Doy un bostezo en el que mi boca queda abierta por unos segundos y creo que le añado tiempo extra. Estiro los músculos de todo mi cuerpo entre las cobijas de la cama, froto mis ojos y me quedo en silencio observando el techo de la habitación. Me levanto sentándome en el borde del colchón mientras miro el cesto de ropa sucia, pues, casi que se desborda con todo lo que se ha acumulado estos días.
Mi manera de comenzar el día es dándome un duchazo de agua fría, así que me quito la ropa quedando totalmente desnudo y camino al baño, pero antes de entrar recuerdo que también acostumbro a preparar café para que cuando salga de la ducha esté listo. No hay nada como la cafeína matutina.
Me dirijo a la puerta de la habitación rascándome una nalga. No obstante, mi excelente memoria había olvidado que Amanda está en el departamento, así que lo primero que me consigo cuando salgo es a ella en la cocina preparando el desayuno.
—¡Carlos! —voltea a verme y abre los ojos viéndome de arriba abajo.
No hago ningún intento por taparme, en parte porque sigo algo dormido —¡ya me has visto desnudo antes! —bostezo y paso la mano por mi rostro —nada ha cambiado.
—Sí —muerde sus labios y agacha la cabeza —pero los vecinos pueden verte.
—A menos que sean unos pervertidos —rio y señalo las ventanas y el balcón —las ventanas están cerradas y desde el balcón no se puede ver hacia acá. En fin —rasco mi cabeza —solo quería hacer café antes de ducharme.
Mueve la mano —tranquilo, yo me encargo.
Inclino la cabeza hacia un lado y estiro los labios —está bien, yo iré —señalo la puerta de mi habitación —a bañarme.
A pesar de que ya me ha visto desnudo, debo admitir que en cierto punto me sentí bastante incómodo, pues, ella no dejaba de mirarme ahí abajo. Los minutos en que olvidé todo lo que pasó anoche fueron gloriosos, pero ya estoy en la cruda realidad. Lo mejor será que me duche lo más rápido que pueda y salga junto con Amanda y el niño a la clínica para realizarnos la prueba de ADN.
Acabándola de ver noté que está más calmada, así que espero que acepte ir conmigo a la clínica y no se ofenda o se sienta indignada cuando se lo diga. No quiero dramas, ni gritos o espectáculos, mientras más tranquilidad mejor.
Deslizo la puerta de la ducha y tomo una toalla. Froto mi cabello y la paso por todo mi cuerpo, luego salgo a la habitación y quiero escoger ropa cómoda como recompensa por todo el tiempo que estuve usando trajes con corbata durante el concurso, opto por unos jeans, zapatos deportivos y una playera negra.
Vestido y perfumado, salgo de la habitación y me consigo una escena que nunca antes había visto. Amanda ha preparado el desayuno y está puesto sobre la mesa, son unos panes tostados, huevos y tocino, también un juego de naranja y todo esto adornado con un florero en el centro.
No sé qué decir, esta no es la Amanda que conozco. Desde que éramos novios no recuerdo ni una sola vez que ella haya cocinado, por el contrario, siempre lo hacía yo. Y no es que tenga algún problema con eso, pero admito que se está comportando de forma extraña.
Solo espero que la comida no esté envenenada o tenga alguna pócima mágica para hacer que me enamore de ella de nuevo, entre esas dos opciones escogería la primera.
Deslizo la silla y me siento a comer, pero ella no hace lo mismo, ya que, va al cuarto por el bebé. Lo trae en sus brazos y coloca un biberón vacío sobre el mesón. Cuando veo al niño, de forma automática pienso en la posibilidad de que sea mi hijo, desde que tengo uso de razón, he pensado en cómo sería ejerciendo la paternidad. Ahora que puede ser algo real es muy distinto a solo pensarlo, da miedo, pues, temes lastimas a una pequeña personita que no tiene la culpa de nada.
En la remota posibilidad de que Andrés sí resulte ser mi hijo, pues espero ofrecerle todo mi apoyo siendo el mejor padre, en el caso de su madre no sé qué decir. Solo con verla en este momento me doy cuenta de que haberse ido a Nueva York y vivir todo lo que vivió acabó con su estabilidad mental, si es que la tuvo alguna vez.
Terminamos de desayunar y admiro como ella logra comer aún con el bebé en brazos, quizás sea su instinto materno que se ha desarrollado.
—Eh lavaré los platos —comienzo a juntarlos y ella pone su mano sobre la mía.
—Tranquilo, yo me encargo —sonríe.
La Amanda “servicial” da un poco de miedo, prefiero a la que conocí antes.
—Pero tú tienes al bebé en brazos.
—Eso es lo de menos —se levanta y extiende sus brazos —sostenlo mientras yo me encargo de los platos.
Mis manos lo sujetan por su costado y lo tomo con cuidado mientras unas gotas de baba se asoman. Amanda coloca un pañuelo en mi hombro y yo lo recuesto para que continúe expulsando los gases. Ahí me mantengo en pie viendo como lava los platos mientras yo mezo a mi posible hijo. La nostalgia se apodera de mí porque esta imagen venía a mi mente cuando éramos novios. Quería formar una familia con ella y me imaginaba esta escena y muchas otras, como ir juntos al parque, al cine y otros lugares.
Claro, luego sabemos lo que pasó, ella me dejó con el anillo en manos, se fue del país y terminó una relación de varios años por el chat de Facebook. ¿Quién hubiera podido predecirlo? Nadie, sé que ella se está comportando como ama de casa porque piensa que con eso logrará reconquistarme, pero eso no pasará. Yo la perdoné y eso es todo, sin embargo, la confianza que deposité en ella se desvaneció el día que se fue, y eso no puedo recuperarlo.
Ella termina de lavar y secar los platos, se voltea y me da una sonrisa —¿qué planes tienes hoy? ¿Irás al orfanato?
Estiro los labios y asiento al mismo tiempo que continúo meciendo al bebé —de hecho, quería ir a la clínica donde trabaja Camilo —sonrío.
—¿Y para qué vas a ir? —coloca el pañuelo con que se secó las manos en el mesón de la cocina.