Las vibras del primer día de clases en sexto año se sintieron igual al primer día de clases del bachillerato.
Se sentía como un nuevo comienzo, a pesar de que su travesía en la preparatoria estaba cerca de terminar. Era su último año escolar, y aunque todos eran importantes por igual aquel tenía el peso de la elección de carrera.
Todo estudiante que cursara el bachillerato en la UNAM tenía el derecho al Pase Reglamentado, que es un mecanismo aplicado por la universidad para que sus estudiantes no presenten examen de selección y tengan pase directo a cualquiera de sus licenciaturas teniendo como único filtro para el proceso de selección el promedio. Un buen promedio garantiza ingresar a cualquier licenciatura, pero conforme el promedio desciende también lo hacen las opciones. El promedio puede variar dependiendo de la demanda de la licenciatura, o algunas otras son de acceso indirecto y se tienen que cumplir con requisitos extras y otros filtros para poder ser aceptado.
Necesitaba un milagro en su último año para que su promedio subiera a 9 y ser de los pocos afortunados que no tenían que preocuparse por su futuro universitario. Y no solo tenía que preocuparse por eso, si no también por su nuevo grupo.
No estaba seguro si hubiera preferido no saber quiénes serían sus compañeros, pero saber de algunos y conocer a uno que otro le generó tranquilidad e inquietud al mismo tiempo. No sería un año sencillo. Sus amigas, su lugar seguro, no estarían con él para apoyarlo en caso de ser necesario y solo suplicaba que sus compañeros no lo rechazaran tan cínicamente como sus compañeros de cuarto.
Y para evitar dicha exclusión se adelantó a los hechos y creó los grupos de Messenger y Facebook. Quería asegurarse de que estaría incluido y que la información que los profesores mandaran al jefe de grupo también llegase a él.
Cuando puso un pie en el bachillerato se sintió extraño y nostálgico al mismo tiempo. Recordó el primer día y su pensamiento constante de pasar el primer día solo, pero no fue así. Pasó por el lugar en donde se había detenido para observar su horario y meditar para recordar la ubicación del aula de su primera clase. Después de dos años de estudio en el mismo lugar se sabía de memoria el mapa de la preparatoria, por lo que esa vez no se detuvo a pensar en nada y siguió adelante, hasta el primer edificio de Ciencias en donde tendría lugar su primera clase: física IV.
Su primera clase sería con la primera mitad de su grupo: la sección A. Cuando entró el aula estaba casi vacía, a excepción de unos cuantos compañeros que no reconoció pero que tampoco tenían cara de ser especiales. Se veían hasta cierto punto amigables, pero también serios y centrados en el estudio. Se sentó en la primera mesa y no esperaba que nadie se sentara con él para acompañarlo. La soledad en la primera clase le iba a sentar de maravilla para comenzar a acostumbrarse a ese nuevo ambiente.
Conforme la hora de la clase se iba acercando más gente iba llegando y como lo sospechaba casi no reconoció a nadie, mas que una compañera de quinto año llamada Carina que nunca le había terminado de caer bien por ser doble cara e hipócrita. Siempre encontraba la manera de menospreciar los logros ajenos y ser el centro de atención contando anécdotas personales que nadie le preguntaba y que a nadie le interesaban más que a ella. Si querías contar que te había ido muy bien en algo y Carina estaba presente era mejor ahorrarse la historia para después a menos que quisieras que ella se sacara de la mano una anécdota para hacerte saber que ella lo había hecho mucho antes que tú y mucho mejor. Cuando Carina entró lo hizo acompañada de Andrés, un chico moreno de cabello corto y nariz un poco grande, serio, pero con una vibra muy cómoda y que desprendía ternura. Detrás de él iba César, un chico alto y muy delgado de cabello negro y un poco chino. Tanto Andrés como César habían sido también compañeros de Gibran en quinto, pero había convivido más con César por prestarse más a la socialización que César. Este último era más serio y no convivía con nadie que no fueran las personas de su círculo social. Casi siempre tenía cara de asco y de vez en cuando lo había escuchado atacar a la vida y a las personas en general. Todos le caían mal, no consideraba a nadie amigo y tampoco se tenía aprecio a si mismo, pues siempre encontraba la manera de atacarse. Cuando hablaba con alguien a quien no conocía la incomodidad se podía tocar, pero tenía algo que resultaba llamativo y aún no descifraba exactamente qué.
Detrás de ellos entró una chica de mediana estatura, de piel blanca, lentes redondos, cabello lacio y castaño y una no muy buena postura. Vestía unos jeans azul oscuro y una playera blanca de tirantes holgada. Si tenía que clasificar a sus nuevos compañeros del que tenía la mayor apariencia de ser ojete, ella iba en segundo lugar. En el primero estaba César.
La seguía un chico alto, de los más altos que había visto en los dos años que llevaba en el bachillerato. Era moreno, de cabello castaño oscuro y corto. También portaba unos lentes de armazón redondos y una mochila cruzada al hombro que le golpeaba la pierna derecha cada vez que daba un paso. Físicamente era atractivo, y si tenía que hacer un top de los más guapos que había visto hasta ese momento, él encabezaba el top.
Apenas estaba terminando de analizar el rostro de su nuevo compañero cuando una silueta conocida captó su atención.
Con celular en mano como era su costumbre, pantalón de mezclilla y un hombro de su camisa de vestir mal acomodada, Alejandro entró al aula y Gibran pensó que su día no podía ponerse peor.