengo corazón de piedra, lo quiero. ¿Acaso lo mataría mostrar afecto de vez en cuando? Pero no. Si es para homenajear al ojos de gato, todo cambia. Siempre todo tiene que ver con ese bastardo. Ni siquiera es su verdadero hijo. Su hija soy yo. Nos une un lazo de sangre. A ese bastardo no lo une nada. Pero si de él dependiera me eliminaría a mí de su familia. Ni siquiera sé porque aún no lo hace. ¿Tanto me odia que prefiere verme miserable a librase de mí? A él también le conviene que escape. Así ya no tendrá que esconder a su niña problema.
—Solo me encerró aquí para que no lo estorbé —continué—. No quiero esa vida. Esto era de mi madre —le mostré el reloj—, ella murió cuando tenía tres años. Pensaba vender sus joyas e irme lejos.
El silencio reino la habitación. ¿Me habría creído? Yo fui sincera.
—Solo son unas horas de diferencia —hablo la hindú desapegándose de esa postura hosca. Me creyó. Alivio recorrió m cuerpo. Hubiera sido un fiasco sino lo hacia—. Además aunque quisiera darte las llaves no puedo, no las tengo.
—¿Quién las tiene? —aún tenía esperanzas.
—Margaret —respondió como si fuera la cosa más obvia del mundo.
—¿No hay nada que puedas hacer? —Navani negó.
—Salir de noche es imposible, los métodos de Margaret son perfectos —añadió con un tonito que no llegue a comprender del todo.
—Eso es lo mismo que dijo ese idiota —hable fastidiada al recordarlo.
—¿Idiota? —interrogo la morena con los ojos brillando de curiosidad y algo más.
—Sí, un tal Aston que se la gran cosa —expliqué rodando lo ojos—. Es un doble cara, él fue quien me delató con Margaret.
Ella se me quedó mirando como si quisiera que dijera algo más. Como queriendo preguntarme algo, pero sin llegar a hacerlo.
—Mis contactos trabajan mejor de día —aclaró luego de unos segundos con una mirada más suave.
—¿Tus contactos? —pregunté sin entender a lo que se referiría.
—En este lugar no todos son tan rígidos como la vieja piensa.
—¿Quiénes son?
Una sonrisa maliciosa se formo en los labios de Navani mientras se ponía en cuclillas al pie de su cama. Cuando menos lo creí comenzó a sacar algunas tablas de suelo. Saco una caja de madera y de ella una laptop. Cuando menos me di cuanta el agujero en el suelo ay estaba cubierto.
Sacudió el polvo del aparto y la colocó sobre su cama.
—¿Qué harás con eso? —interrogue acercándome.
—Te despertaré cuando sea hora de irnos —colocó la vista en la pantalla de aquel aparto mientras comenzaba a escribir y redactar cosas a una velocidad asombrosa ¿Qué estaba haciendo? —. Por ahora duerme —ordenó apartando la pantalla de mi vista curiosa.
¿Dormir? Dormir era lo ultimo de mi lista de pendientes.
Navani
Amalia ya estaba dormida. Ahora sí podría salir. Rebusque en mi bolsillo trasero y abrí la puerta tratando de no despertarla. Hacer que se durmiera fue un gran lío. Todo era más sencillo cuando no tenía una compañera, al menos de esa forma no tendría que preocuparme de que despertará y que viera que mágicamente desaparecí.
Sí. Cúlpenme si quieren. ¿La iba ayudar para volver a tener toda la recamara para mí? Sí. Ella también hizo lo mismo en el aeropuerto. Estamos a manos. Pensé mentalmente mientras cerraba la puerta con una linterna en mano.
Llegar fue más fácil que otras veces. Abrí la puerta de inmediato, la cerré son hacer mucho ruido y me tiré en el gran sofá del centro luego de sacar una lata de cerveza del la nevera.
—¿No vendrá hoy? —pregunté luego de acabar la tercera lata de cerveza.
—No —respondió Felipe, quien estaba tratando que un dardo cayera en un punto especifico de aquella pared—. Esta en sus rondas —avisó tras dar en el blanco luego de un sinnúmeros intentos fallidos, yo que estaba segura que hasta él habría perdido la cuenta—. Sabes como es con su fachada.
Murmuré algo bajo afirmando lo dicho. Resople decaída. Ya habían pasado dos semanas. ¿Por qué no venía? Bueno talvez la mañana siguiente.
—¿Aún tienes acceso a ese auto eléctrico? —pregunté con curiosidad mientras me paraba del sofá para sacar otra lata. Mejor dos, seguro él también querría.
—Sí —respondió—. ¿Quién crees que abastece este lugar? —mencionó mirando la nevera y aceptando la lata que le ofrecía.
—Préstamela —pedí suplicante con los ojo abiertos de par en par.
—¿Para que la quieres? Según tenía entendido el próximo intento es dentro de tres semanas —
—Odio compartir habitación. No querrás que nos descubran.
—Vale, vale, es tuya —aviso levantando las manos para que ya no asintiera—. Úsala a tu gusto.
—Eres lo máximo —deje un beso en su mejilla antes de dejarme caer en el sofá con los pies elevados sobre el brazo de aquel mueble.
—Siempre que hago lo que decís —recordó poniendo los ojos en blanco y tomando una gran bocarada de aquella lata para luego ponerla en la mesa del centro.
—Sabes que no funcionaría de otra manera —comenté mientras lo veía levantarse.
Felipe nunca podía permanecer mucho tiempo quieto. Felipe. Un nombre tan español como podía serlo toda su familia. Qué diría la el Barón de Castilla si viera a su único heredero perder el tiempo con dardos y pinturas baratas.
Una sonrisa inundo mis labios. Él ya llevaba años aquí, en realidad los tres llevábamos años aquí. Éramos algo así como una pequeña familia problemática. El primogénito del Barón español, la joven heredera de un importante gobernador hindú y el hijo más joven de un Duque ingles.
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Editado: 14.03.2024