MICAL ETHRIDGE
Su silencio me hacia sentir tonta por haberle pedido que sea mi supervisor cuando este de internista en el hospital que la facultad nos enviaba y casualmente era el mismo donde él comenzó con si nuevo trabajo.
—Señorita Ethridge, debo pensarlo bien antes de tomar una decisión — dijo pasando una mano por su rostro, se veía serio y algo cansado.
—Sólo díga si no puede, de todas maneras no es necesario, es mejor que me vaya.
Alce mis libros que deje sobre la mesa y colgué la mochila en mi hombro nuevamente, lista para irme. Al parecer no estaba dispuesto a ayudarme.
Ahora tenía que buscar como lidiar con mi docente de la materia, ya que no me gustaba del todo la sangre. Sabía que al estudiar medicina me tocaría pasar por ello pero me sentía insegura al tratar con un paciente real de carne y hueso, por que es muy diferente tratar con uno que está muerto o uno virtual.
—Te voy a ayudar, seré tu guía, sin embargo necesito que respondas una duda.
Solté el aire que tenía retenido y con un asentimiento de cabeza le pedí que siguiese.
—Nunca se necesita un supervisor cuando estás de internista además del docente de la materia, ¿por qué yo?
—Tengo miedo a fallar, no cumplir bien las tareas que me mande el docente y usted es el único que...
—¿Qué? No tengas miedo, en decirlo.
—Usted es el único puede ayudarme en mejorar los errores que cometa en el hostpital y confío en... usted.
Una sonrisa apareció en sus labios mientras movía la cabeza en negación.
—Si te voy a ayudar deja de tratarme de usted, no entiendo por que lo haces, ya que la primera vez que cruzamos palabras me llamaste Atesh sin ningún problema Mical.
Sentí mis mejillas calentarse, al recordar ese momento en el hospital.
—Esta bien, Atesh —mumure entre dientes, causando la risa de mi recién adquirido supervisor que me miraba divertido.
—No muerdo ¿Sí? —dijo limpiando sus labios con la servilleta— Sólo si quieres.
—Ya tengo quien me muerda —comenté con tanta naturalidad que hizo que el rostro de mi acompañante pasa de estar divertido a uno más serio desde que estuve frente a él.
—Creo que debo irme —mumuro con los dientes apretados dejando su merienda a medio comer sobre la mesa— Nos vemos en la próxima consulta de tu abuela.
Sin decirme más, me dejó. Que mal educado ¿Acaso dije algo malo?.
Estoy segura de no haber dicho nada malo, el sólo hizo una mala interpretación con respecto a quien me muerde, sí, así es.
Tonto.
Rio divertida por la situación llamando la atención de algunas personas a mi alrededor a las cuales no les doy importancia.
—Vaya, vaya y que bicho te ha picado para que andes con una sonrisa en tu cara de amargada.
Quito la sonrisa de mis labios y observo serena a mi querido amigo y compañero de clase, detesto cuando es tan directo aún así lo quiero, lo quiero tres metros bajo tierra en este momento.
—Vamos no me mires así, se que después tu sola me contarás lo que sucede. —me giña un ojo en su intento de coqueteo.
—Sem —advertí fingiendo molestia, el comenzó a reír y pellizco mi mejilla divertido.
—Deja de hacerte la fuerte que no te va, eres como un algodón de azúcar, dulce y esponjosa.
—Dulce mi puño cuando este en tu cara.
—Me dueles, algodón, sin embargo te perdono por que debemos ir a clases y me darás tu cuaderno para revisar que no tengamos la misma investigación.
Sonrió negando mientras me levanto del asiento y le entrego mi cuaderno a Sem que lo toma encantado entre sus manos y comienza a leer la investigación, una vez más mi querido amigo no hizo la tarea. Llegamos al salón en medio de pláticas sobre el tema que teníamos que ver hoy en clase ya que la docente es muy exigente a la hora de la participación en el aula, algo que no es de todo mi agrado nos obstante si quiero ser poseedora de buenas notas, debo hacer el esfuerzo de hablar.
Nos sentamos a la mitad del aula, en nuestro lugar sagrado mientras reímos de sus chistes malos.
—Buenos días jóvenes —saluda la doctora apenas pone un pie dentro del salón pero no la miro a ella si no al sujeto que viene su lado, Atesh.
¿Qué hace Atesh con ella y aquí?
Inconciente muerdo las uñas de mis dedos, una mala manía que creí haber olvidado pero justo ahora se que no, la doctora lo presenta ante toda la clase y algunas de las chicas suspiran al sólo ver un atisbo de sonrisa en los labios de mi doctor, perdón, quise decir el doctor de mi abuela.
Sí, eso mismo, es el doctor de mi abuela.
El cual no me importa ya que estoy enojada por que se atrevió de dejarme sola con esta tonta escusa en la mesa de la cafetería, que su tonto cerebro piense mal las cosas no es mi culpa.
—Algodón, ¿por qué creo que el doctor y tiene que ver con tu comportamiento?
—¿Cuál comportamiento? —gruño al ver la sonrisita que mis compañeras de clase le dan a él mientras explica la lección a tratar el día de hoy.
—Deja de comerte las uñas, el docente tiene novia y nunca le haría caso a las chicas de la clase.
***
Novia.
Atesh tiene novia.
Atesh tiene novia y estuvo a unos milímetros de besar mis labios.
Es un hijo de su bonita mamá, como puede andar haciendome ilusiones de que quizá, por ahí, yo le gustaba.
Termine de escribir mi informe y guarde tres veces el documento en diferentes carpetas, el mismo error no se comete dos veces, ni tres.
No, no, no.
Estábamos casi a mitad de mes, a un par de días de recordar el aniversario de la muerte de mis padres y el gran error que cometí al estar vulnerable.
Creo que cuando nos sentimos devastados, con el pecho siendo oprimido por el dolor sofocante, la cabeza dando vueltas y el corazón en busca de sostén, somos capaces de creer hasta en el lobo disfrazado de oveja. Con tal de que ese vacío se vaya. Con tal de querer sentirte querida. Con tal de tener un cable a tierra.