Milagros. Ese era el nombre que le eligió su abuela ya que fue en verdad un milagro que ella naciera viva. Nunca conoció a su madre, sólo sabía de ella que era una reina de belleza, que fue baleada y murió al instante antes de que ella naciera. La señora Dolores, abuela de Milagros, se apresuró a abrir el vientre de la mujer muerta para sacar al bebé de 7 meses de gestación la cual nació enfrentando a la muerte desde su primer segundo de vida.
Era la menor de 4 hermanos, todos de madre diferente. Su abuela alguna vez le contó que ella se hizo cargo de los 3 mayores, Ángel, Fernando y Julián ya que las madres terminaban siempre en pelea con su padre y él la echaba impidiéndoles quedarse con los hijos y ya estaba harta, le advirtió a su hijo Juan que de tener un hijo más, lo obligaría a hacerse cargo de él y se lo cumplió.
Desde que salió del hospital, Dolores dejó a la pequeña Milagros en manos de Juan. El recio narcotraficante no obedecía órdenes de nadie, excepto de su madre a quien respetaba infinitamente, así que entre él y sus secuaces se hicieron cargo de todo, dese alimentación, cambio de pañales, medicinas cuando enfermaba, todo. Por esa razón, Milagros era por mucho la hija que más amaba, es más, él mismo llegó a decir abiertamente que era a la única que veía realmente como su hija.
Milagros creció rodeada de matones y traficantes de drogas en una casa muy lujosa entre las montañas desérticas de Sonora. Dado que cuando le preguntaban su nombre de pequeña, ella respondía “Lachos”, se le quedó el sobrenombre de “Lachis” y era así como la llamaban todos entre los mafiosos que la veían como una sobrina. Para ella era muy común ver a su abuela tomar el sol en el pórtico con una chalina en sus piernas, y una escopeta escondida debajo; sus hermanos llegando a hablar de haber golpeado a algún otro chico que no era de su agrado o a su padre diciéndole que se escondiera en el sótano mientras escuchaba balazos en el exterior.
Creció sin conocer nada del amor pues, aunque su padre la amaba, jamás lo demostraba más que con cosas materiales. A su abuela le gustaba ver telenovelas y a veces Milagros las veía con ella, pero los secuaces de su padre siempre terminaban diciéndole que no viera eso que ellos llamaban “porquerías pata viejas idiotas”
―El amor no existe, Lachis ―solían decirle―, los hombres no somos como lo pintan en esas lelo-novelas. Nosotros tomamos oportunidades fáciles, así que cuando un cabrón te hable bonito, no le creas.
Creció también sin ninguna creencia, todos en esa casa hablaban pestes de las religiones y los dioses. Seguido los escuchaba hablar de su forma favorita de matar a los creyentes. Cuando en sus manos caía algún rival al que sorprendían rezando, lo llevaban un par de kilómetros en el mar de Cortés, diciéndole que lo dejarían ahí con vida y que rezaran, si su dios en realidad los escuchaba, seguramente llegarían a la costa con vida. Siempre terminaban burlándose de que no había uno solo que saliera con vida; morían ahogados, de hipotermia o devorado por los tiburones.
Conforme Milagros crecía, era más y más evidente la preferencia de su padre por ella y a sus hermanos eso les agradaba cada vez menos. La golpeaban cada que tenían oportunidad así que los mismos secuaces de Juan le enseñaron desde muy pequeña a pelear a mano limpia y a usar armas.
Fernando, el mayor, tenía la costumbre de darle un golpe en el estómago cada que tenía oportunidad, y no le importaban las golpizas de su padre, cuando menos sentían, lo volvía a hacer.
Milagros tenía 9 años cuando comenzó a tener problemas estomacales. Cualquier alimento la inflamaba y ningún medicamento parecía ayudarla, perdía peso con rapidez y se demacraba. Fernando llegó de malas un día por una pelea que perdió y cuando Milagros le preguntó si estaba enojado, fue pretexto suficiente para desquitarse con ella y soltar un golpe a su estómago. Ante esto, la niña comenzó a vomitar sangre. Fue llevada a urgencias y tras algunos análisis se encontró al fin el motivo de sus malestares: cáncer de estómago.
Esa tarde Juan llegó tan enfadado que mandó a su hijo mayor al hospital de la golpiza que le propinaron él y sus secuaces, sobre todo porque el médico no le dio muchas esperanzas ya que un tratamiento con quimioterapia estaría provocando vómitos a la niña y esto empeoraría su condición.
Por fortuna para Juan, uno de sus empleados conocía a una persona que podría ayudar a Milagros. Su nombre era Gerardo, un hombre de ascendencia indígena que sanaba con medicina tradicional y que tenía su casa en las afueras de la Ciudad de México. Juan no lo dudó, usó un avión privado para llevar a su hija hasta la ciudad y de ahí contrató una ambulancia para que ella fuera atendida en el trayecto hasta casa del chamán.
El hombre los recibió en una casa grande pero humilde, un hombre de edad madura, regordete y moreno. Milagros recordaba con detalle el momento en que lo vio por primera vez, su sonrisa cálida le dio confianza de inmediato, como si su instinto le dijera que él podría ayudarla y no sólo con su enfermedad, sino con su vida misma.
El hombre realizó un extraño ritual con ella. Durmieron ese día en la casa del sanador y bajo la cama de Milagros colocó un plato con una foto de ella, algunas ramas de romero, un crucifijo y 4 huevos. Al día siguiente tomó uno de esos huevos y los frotó por todo el cuerpo de la niña para al final arrojar el contenido en un frasco con agua. El rostro el chamán se ensombreció al ver la figura que formaba el huevo batido .