Lazos de Sangre

Capítulo 38: Es hora

 

Amalia

Yo. Yo... Yo ya no sabía que hacer. Ya no sabía como actuar ni... ni nada. Mis días se reducían a llorar y quejarme de lo injusto que era todo. 

Ahora, los números que estaba apuntados en la hoja que se encontraba en mi mano derecha parecían una burla. Una burla punzante y dolorosa. Se sentía que como un chiste. Uno al que no le encontraba la gracia. Si bien yo podría llamar, podría llamar a esa doble cara y exigirle explicación de todo esto.

Pero... no lo hice. En estas dos semanas no encontré el valor. Dudaba que lo encontrará si permanecía escondida entre mis sabanas. Ya eran dos semanas en las que me había debatido entre coger el móvil o arrugar el pequeño papel a la basura. Al final no termine haciendo ni una ni la otra. No pude. Las ganas de saber algo era fuerte, pero el miedo era peor. Mucho peor. No quería escuchar. Aunque por momentos sintiera pena de mi misma, eso... eso no era suficiente como para ponerme en pie y hacer algo. Cualquier cosa. Por muy pequeña que fuera.

Casi y me daban ganas de maldecir la ayuda de Santiago. No es que ahora ya no lo odiara. Pero al menos no despotricaba contra él cada vez que lo veía. Aunque tampoco era como si lo viera seguido. O como si viera a alguien para variar. Si es que alguien me preguntaba cuando fue la ultima vez que había salido de este cuarto. Yo... yo no sabría que responder. Quizá fue hace cinco días, o hace diez... o... no recordaba. Ni siquiera sabía en que día estaba. Probablemente fuera de noche, aunque también podía ser de día. Las ventanas estaban recubiertas por cortinas gruesas y espesas. Demasiado espesas como para que algún rayo de luz lo atravesara. O como para que algo lo atravesara. 

Ahora que lo pensaba, era probable que fuera lunes. Mi nana vino hace unas horas con algo en las manos. Levemente recuerdo haberla escuchado hablar. Ni siquiera recuerdo bien que fue lo que dijo. Después de las cinco veces que trato de animarme para salir deje de escuchar con un par de almohadones en las orejas. Con los días las charlas fueron más cortas. Sus vistas no disminuían, pero solo dejaba mi comida y me observaba. Quizá con lastima. Quizá con pena. Quizá con impotencia de no poder hacer nada por mí. Era imposible que pudiera hacer algo por mí cuando ni siquiera sabía que era lo que me sucedía.

No quería que ella lo supiera. Conociéndola enfrentaría a mi padre y eso... eso solo terminaría en su inminente despido.

Si bien hasta ahora no había llegado a parar en la calle era por Santiago. Mi padre no iría contra su hijito perfecto.

Una mueca impregno mi rostro. Envidia circulando por mis venas. Si bien ya no lo odiaba tanto como antes, no diría que mágicamente comenzó a agradarme, de hecho no lo había vuelto a ver desde que me dejo el numero de la doble cara. Lo cual agradecí en su momento. Ahora, ahora rabia inundaba mis ojos.

Ojala nunca hubiera encontrado este numero. Así no tendría que enfadarme por ser tan cobarde como para marcar un absurdo numero. 

Aunque... Ni siquiera sabía como lo había conseguido. Supongo que ser el niño favorito tiene sus beneficios. Siempre fue así, después de todo, ni siquiera sé de que me sorprendo.

Rodé los ojos mientras me las arreglaba para quitarme las horrendas medias que sofocaban mis pies.

Ojala no le hubiera contado lo que había en el papel. Pero yo... yo necesitaba hablar. Necesitaba desahogarme. Necesitaba a alguien. Quien fuera. Solo fue la persona equivocada en el peor momento. Solo eso. 

Para mi mala suerte un Santiago enfadado fue suficiente como para creer que no sabía de la idea de mi padre. Ahora mismo, me culpaba por ser tan idiota. Por creer algo que cualquier persona podría actuar. Estaba muy sensible, demasiado como para caer en cuenta con que tipo estaba tratando.

Crédula y confiada.

Sí. Era malditamente crédula cuando me sentía sola, cuando me sentía miserable.

Resople molesta antes de hacerme una bolita en la cama.

Quizá debería retomar mi plan inicial y escapar. De todas formas es lo que mi padre quería. Que me fuera. Que me largará de este lugar. ¿Por qué me encerró en ese detestable internado si planeaba echarme de todos modos? No tenía sentido. Yo no le encontraba sentido.

El internado. 

Innumerables recuerdos llegaron a mi mente como si se trataran de un huracán. Una leve sonrisa involuntaria se torno en mis labios.

Si miraba hacia atrás, me daba cuenta que esos años fueron los mejores. Fue un escape. Fue un relajo en donde podía divertirme siendo yo. Quizá la rectora era demasiado estricta y los castigos no eran los mejores del mundo, pero al menos después de conocer a mis inseparables, no había vuelto a estar sola. Aston, Felipe y Navani. A ellos... a ellos... a ellos no les molestaba lo impulsiva que podía ser. A ellos no les incomodaba mi forma quejumbrosa y berrinchuda. Ellos fueron mis amigos. A pesar de todo lo fueron. 

Si bien hace unos días, hace unos varios días para precisar, de un momento a otro mi móvil comenzó a sonar innumerables veces. Quizá apagarlo no haya sido tan buena idea como creí. Quizá escuchar voces amigas me animará. Pero... 

Simplemente había algo que me impedía contestar. Un malestar en el pecho que se extendía por todo mi cuerpo cuando recordaba aquellos días.

Ellos era mi amigos estuviéramos en el internado o no. Aún lo eran. 

Mi mirada se desvió hasta la puerta cuando unos pasos pasaron de largos. 

Navani... Navani aún seguí aquí. 

A pesar que la evitaba. A pesar que quisiera verla como una traidora, no se había ido. Ella... ella era mi amiga...

No era la única que aún no se había rendido conmigo. Al igual que mi nana venía a veces, no llegaba a entrar solo se quedaba mirando la puerta. Si bien no tenía la habilidad de ver a través de las puertas, reconocía sus pasos. Se trataba de Nani. No me cabía duda.




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