No sabía qué fue lo que le llevó a pensar que aquella breve interacción con Alejandro daría pie a una comunicación constante con él, pero no fue así.
El paro estudiantil tampoco le ayudó en nada: cada vez se prolongaba más y más y parecía no tener fin.
En una de las tantas asambleas que se realizaron para discutir si se entregaba ya la escuela o se seguía manteniendo el control, el tan esperado profesor de Literatura llegó. Era un hombre joven, no tendría más de 30 años. Era de estatura media, aproximadamente lo mismo que Gibran, y se peinaba el cabello hacia atrás, pero cuando inclinaba la cabeza hacia adelante le caía en la frente, por lo que se lo tenía que acomodar constantemente.
El primer encuentro que tuvieron tuvo lugar a las afueras del planten.
— Hola, ¿tu eres el jefe de grupo del 655? — ¿Cómo es que me pregunta directamente a mí, como si supiera la respuesta a su pregunta? Desconocía quién le había proporcionado la información, pero dudaba mucho que la dirección le pasara los rasgos físicos de Gibran para que lo buscara entre la multitud de estudiantes que se desplazaban de un lado hacia otro. Cuando Gibran respondió a su pregunta, el alivio inundó el rostro del profesor —. ¡Uf! Tremenda mala suerte tengo. Apenas llego y me entero de que están en paro estudiantil. Me llamo Mario Plaza, y soy su profesor de Literatura iberoamericana y mexicana ¿no hay una fecha aproximada para el regreso a clases?
— Nadie sabe nada, ni si quiera los que tienen tomada la preparatoria, pero así como están las cosas va a tardar aún más.
La directora del plantel no había aún mostrado interés por resolver los puntos del pliego petitorio. El resto de planteles del bachillerato de la UNAM igualmente seguían en paro estudiantil, pero sus situaciones pintaban mejor que el plantel en el que iba Gibran.
— No me digas eso. Intentaré estar al pendiente de la situación, ¿te paso mi número para que estemos en contacto? — Gibran registró el número en su lista de contactos y le prometió que ante cualquier actualización se lo haría saber inmediatamente —. Muchas gracias…, ¿me podrías repetir tu nombre, por favor? — No le puedo repetir algo que no le he dicho pensó inmediatamente.
— Gibran.
— Que hermoso nombre. Encantado de conocerte, Gibran. Nos mantenemos en contacto —. Se dio la vuelta y se retiró.
Gibran se quedó en donde estaba, reflexionando sobre la situación de la escuela y en su primer intercambio de palabras con Alejandro después de tanto tiempo.
Lo que en su momento le dejó de gustar de Alejandro nuevamente comenzó a mover sus fibras más sensibles, y aunque hacía lo posible por convencerse de que no era amor y solo parásitos alojados en su estómago no funcionó.
Y la mejor manera que encontró para desahogar sus sentimientos sin acudir directamente al causante de todas sus emociones fue contándoles todo a Monse y Vianney.
Se habían ganado su confianza, a pesar de la distancia que a veces Vianney tenía con ellos, pero poco a poco se fue integrando hasta ya no cambiarlos en las horas libres por otras amistades. Y la relación mejoró porque eran compañeros en la optativa de Morfología. Monse y Vianney siempre se sentaban juntas y Gibran en la banca de frente o detrás de ellas. No le desagradaba estar solo, y pensó que tal vez eso le ayudaría a concentrase más en las clases, pero no. Estar con sus nuevas amigas era sinónimo de encontrar algo de lo que reírse y por eso amaba tanto parar su tiempo libre con ellas.
Cuando les contó toda la historia de Alejandro estaban muy concentradas e interesadas en cada detalle, y al final no supieron qué decir, aunque lo intentaron.
— Se entiende que te sientas confundido. Todo cuarto año estabas seguro de que te gustaba, pero su ausencia te metió una idea falsa de que ya lo habías olvidado y superado tus sentimientos hacia él, pero ahora que nuevamente está en tu vida llegó con confusiones y dudas —. Monse no sabía dar buenos consejos, pero era buena escuchando y encontrando la raíz de los problemas. Lo que mencionó no fue nada que Gibran no hubiera pensado antes, pero que ella llegara a la misma conclusión le hizo sentirse tranquilo: al menos podía seguir pensando lógicamente.
— Tampoco te agobies tanto por eso. Si le das más atención de la que merece te vas a desviar de lo que te debería preocupar más —. Lo que decía Vianney era cierto: pensar tanto en eso le estaba robando la concentración y a veces, durante las clases, no sabía en qué momento había dejado de poner atención a los profesores para pensar en Alejandro. Tenía que reunir toda su fuerza de voluntad para no buscarlo con la mirada en el aula, o para no acercarse a su nuevo grupo de amigos a saludar o preguntar algo que le diera un motivo para hablar con él. Sin embargo, nunca tenía el valor y Alejandro siempre estaba muy concentrado en las pláticas que tenía con sus amigos.
Y si algo tenía Gibran es que era muy observador y notaba cosas que lo llevaban a conclusiones no muy equivocadas.
Alejandro siempre estaba acompañado durante las clases de Armando (el chico moreno que a Gibran se le hacía atractivo) Andy (la chica que le daba vibras de ser muy ojete) y Rebeca (una chica muy blanca de rostro ovalado y nariz respingada. Tenía el cabello largo y era muy chino y le gustaba mucho los caireles que se le formaban), pero durante las horas libres compartía tiempo con otras personas, pero solo una llamó la atención de Gibran.