Los zapatos deportivos rechinan al chocar contra el piso de madera que conforma la habitación donde ensayamos. Montamos una coreografía para el sábado, mientras que Evandro nos observa con las piernas cruzadas y sentado en una silla de metal. La química que existe entre nosotros reacciona como dos compuestos que colisionan y es una dicha que no haya desaparecido porque es uno de los puntos positivos que los jueces resaltaron, sin embargo, cada vez que la miro a los ojos recuerdo las palabras que sus labios articulaban la otra noche, tan duras, verdaderas y frías que cercenaron mi corazón.
—Ya pueden detenerse —se levanta de la silla y aplaude —debo decir que han mejorado, pero aún tienen que ensayar hasta que les sangren los pies si quieren impresionar al jurado.
—¿Terminamos por hoy? —Verónica estira sus brazos.
—Sí, ya pueden irse —recoge unas cosas del escritorio donde está la laptop conectada a los parlantes —hasta mañana —dice Evandro saliendo de la habitación.
Quedamos nosotros dos solos, solo nos acompaña el reflejo del espejo en la habitación. Entonces ella se aproxima a recoger una mochila tirada en una esquina y colgándosela en el brazo derecho se prepara para irse.
—Antes que te vayas —llamo su atención haciendo que se detenga —te traje algo y quería dártelo —voy caminando de espalda mientras le hablo y cuando volteo estoy muy cerca de la pared y estampo mi cara contra ella —no me dolió.
¡Ay, mi nariz y mi boca!
Escucho la risa de Vero —estoy bien —masajeo mi nariz y luego saco de mi mochila un oso de peluche de color negro (su color favorito) que en su barriga tiene un corazón rojo que dice “yo te quiero mucho”, además está envuelto en un papel transparente que a su alrededor se encuentra repleto de dulces.
Entonces, como estoy cerca de la computadora, aprovecho de colocar una canción que sé que le traerá buenos recuerdos porque solía cantársela antes a Vero. Lo hacía sin ninguna doble intención, solo para hacerla reír y molestarla al mismo tiempo.
El sonido de “Verónica de CDC” inunda la habitación de inmediato —compré esto para obsequiártelo y pedirte disculpas si la pregunta que te hice la otra noche te incomodó —respiro profundo estando de pie frente a ella —no era mi intención.
Sonríe mordiéndose el labio y toma el regalo mientras sus ojos mantienen ese brillo que tanto me gusta —¿Y la canción a que se debe?
Sonrío e inclino un poco la cabeza —¿Recuerdas aquella vez que quería dejar la universidad y tú fuiste a mi habitación a animarme? —tengo la mirada por el suelo y luego la alzo —lograste convencerme y justo en ese instante esta canción sonó en la radio —asiento —desde ese momento te la empecé a cantar solo para molestarte.
—Claro que recuerdo —rasca su nariz —esa noche nos quedamos en tu cuarto viendo películas hasta que amaneció.
Si —alzo las cejas —yo quería ver caricaturas y tú películas de terror.
Acomoda el oso de peluche en sus manos y el envoltorio suena —qué tiempos aquellos —sonríe —como sea, tengo que ir a arreglarme, recuerda que en una hora tenemos la cena —ella se da vuelta para irse.
La sostengo del brazo —te necesito —sus ojos me observan con dulzura.
Se suelta de mi agarre —no puedo, ya lo hemos hablado.
—No me importa —me acerco a ella lentamente, mirándola a los ojos y quitándole algunos mechones de cabello del rostro. Nuestros labios se acercan como si tuvieran atracción magnética y comienzo a cerrar los ojos cuando escucho tres golpes en la puerta.
—¿Interrumpo algo? —Javier se recuesta en el marco de la puerta y cruza los brazos.
—No, ya me iba —Verónica se aleja de mí y le da un beso en la mejilla a él —me tengo que alistar —sale de la habitación.
Suspiro y paso la mano estrujando mi rostro —bueno yo también tengo que irme.
Javier me detiene poniendo su mano en mi pecho —más te vale que mantengas tu distancia con ella —mastica un chicle mientras habla.
Frunzo el ceño —¿Desde cuándo ella se volvió tu propiedad? —quito su mano de mi pecho de manera brusca —¿O es que estás marcando territorio? ¿Explícame?
Se ríe —que gracioso Carlitos, solo te advierto que si no quieres que mi puño se estrelle repetidamente contra tu cara —forma un puño con su mano derecha que estrella contra la izquierda.
Levanto mis dos brazos y los observo —hasta donde sé no soy discapacitado, también tengo dos manos que pueden hacer lo mismo.
—Te lo advierto por las buenas —levanta su mentón —sé que tienen que fingir ante las cámaras, su —hace comillas con los dedos —“relación”, pero si te veo cerca de ella en esa extraña actitud no respondo de mí.
Me rio —pues que mal por ti amigo —señalo con el pulgar mi pecho —porque resulta que ella es mi pareja de baile y pasamos mucho tiempo juntos.
Agita la cabeza hacia los lados diciendo que no —yo nunca pierdo, no compitas conmigo —me señala con su dedo índice —estás advertido.
Después de eso sale de la habitación intentando realizar una caminata intimidante, pasa la mano por su cabello y voltea por el pasillo dándome una mirada asesina con su rostro enrojecido.
¡Ay, qué miedo!
Tengo tanto miedo que me iré del concurso.
Me he enfrentado a tipos como él y nunca me acobardé.
Cierro el reproductor de música abierto y apago la laptop del salón de ensayo, recojo mi mochila y salgo al pasillo cerrando la puerta y caminando con prisa, pues, quiero darme una ducha con agua tibia (ya arreglaron la ducha de mi baño) y vestirme para asistir a la cena que nos organizaron hoy. Se trata de un evento publicitario que prepararon los organizadores que financian el concurso, al parecer un restaurante muy reconocido desea servirnos para hacerse publicidad a través del show.
Voy por el pasillo cuando observo a Estela con su ropa deportiva de ensayo y caminando en dirección contraria, trae consigo una pelota de tenis de color verde que va hacia arriba y abajo al rebotar en el piso. En uno de esos rebotes la pelota sale disparada y me golpea en la entrepierna.