Dejar de hablar con Alejandro no le afectó en lo absoluto. Era justo y necesario. Sabía lo que buscaba en sus amistades, y él no encajaba con su prototipo ideal.
Renunciar a esa amistad también representó renunciar a la compañía de Ángel y Emilio. Gibran tuvo que buscar un grupo que lo recibiera en tiempo récord y no fracasó en el intento.
Se acercó a un par de chicas, de nombre Laila (chaparrita, morena, de cabello lacio y castaño oscuro, un poco llenita) y Xanath (un poco más alta que Laila, delgada, igualmente morena, su cabello era un poco ondulado, siempre usaba labial rojo intenso). Se acercó, fingiendo tener una duda sobre una tarea de Geografía del libro de texto. Ese día tocaba clase en las mesas redondas del fondo del edificio de humanidades.
Alejandro había buscado su compañía en Estudiantina. Le hablaba, pero Gibran respondía de la manera más cortante que le era posible. Al ver la negativa de Gibran por querer hablar y lo obligado que respondía, Alejandro optó por guardar silencio y limitarse a aprenderse los acordes.
Clases más adelante, incluida la de Geografía, se había acercado a él e intentado sacar plática, y logró safarse de él sin ningún problema. Si Gibran se proponía ser grosero con alguien, lo podía ser fácilmente.
El objetivo de aquel mal trato era alejar a esa persona interesada de su vida, y ese primer día tuvo éxito.
Con lo que no contaba es que la unión de su grupo de amigos fuera tan vulnerable que se rompió pocos días después de que él los abandonó.
Emilio se unió a Laila, Xanath y Gibran. Ángel encontró compañía en un compañero de clase que era muy alto, y que siempre olía a marihuana, además de ser un majadero que no podía hablar sin decir “wey” cada dos palabras.
Alejandro, debido a la cercanía que empezaba a tener con Octavio y su gran grupo, le fue fácil encontrar un nuevo equipo, y qué mejor que en el grupo en donde estaba su tan amada Mairim.
Nuevamente se encontraba rodeado de chicas (y Emilio), lo que lo hizo sentir más cómodo, aunque con el tiempo, y con el aumento en la confianza con sus nuevas amigas, se dio cuenta que sería una amistad diferente a la que estaba acostumbrado.
La forma de ser de Laila y Xanath era pesada, rozando lo hiriente, a pesar de que esa no era la intención (o eso quería empezar). Cualquier cosa que veían de la que podían bromear lo usaban, sin importarles si a la otra persona le podía lastimar.
Emilio nunca respondió de la misma forma, no se aguantaba, pero no hizo el intento por llevar la amistad de la misma manera.
En cambio, Gibran, con tal de encajar con ellas y no verse obligado a abandonarlas también para buscar amigos mejores, tuvo que replicar ese modelo de amistad.
Cuando ellas se burlaban de algo de él, Gibran respondía igual.
Cuando Laila y Xanath se burlaban de una chica llamada Ingrid que pertenecía al círculo de Octavio, Gibran también debía fingir odio y decir uno que otro comentario ofensivo, solo para tener contenta a Xanath, quien era la que tenía el problema con Ingrid. Cuando ella se acercaba ocasionalmente, sentía la tensión que emanaba su amiga y los gestos inmaduros que hacía cuando Ingrid le daba la espalda.
No estaba de acuerdo con ese trato. Era un odio no justificado, y no quería formar parte de eso, pero tampoco veía otra opción.
Una vez, inconscientemente, habló a favor de Ingrid, y se arrepintió inmediatamente al hacerlo. Ese día casi corrió sangre, y no pasó gracias al autocontrol de Xanath.
Los días en el bachillerato se fueron complicando. Conforme se acercaba el termino del primer trimestre, la situación en las materias se iba complicando también (excepto en Lengua Española, era la materia más sencilla de todas).
El profesor Miranda resultó ser la persona más exigente con sus tareas. Era amante de la perfección. Evidentemente, una bola de estudiantes que en su vida habían llevado dibujo la perfección no era una opción.
Cuando realizaron su primer circulo cromático, Miranda casi enloqueció al ver las prácticas de todos.
— ¡Pero que pulso tan horrible! Mi abuela a su edad sabe pintar mejor que ustedes, y sin salirse de la línea —. Pues ponga a su abuela a hacernos las prácticas y cierre la boca, pensó Gibran internamente, mientras tomaba con fuerza su pincel e intentaba hacer lo mejor con su práctica.
— ¡Qué color tan horrible te quedó! ¿Cuántas gotas de azul le echaste? Les dije que dos, ¡dos nada más! ¿Sabes contar? — Gibran se estremecía cada vez que regañaba a alguien.
Él se había salvado de sus comentarios, con él solo negaba con la cabeza cada vez que pasaba por su lugar. Probablemente veía su trabajo cuando ya estaba cansado de resaltar lo mal estudiantes que eran en su materia.
La única que recibía buenos comentarios y uno que otro elogio era Oyuky. Era evidente la práctica que ya tenía. Su pulso era maravilloso, y su lámina se veía impecable. No tenía ni una mancha ni la pintura cruzaba los límites de las líneas.
— Una maravilla, ¡así se hace un buen círculo cromático! ¿Ya vieron? Me atrevería que esto es una obra perfecta, pero a mí me hubiera quedado mejor —. Miranda siempre tan lindo, ni cuando elogiaba un trabajo podía dejar de ser tan pesado.