Milagros no podía creer lo que escuchaba. ¿Acaso era eso? La muerte la seguía porque con eso su padre sería castigado de sus crímenes y él no estaba dispuesto a cambiar por ella.
No tuvo valor para reclamarle a su padre, pero interrogó a don Gerardo y a su abuela en cuanto él se fue.
―Quiero que entiendas algo, mi amor ―dijo el chamán―, todos llegamos al mundo con una misión, la mayoría con una misión muy personal para evolucionar sus almas. Otros, como tu papá y yo, somos almas viejas que tenemos misiones más pesadas. La vida nos da a elegir entre un buen camino o un mal camino. El buen camino nos deja muchas satisfacciones, pero es difícil de recorrer. El mal camino nos da las cosas muy fáciles, pero al final hay que pagar. Tú sabes lo dura que es la vida en el desierto, allá está lleno de pobreza. Dime, ¿quién ve por la gente que vive allá? ¿El gobierno?, ¿o tu papá?
―Mi papá ―dijo ella de inmediato―. Me lo ha dicho muchas veces, la mayoría de la gente que trabaja para él estaba muriendo de hambre.
―Es su misión ―insistió el chamán―, pero el eligió el mal camino. Por desgracia tiene demasiados enemigos y alguno de ellos seguramente lanzó esa maldición sobre ti sabiendo que eres lo que él más ama, pues a través de ti lo va a hacer pagar.
―¡Pero no es justo! ―ella comenzó a llorar―. ¡No es justo que yo muera por las decisiones de él!
―No, hija, no es justo ―quien habló fue su abuela―. Pero dime, ¿tú qué has hecho por ayudarlo? Nada. Sólo te escondes aquí en Tepotzotlán esperando que las cosas buenas lleguen. Tu papá necesita dinero para toda esa gente y tú en lugar de ayudarlo, sólo le sacas dinero.
Tuvo que reconocer que su abuela tenía razón. Ella estaba ya por terminar la secundaria y su hermano Julián se había mudado al centro de la ciudad para estudiar la preparatoria. Entonces lo decidió, ella se mudaría con él y estudiaría muy duro para ayudar a su padre con el negocio de las importaciones.
Doña Dolores y Milagros se mudaron a una casa grande que Juan rentó para ellos y entró a la misma escuela que su hermano. Decidida a apoyar a su padre, en seguida se inscribió en la academia de lenguas en donde aprendió chino mandarín y en 6 meses ya estaba en el negocio de las importaciones, ayudando a su padre como traductora. Ahí fue que conoció a Lu Dong, hijo del entonces embajador de china, un joven de 18 años que había ido a vivir con su familia a México y que, además de sus estudios, se empapaba en el negocio de las exportaciones. Era algo tímido y reservado y quizá por la poca diferencia de edad, hizo más amistad con Milagros que con otros comerciantes de su país.
Estaba segura de que ayudaría a su padre a volver al buen camino y librarse de ser su karma. Sin embargo, los incidentes que la acercaban a la muerte eran cada vez más frecuentes. Ella estaba a mitad de su segundo año en la preparatoria cuando sucedió el más terrible de ellos, un intento de secuestro del que se libró gracias a la intervención de su amigo Lu.
Milagros llegó a casa en donde ya estaban sus dos hermanos mayores, ambos enviados por su padre para cuidar de ella en lo que él llegaba.
―Tantos negocios por hacer y nosotros aquí de niñeras ―refunfuñó Ángel al verla.
―Yo no les pedí que vinieran ―reclamó Milagros.
―Pero papá sí ―reclamó Fernando―. Ya nos contó eso de que la muerte te persigue para para castigarlo a él. Quizá podríamos acelerar el proceso matándote de una vez y poder continuar con el negocio.
―Mi papá va a retomar el buen camino ―espetó la inocente Milagros―. Yo me estoy esforzando mucho en las importaciones para… ―pero las risas de sus hermanos la interrumpieron.
―¿Las importaciones? ¿Crees que estás ayudando a mi papá en importaciones? ―se burló Ángel.
―Fentanilo ―intervino Fernando―. Eso es lo que ayuda a importar papá, y tú lo está ayudando, Lachita. A lo mejor ya ni siquiera estás pagando por el karma de papá sino por el tuyo. ¿Sabes cuántas personas mueren al año por el fentanilo?
―Yo no sabía… ―Milagros habló casi sin voz.
―Pero ahora ya lo sabes. Acéptalo, Lachis ―dijo Ángel―, eres la hija de un narcotraficante. Todos los que nos dedicamos a esto encontramos una muerte violenta tarde o temprano.
―Nunca he entendido por qué ustedes me odian tanto. Sí, sé que papá me ama más que a ustedes, él no tiene problema en decirlo. Pero esa es decisión de él, no mía, así que reclámenle a él.
―Se lo hemos reclamado ―Fernando habló con un gesto de odio―. No es sólo que pasó más tiempo contigo que con nosotros. Míranos ―Fernando señaló a Ángel―, somos hijos de mujeres morenas y por lo mismo, no somos tan blancos como papá.
―Mi papá ―habló Ángel―¸ “el menonita”, está muy orgulloso de su apodo porque es un maldito malinchista que cree que tener el pelo rubio y los ojos claros lo hace superior a los demás. Está embobado contigo porque saliste “güera” como él.
―Para papá, nosotros somos inferiores y mientras tú estés cerca, siempre nos verá como mascotas. Pero ¿quién es más mascota? ¿Nosotros que le ayudamos entrándole a los trancazos? ¿O tú que le ayudas con sus tratos con los traficantes de fentanilo?
Milagros no quiso oír más, se encerró en su recámara, escuchando las risas de burla de sus hermanos mayores. Sólo Julián entró con ella a consolarla.