El orfanato de San Sebastián cada vez se hace más lúgubre, el sol apenas ha mostrado su brillo en mucho tiempo y las lluvias constantes amenazan con arrasar las pequeñas cabañas de madera que componen en su conjunto el humilde hospicio. Los días tristes y opacos transcurren en medio de la zozobra mientras que las noches, tan obscuras como el más profundo de los abismos, traen consigo un silencio sepulcral que solo se ve interrumpido por los leves lamentos de la joven maestra que contempla noche tras noche la misma aparición. Suele pasar largas horas junto a su ventana, observando atónita a la misteriosa niña que la llama desde la distancia y en cuyo rostro apenas visible puede distinguir los mismos rasgos del pequeño que encontró a orillas del rio tiempo atrás, de hecho podría decirse que son gemelos. No habla de ella con nadie, ni siquiera Adolfo conoce el origen del desconsuelo que puede verse en su rostro ante el brillo del crepúsculo de la tarde que anuncia la cercanía de sus tenebrosas visiones. Él todavía recuerda ese día en el cual despertó al alba encontrando a Natalia junto al ventanal llorando sin consuelo, e intentó confortarla, pero ella dio media vuelta y se marchó, fue la última vez que compartieron la misma habitación.
Ahora el doctor pasa las solitarias noches en el consultorio, reclina su silla y con la vista fija en las diversas hendiduras del techo reflexiona buscando en sus memorias el instante en el cual se desvaneció la felicidad que le invadía en cada momento que pasaba junto a ella. En ocasiones se ve interrumpido por el insistente y sonoro crujir proveniente del secuoya que se levanta imponente entre el dispensario y una diminuta bodega de herramientas, las frecuentes lluvias han debilitado sus raíces, y aun en medio del mar de dudas por el que navega, Adolfo no puede evitar preocuparse puesto que es consciente de que el gigantesco árbol podría caer si no se le presta atención. Aun así ha llegado a pensar que sería lo mejor, que callera sobre la cabaña donde pasa todo su tiempo y se llevara las dudas, así podría descansar. Luego esta deja de parecer una opción atractiva, se concentra de nuevo en su propia tragedia hasta que le ataca una jaqueca insoportable, y para lidiar con ella no puede más que beber sorbo a sorbo todo el contenido de la botella casi vacía en la cual pretende ahogar sus penas hasta caer dormido al amanecer. Así pues, sin saberlo, pasa las noches de la misma forma que lo hace Carmen, ella espera a que oscurezca para recluirse en su despacho y beber algún caro licor hasta perder el conocimiento, es la única forma que encontró para mitigar el dolor causado por la ausencia de quien era su mano derecha y aunque se niegue a aceptarlo, su amigo. Claro que no es la única desconcertada por la singular desaparición, que se ha convertido en otro misterio, generando rumores y conjeturas. Muchos dicen que el malhumorado jardinero huyó, cansado de los constantes agravios que recibía por parte de la directora con quien solía pasar gran parte del día, que se marchó con el fin de iniciar una nueva vida lejos de ella. Otros dicen que cayó al rio estando ebrio y fue arrastrado por el torrente del mismo, no obstante, el viejo camión que utiliza para hacer las compras sigue estacionado en el mismo lugar de siempre, lo más lógico sería pensar que lo llevaría si lo que deseaba era escapar del yugo de su déspota patrona, y si resultaba ser que bebió de más y pagó el precio, tendría que haber utilizado el vehículo para ir hasta el poblado y comprar el licor causante de su fatídico destino, pero éste no se había movido de su sitio en casi un mes, por lo que esa teoría también carecía de fundamentos. De hecho, la única persona cuyos presentimientos se acercan a la realidad es Natalia, pues desde que comenzó a ver a la enigmática niña en frente de su cuarto ha tenido varias pesadillas que la acosan en cuanto cierra sus ojos aunque sea por unos cuantos minutos, en ellas el protagonista siempre resulta ser el desaparecido jardinero, siempre está atado de pies y manos, siempre está gritando mientras su cuerpo es desgarrado sin que la muerte llegue hasta él para darle paz. En el escenario en el cual se dan los perturbadores sucesos puede verse a sí misma inconsciente junto al martirizado hombre que no deja de clamar por ayuda, sabe que será la siguiente, puede sentirlo, pero nunca llega a ocurrirle nada antes de despertar sudorosa y con el ritmo cardiaco acelerado, quizás por ello prefiere mantenerse despierta todo el tiempo, mientras sea posible. Dicta las clases haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedan, fingiendo que todo está bien, y nunca pierde de vista Daniel quien parece ignorar todo lo que sucede a su alrededor. Durante el receso de la mañana se sienta en una banca junto a la puerta del aula, observando a los niños que juegan mientras intenta no desfallecer. Cerca de allí puede ver al culpable de sus desgracias en el mismo rincón de siempre, junto a la única persona que ha escuchado su voz y ha dado a conocer su nombre, no puede evitar odiarle aun cuando sea solo un niño, maldice en su mente el instante en que le sacó del rio y de forma inadvertida se vio envuelta en una pesadilla que no parece tener fin. Pensando en ello, es sorprendida por una voz que parece venir de la nada y pregunta:
—¿Puedo sentarme?