Le contare a las estrellas sobre ti

Capítulo 2

—¿Tu también eres nueva? —me preguntó una muchacha de pelo castaño corto y ojos azules. Lo más raro, es que traía unos jeans y una chompa de lana en probablemente, el día más caluroso del año.

—Em... Sí —contesté no muy segura.

—Soy Helena —me ofreció la mano— ¿Y tú eres...?

—Azucena —extendí mi brazo.

Al igual que Leo, ella también me sacudió por un buen rato.

—¿En qué cabaña estas? —pregunto Helena ahora sentándose a mi lado en el pequeño sofá

—Búhos —respondí incomoda— ¿Y tú?

—Cuervos —ella estaba más entusiasmada.

Al parecer, Helena no supo que más preguntarme, porque se quedó callada mirando hacía la pecera que estaba a unos un metros de nosotras.

La sala de estar del edificio principal estaba vacío. Ahí estábamos solo tres gatos: Helena, el chico de los calzoncillos de Bob Esponja y yo.

Esta sala estaba diseñada para albergar a mucha gente. Tenía muchos sillones de color rojo y algunos pufs. Todos ellos ubicados de manera estratégica para que en el centro haya un espacio sin nada. El piso y las paredes estaban totalmente hechas de madera, que si no fueran por los grandes ventanales hacía la entrada y hacia el jardín en la parte trasera, se vería muy deprimente. En el techo, parecían colgar luces de navidad y en las paredes, había cuadros colgados con fotos de los campistas. Era evidente que ellos tenían la libertad de poner las fotos, porque todas parecían tomadas con un celular y no eran tan serias como deberían.

En ese momento, Helena me leyó la mente.

—¡Mira! —exclamó señalando un cuadro cerca de la pecera— ¡Que rayos con esa foto!

Una pelirroja, vestida con un top y una falda, sonreía a la cámara mientras mostraba el dedo medio y doblaba la espalda hacía adelante para tratar, supongo yo, de mostrar algo que no tenía. No logré leer la inscripción de abajo.

No me incomodaba la foto. Ya había visto millones de esos en Facebook o Instagram, aunque me sorprendió que estuviera en la sala de estar del campamento.

—Espero que esa chica lo haya puesto por su cuenta —dijo Helena mirando aun la foto.

—Esperemos que sí —repetí para creérmelo.

Otra vez nos quedamos calladas.

No paso mucho tiempo, cuando el motor de un carro se empezó a oír y el chico de los calzoncillos de Bob Esponja, que estaba sentado con la misma cara de aburrido en uno de los pufs más alejados, se levantó y se acercó a las ventanas que daban hacia la entrada.

Helena y yo lo miramos.

¿Qué estaba esperando?

Era obvio que no nos íbamos a parar e ir para ver lo que lo tenía tan ansioso. Pero por su cara de impaciencia y sus constantes repiqueos con el pie izquierdo, era evidente que era muy importante para él.

Los sonidos del auto se detuvieron. Se debía de haber estacionado.

Solo paso unos segundos para que al chico le brillaran sus ojos y salga a zancadas de la sala hacía la entrada principal.

Para acabar con el drama, apenas escucho cerrarse la puerta, Helena se paró y fue corriendo hacía los ventanales a ver lo que pasaba afuera. Me hizo un gesto con la mano para que vaya con ella, pero yo le negué con la cabeza. No quería que nadie me viera espiando a las personas. Por lo menos, no en el primer día.

No se podía oír nada de lo que sucedía en la puerta principal. Solo se oía voces y risas distorsionadas.

Helena debió haber pasado unos diez segundos poniéndose de puntitas y pegando su cara al cristal, para luego volver a sentarse a mi lado con un bufido.

—¿Algo interesante? —lo admito, quería saber el chisme.

—Se abrazó con una chica, supongo que debe ser su novia —comentó sin mucho interés— Ah, y está en tu cabaña.

—¿Cómo lo sabes? —pregunte confundida.

—Trae una camiseta celeste de un búho.

—Ah...

Unos momentos después, el chico regreso acompañada de una muchacha muy guapa. Como había dicho Helena, traía la camiseta celeste con unos shorts negros. Era delgada y bajita pero su cabellera dorada compensaba ello. Si su trenza le llegaba hasta la cintura, no quería imaginarme que tan largo era.

La chica tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras que el chico de calzoncillos de Bob Esponja, seguía teniendo su cara de muerto pero se le veía más tranquilo.

La rubia pareció Helena 2.0, porque apenas nos vio, le brillaron los ojos y vino corriendo hacia nosotras dejando al chico volver a su puf de antes, pero no dejo de mirarnos.

Por lo menos, no tenía que ser yo la que comenzara la conversación.

—Hola —saludó animada la rubia frente a nosotras.

—Hola —contesto más entusiasmada Helena y yo solo levante la mano, como la tímida que soy.

—Mi hermano me dijo que estás en mi cabaña —dijo mirando a Helena. Si sus ojos ya estaban brillando de la emoción, estaba segura que ahora podía ver soles en ellos.

Espera... ¿Él chico de calzoncillos de Bob Esponja era su hermano?

—No yo —contesto divertida Helena— Azucena.

La rubia puso su mirada en mí, y me sentí un poco intimidada por cómo me miraba. Parecía de esos osos que aparecen en los programas infantiles, con los ojos queriéndose salirse de la emoción y una sonrisa algo perturbadora.

—Oh Dios Santo, las demás chicas te adoraran —afirmó la rubia extendiendo la mano— Soy Laura, Lu para mis amigas.

Y por tercera vez en la mañana, me sacudieron pero esta vez fue con más fuerza.

¡Pero que agradable gente! Ni me conocen, y ya están siendo más gentiles que mis amigos de colegio, que me ven la cara por cuatro años seguidos.

Si el campamento iba a ser con personas con sobredosis de azúcar, debía volvería todos los años.

— ¿Cuántos años tienen? —preguntó sentándose en el puf que estaba frente a nosotras.

Ojala tuviera esa frescura que Lu transmitía. El ambiente se estaba convirtiendo en algo más acogedor.

—Dieciséis —respondí ahora sí más animada.




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