Sentado en un banquillo, acomodo mi cabello mientras me observo en un espejo. En ese preciso instante las tres chicas salen de una puerta que supongo es el almacén. Una de ella sostiene un vestido vinotinto, por sus sonrisas caigo en cuenta que es el que me recomiendan para regalarle a Verónica. Apoyándome sobre las rodillas, me pongo de pie devolviéndoles la sonrisa.
No sé nada sobre vestidos, pero al tocar la tela siento su suavidad, está perfecto, solo que hay un pequeño detalle, es costoso. Venía dispuesto a llevarme el mejor, pero el precio es más alto que el Himalaya. Con las tres chicas ante mí, esperando concretar una venta, opto por rascar la parte trasera de mi cabeza y estar en silencio unos minutos.
Aun con dudas, suelto de mis dedos la tarjeta de crédito, pero pensándolo bien Verónica vale más que ese monto. Espero que le guste y que ojalá el novio no le haya comprado uno igual.
—¿Y cuándo vienes de nuevo por aquí? —la chica que me atendió cuando llegué apoya su codo a la barra donde está la caja.
—No sé, supongo que cuando necesite comprar otro vestido de regalo —sonrío y tomo el vestido que han guardado en una caja muy bonita decorada con un lazo.
—Hasta luego entonces —sonríe y los ojos se le achican.
—Gracias a ustedes —me doy vuelta para salir de la tienda.
—¡Hey! —la misma chica llama mi atención y camina hacia mí —si no funcionan las cosas con Verónica, siempre estoy disponible —se muerde el labio y pasa su lengua por ellos.
Estiro los labios y asiento —ok lo tendré en cuenta —me vuelvo a dar la vuelta para salir caminando cuando siento que me agarran una nalga, la estrujan y de la impresión doy un brinco. ¿Pero cuál es el abuso?
Me doy vuelta y dos de las chicas están riendo mientras la que asumo que me agarró la nalga está cerca de mí guiñando un ojo y mordiéndose el labio. No digo ni una sola palabra, solo rio con los ojos abiertos de par en par.
Mejor salgo de aquí antes de que me agarren otra cosa.
Ya afuera de la tienda, camino en dirección de las escaleras automáticas y mientras bajo, veo a las chicas despidiéndose y aun riendo hasta que el borde de la pared hace que las pierda de vista. Al llegar al sótano voy a mi auto y abro la puerta trasera colocando la caja en el asiento. Entro al coche, lo enciendo y tengo intención de ir al orfanato, después planeo ir al restaurante para ver cómo están las cosas por allá.
_______________________________________________________________
Son las seis de la tarde y luego de un largo día voy camino a mi “tranquilo” departamento, bueno antes de convivir con Amanda lo era. Ahora que lo pienso me da algo de risa, pues, me doy cuenta del gran favor que me hizo la vida apartándola de mí. No es para nada la mujer que yo creía y vivir juntos es sumamente estresante o “extresante” como dice Estela.
Ando por el pasillo con varias bolsas de supermercado en mis manos mientras hago maromas para sostener la caja del regalo en mi antebrazo derecho. Llego a la puerta y sigo haciendo malabares hasta que saco las llaves de mi bolsillo. Empujo la puerta con el pie para que termine de abrir y lo primero que veo son los cojines del sofá por el suelo, la cerámica del piso está llena de manchas negras, hay platos apilados formando una montaña en el fregadero y migajas de comida en la mesa principal al igual que en los mesones de la cocina.
Coloco todas las bolsas sobre la mesa para luego apretujarme el rostro con ambas manos. No veo la hora en que me entreguen esa prueba de ADN para que todo vuelva a la normalidad y apreciar mi soledad en este departamento. Como no puedo con esto ahora, tomo la caja con el regalo y voy a mi habitación y la coloco en la cama.
Comienzo a desvestirme y tomo la toalla del baño guindada de un gancho. El agua tibia que expulsa la regadera es reconfortante, relaja cada músculo de mi cuerpo y libera toda la tensión acumulada. Lo que lamento hoy es no haber podido ir al zoológico con los niños, no sé qué me pasó, pero lo olvidé.
Hace un par de minutos visualicé las fotos en el estado de WhatsApp de Vero. En casi todas está Javier cerca de ella. Parecen gemelos siameses que no se pueden separar ni para ir al baño.
Salgo de la ducha y tomando la toalla, comienzo a secarme el cabello y el resto de mi cuerpo para luego colocarme unos bóxers que traje al baño. Antes salía desnudo a mi cuarto, pero desde que Amanda está aquí no me siento cómodo (con excepción del otro día que no le di mucha importancia). Además, no quiero ser vencido por la tentación y confundir las cosas con ella.
Confieso que parte de mí le es fiel a Verónica, a pesar de que ella sí debe estar disfrutando plenamente su noviazgo. Al decirlo así me siento realmente tonto.
Salgo a la habitación secando mi cabello con la toalla y me encuentro con Amanda luciendo el vestido que compré, no se lo puso de forma común, solo lo tiene por encima de su ropa, igual que si estuviera imaginando cómo le quedaría de traerlo puesto.
—¿Amanda? —me pongo la toalla alrededor de la pelvis.
—¡No puedo creer que te tomaras la molestia de comprarme este vestido! —sonríe y modela en el espejo —¡gracias Carlos, en verdad no sé qué decir!
Bufo y rasco mi cabeza —¿Qué te dije de entrar a mi habitación sin permiso?
Hace un ademán con la mano—¡ay tranquilo! —suspira —si era para que no viera el vestido que me compraste, debes estar feliz al saber que me encantó.
—Amanda —no voltea y sigue viéndose en el espejo —¡Amanda!
Voltea y frunce el ceño —¿¡que!?
—Puedes poner el vestido en la caja —señalo la caja en la cama.
—No hay necesidad de eso, ya lo llevaré al armario y me lo pondré en una ocasión especial —lo dobla y se dispone a salir del cuarto.
—¡Amanda! —grito y ella se detiene.
—¿Qué? ¿Por qué me gritas? —alza una ceja.
—Pon el vestido de nuevo en la caja, por favor —tomo aire y doy una sonrisa de boca cerrada —no es para ti, es para Verónica.