Tiempo antes de que Gibran dejara de hablar con Alejandro tendía a hablar mucho de Tulipana. Mencionaba que, de su pequeño grupo de amigas, era con quien solía hablar más. Y tantas menciones y referencias hacia ella llevaron a Alejandro a convencerse de que quería conocerla.
Cuando le pidió que organizara una salida entre los tres casi explotó de la felicidad. Nada lo haría más feliz que tener a una de sus mejores amigas y el chico que más le había gustado en un mismo lugar, compartiendo tiempo y espacio.
El plan surgió de último momento y se agendó el sábado de la misma semana que el concurso de catrinas y catrines. Por acuerdo común, eligieron que el lugar en donde convivirían sería en Parque Tezontle, por lo que fijaron que el punto de encuentro sería la estación Iztacalco del metro.
Tulipana llegó puntualmente, y estaba igual o hasta más emocionada que Gibran. Evidentemente ella sabía la historia detrás, y estaba al tanto de los sentimientos de su amigo por el desconocido al que tendría el honor de conocer en un par de minutos.
Por las descripciones que Gibran le daba, Tulipana se imaginaba a Alejandro como todo un dios griego, así que las expectativas fueron altas.
Los minutos avanzaban. Pasaron cinco, diez, quince minutos y Alejandro no aparecía. Según iba en camino, pero jamás mencionó que iba tarde.
“¿En dónde vas? Ya te estamos esperando” No quiso sonar grosero, pero si había algo que a Gibran le molestaba era la impuntualidad. Si él podía llegar a las horas acordadas, ¿por qué él no?
“Ya llegué, estoy debajo del reloj junto a los torniquetes” Tulipana y él se encontraban justo en los torniquetes y no había ningún reloj.
“¿De qué estás hablando? No hay ningún reloj” La paciencia de Gibran comenzaba a agotarse. Había olvidado que le encantaba mentir. Si no se daba prisa, le dejaría de hablar y cancelaría su asistencia al karaoke la próxima semana.
Por una razón que no lograba entender, Alejandro estaba en una estación del metro diferente a la acordada. Gibran casi explotó del coraje al darse cuenta de que iba 40 minutos tarde, y que todo ese tiempo había estado en un lugar que nunca se mencionó. Se encontraba en la estación continua a Iztacalco, llamada Apatlaco.
“¿Y qué haces allá? Te estamos esperando, ya es muy tarde”
Se le hizo una falta de respeto, no tanto por hacerlo esperar a él porque lo haría toda la vida, pero no a Tulipana. El mensaje que mandó después le provocó un ligero mareo, no porque tuviera anemia, si no porque estaba conteniendo su ira y se manifestaba en cosas así:
“Pues váyanse sin mí, yo ya voy camino a casa”
Leyó el mensaje en voz alta. Estaba tan concentrado en la pantalla del celular que no logró ver la reacción de Tulipana. Rápidamente le exigió que cambiara de dirección y fuera a su encuentro. Contuvo las ganas inmensas de decirle las groserías que estaban esperando en su mente ser escritas, pero algo en él le evitaba hacerlo.
Esperaron en lo alto de las escaleras hasta que hizo acto de presencia.
Tulipana estaba junto a Gibran, y él le describió cómo iba vestido para que comenzara su análisis y le diera una opinión objetiva basada en sus propias observaciones y no en descripciones.
— No mames, está guapísimo — fue todo lo que alcanzó a decir ella antes de que Alejandro llegara hasta ellos.
Les pidió una disculpa por la confusión y pidió que se fueran a Parque Tezontle para no perder más tiempo.
Durante el camino de ida fueron de pie en el transporte. Tulipana, como una buena amiga, le hizo un par de preguntas para aprobar o no al chico que le gustaba a su mejor amigo. Las preguntas fueron típicas fáciles de responder: si tenía algún otro nombre, cómo es que se habían conocido, qué le gustaba hacer en sus ratos libres, si tenía hermanos o era hijo único, cuáles eran sus metas en la vida, qué era lo que pensaba estudiar, si tenía alguna alergia o enfermedad crónica de atención… Analizando bien el interrogatorio, las preguntas no fueron tan típicas.
Caminaron por cada rincón de la plaza, mientras entraban y salían de alguna tienda que llamaba la atención de alguno de los tres. De vez en cuando Gibran olvidaba por completo la presencia de Tulipana y se perdía en la falsa idea de que se encontraba en una cita con Alejandro. A decir verdad, él le prestaba más atención a Gibran que a su amiga, muy seguramente por ser una desconocida.
Sin embargo, también soltaba una que otra pregunta a Tulipana para incluirla en las conversaciones.
Los tres tenían antojo de algo dulce, y al pasar junto a un Nutrisa decidieron comprar un helado. Gibran no era tan fanático de los helados de yogurt, pero sus dos acompañantes babeaban por uno, así que no quiso expresar su poco gusto por esa clase de helados.
Alejandro lo tomó de la muñeca y lo llevó hasta la fila de la heladería. Estaba casi seguro de que salieron un par de chispas cuando sus pieles entraron en contacto. Contuvo el grito y la sonrisa de felicidad que le causó aquel insignificante gesto.
Se comió el helado sin hacer ninguna cara: no le supo mal, pero tampoco le agradó mucho a su paladar.
Las pláticas que tenían Gibran y su amor imposible daban la impresión de ser personas que tenían mucho tiempo de conocerse. La conexión que mantuvieron mientras el encuentro duró fue excelente. Gibran de vez en cuando soltaba alguno de sus tantos comentarios que solía usar con las personas con las que se sentía en confianza con el afán de molestar. Alejandro a veces le soltaba uno que otro puñetazo amable en el hombro. Los tres se reían la mayor parte del tiempo y deseó que aquel momento fuera eterno. Deseó fervientemente que el tiempo se detuviera para quedar atrapado en ese lugar con esas personas por siempre.