Nunca había tenido tantas ganas de iniciar la semana. Desde la ida al karaoke no dejaba de sentir que se encontraba en un sueño. Recordar que había bailado tan de cerca y con la mano de Alejandro en su cintura le hacía sentir un revoloteo en el estómago que se sentía maravilloso. No podía evitar dejar de sonreír y los pensamientos le llegaban sin aviso. Su madre lo había atrapado en varias ocasiones, sonriendo a la nada. Su mente no dejaba de retroceder y regresar.
Sentía que a partir de ese día la puerta de la oportunidad que tanto había esperado se había abierto. La sangre en sus venas ardía del profundo deseo que tenía por ver a Alejandro una vez más, de hablar con él en todas las ocasiones que se le presentaran, de acompañarlo a cuantos lugares tuviera oportunidad y jamás despegarse de él.
Se sentía tan feliz que incluso habría tenido el valor de declarar sus sentimientos aquel mismo día, sin embargo, no quería tomar una decisión precipitada que pusiera en riesgo su amistad. En tan poco tiempo habían logrado volverse cercanos, y esperaba que todo se mantuviera así hasta la eternidad.
Salió de casa caminando apresuradamente, no porque se le hiciera tarde, si no porque tenía tanta energía que debía liberarla de alguna que otra forma.
Le había contado a su grupo de amigas lo que había sucedido en cuanto tuvo la oportunidad cuando regresaron del karaoke. Presentó el examen un poco mareado, y en el regreso casi lo atropellan por correr en la avenida. Todo se pudo haber evitado de no ser por el tráfico. Tuvieron que abandonar el taxi en el que regresaron a unos muchos metros de distancia para correr hasta la preparatoria y llegar a tiempo antes de que la profesora de inglés les cerrara la puerta del aula. Ella se dio cuenta del mal estado en el que iba Octavio, pero no le dijo nada. Tampoco lo reportó ni le pidió que abandonara el salón. Si hubiera sido otro tipo de profesor lo habría reprobado en ese momento.
Relató los hechos tal y como habían sucedido, llenándose de placer al ver sus expresiones cada vez que estaba más cerca del clímax. Las chicas compartieron su emoción y saltaron de alegría con él. Incluso Aidée lo abrazó para felicitarlo por ese gran avance.
Cuando puso un pie en la preparatoria casi echó a correr hasta el aula en donde tocaba Lengua Española. Llevaba tanta prisa que no notó que había llegado veinte minutos antes de que diera inicio la clase. Al llegar a la primera planta del edificio de Humanidades se encontró con su grupo de amigas, las cuales mantenían una conversación un poco discreta a pesar de que no había nadie cerca ajenas a ellas que pudieran escucharlas. La primera que lo vio fue Aidée, el resto siguió su mirada y detuvieron su charla.
— Llegaste muy temprano — señaló Aidée. En ese momento Gibran no notó nada raro en su voz, ni tampoco se percató de los rostros de preocupación y lástima que tenían.
— Lo mismo digo de ustedes — las saludó rápidamente con un beso en la mejilla a las cinco (incluso Lucero estaba ahí) —. ¿Saben si ya llegó Alejandro?
— Sí, pero no te recomiendo que entres al aula ahora mismo… — en cuanto escuchó el “sí” se dio la vuelta, ignorando el resto de palabras que Giselle pronunció.
Lamentó tanto haberlas ignorado, pues de ser así no habría entrado al aula justo en el momento en el que Alejandro besaba a Mairim mientras rodeaba su cintura fuertemente con sus brazos.