La calidez que desprendía la cafetera y el aroma del café que inundaba al local, contrastaba con la salvaje tormenta que se llevaba a cabo afuera. Los truenos eran amortiguados por las animadas conversaciones de los comensales y el fino choque de la loza. Su hora de salida se acercaba. El suave tintineo que daba aviso de la llegada de un cliente se hizo presente y la sobresaltó. Seguía pensando lo que había pasado más temprano. Yasu se preparó para tomar la orden del cliente recién llegado.
— No había necesidad de que vinieras por mí. Violeta y sus amigos tienen fiestas más importantes que venir a una triste cafetería — comentó Yasu al ver a su amigo de pecas al otro lado del mostrador.
— ¿Quién dijo que venía por ti? Yo vengo por mi chocolate caliente favorito, que casualmente lo hacen aquí —. Sonrío divertido y unos hoyuelos se hicieron presentes en su rostro.
— Aquí está. Estuve pensando en lo que dijo Violeta hoy y creo que tiene razón. Tienes mucho potencial para ser popular, pero eres un ñoño y eso te resta muchos puntos — se burló Yasu restándole importancia a lo sucedido ese día. Si ella se reía de la situación, todo iba a estar bien, ¿verdad?
Toda esa semana había pasado como cualquier otra. Yasu iba a la escuela, recibía constantes burlas de Violeta, iba a trabajar, regresaba a casa y dormía. Así eran todos los días, a excepción de ese viernes.
Yasu caminó por el largo pasillo que se dirigía a su salón de clases, cuando sintió que alguien chocó con ella. Yasu iba a disculparse, pero no lo hizo cuando reconoció a la chica de cabello negro y flequillo. Se trataba de Violeta, la cual desde que se hizo popular había elegido a Yasu como su mascota de terapia.
— Yas, te había extrañado, pero en toda la semana me surgió algo más interesante. Te juro recompensarte cuando termine el día —. Explicó justo antes de entrar al aula.
Yasu se quedó afuera del salón por unos minutos, que para ella fueron una eternidad. No sabía si entrar, tomar clases y resignarse a que Violeta le hiciera de sus acostumbradas maldades o huir de ahí.
— Hola, ¿por qué no has entrado? — preguntó Ethan cuando llegó a su lado. — Ah, ya vi. Si quieres no entremos a clase… o si quieres entremos y si pasa algo te ayudaré — añadió cuando la vio poco convencida con la primera propuesta. Yasu se limitó a asentir. Estaba agradecida por tener a alguien de su lado.
El constante sonido de las manecillas del reloj sólo logró aumentar su dolor de estómago. El minutero sólo tenía que dar cuatro giros más para que su infierno terminara. No había recibido ningún ataque en todo el día, como Violeta había prometido, y esperó que siguiera así. La ansiedad llegó a niveles tan elevados que su pie comenzó a moverse involuntariamente. Unas risas al fondo del salón de clases la pusieron alerta. Inevitablemente creyó que se reían de ella, cosa que no era extraño. El dolor se intensificó.
Ethan notó la incomodidad de su amiga y susurró su nombre: — Yasu —. Al ver que no contestaba, con la punta de un bolígrafo, le dio un leve golpe en el hombro. Yasu se sobresaltó. — ¿Vas a ir al trabajo? — susurró el chico intentando llamar su atención.
— Si — contestó sin mover ni un músculo. Yasu no quería verlo a los ojos. No podría ver la preocupación de su amigo sin que se le pusieran los ojos llorosos a ella. Además, creía que, si se movía, sus compañeros se darían cuenta de su presencia y la comenzarían a molestar.
— Cuando salgas del trabajo, ¿puedo ir a tu casa? — Yasu se limitó a asentir. El timbre que daba por finalizada la jornada de estudios al fin sonó. — Muchas gracias. Vámonos, se te hará tarde — dijo Ethan, mientras guardaba sus cosas en su mochila. Los amigos se dispusieron a salir, pero un chico, de piel morena con unos pelillos en el labio superior, les impidió salir.
— Yas, amiga, ¿ya te vas? — Violeta habló con un tono de voz que denotaba hipocresía. Tomó el pelo a Yasu de manera delicada. — Quería que te quedaras un poco más, ya ves lo que te prometí en la mañana. Yo nunca rompo una promesa.
— Violeta, por favor... creo que lo mejor sería que nos dejaran en paz — expresó Ethan acercándose a las chicas, pero el otro chico lo detuvo por el hombro que impidió que se acercara más. — Violeta... — murmuró y miró al chico que lo retenía. Violeta entendió el mensaje y le dijo al chico que lo soltara.
— Ay, Ethan. Tu siempre serás un buen amigo... eso es lo que me gusta de ti. Lástima que tu amiga sea la rarita. Estoy segura de que serías perfecto, si ella no estuviera en tu vida —. Pasó su bolsa por el hombro y se marchó con sus amigos. No sin antes golpear el hombro de Yasu, como lo había hecho en la mañana.
— ¿Nos vamos? — preguntó su mejor amigo, sacándola de sus pensamientos, ella sólo asintió.
— Ya te he dicho que no me tienes que defender — murmuró Yasu cuando salieron de la cafetería. Se abrazó con los brazos cuando un viento frío le golpeó el rostro y un escalofrío recorrió su cuerpo. No había llevado sudadera, porque él que daba el clima afirmó que iba a ser un día hermoso. El cielo estaba gris. Un hecho inusual, ya que estaban a mediados de primavera, pero no tan extraño en los últimos días en Isema. — Estoy segura de que la próxima será mucho peor de lo que tenían planeado para hoy. Aun así, gracias.