Lesalia.

Prólogo.

 

En esa habitación la tristeza que habitaba era tan palpable para todos, las lágrimas de unos se mezclaban con otras, los abrazos eran tan necesarios en esos momentos como respirar. Todo era tan doloroso que hasta el Reino estaba sufriendo.

—Amor mío —Dijo el hombre con miedo en su voz—, no cierres los ojos.

El tono que utilizó se oía tan desesperado que ella abrió los ojos con todas las fuerzas que le quedaban. Él estaba sentado en la cama, tenía la mano de su esposa sujeta con fuerza temiendo soltarla y así perderla para siempre.

Ella apenas tenía los ojos abiertos, el cansancio estaba ganando partida.

Sus hijos lloraban de manera desconsolada, aferrándose a la cintura de su madre, también temiendo dejarla ir.

— ¡Mami! ¡Mami! No nos dejes.

Los niños lo decían a coro, tan meticulosamente igual. Ella sintió que su corazón se rompía al oír a sus hijos y marido llorar así.

—Los amo a los… tres —Su voz iba perdiendo fuerza, se volvía cada vez más débil.

Comenzó a toser y él la miraba preocupado, con sus manos temblorosas le acercó el té a la boca para que pudiera tomarlo pero ella apenas tuvo fuerza para beber un sorbo.

¿Qué haría él sin su amada?

Él no podría con todas las responsabilidades.

Pero eso era lo menos importante, el amor y cariño que ella le demostraba cada día se perdería.

Él se perdería.

Y lo sabía tan bien. Caminaría sin rumbo alguno, tropezando con las piedras de la vida sin tener a su amada para que le indicara el camino seguro.

Beso la mano de ella con delicadeza y se acercó a su oído para susurrarle cuanto la amaba.

Ella sonrió.

Se sentía tan querida, tan amada.

La niña levanto la cabeza al simultáneo con su hermano.

Los ojitos esmeraldas de ambos estaban rojos y cristalizados.

Ella con la poca fuerza que tenía, levantó su mano y acarició el rostro de la niña.

—Mi princesita… te amo mucho, cariño —Dijo con la voz suave—. Tengo fe de que en un futuro serás alguien importante, amada por todos, espero que sigas destilando tu alegría. Hazle caso a tu hermano en todo, pequeña.

Ella asintió, sollozos salieron de su boca y volvió a aferrarse a la cintura de su madre.

Ahora miró a su hijo con orgullo y lo acarició de igual manera. El pequeño cerró los ojos ante aquel contacto.

—Mi principito… te amo mucho, mucho —Ella sonrió, pero él no podía— Confió en ti, sé que tú serás lo que todos esperan que seas, que sabrás gobernar con sabiduría. Quiero que no te rindas nunca, corazón.

Él niño sin saber que hacer asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Lucha, lo tendrás que hacer —Volvió a toser—. Nadie es lo que aparenta… no confíes en nadie.

Eso lo dejo algo aturdido.

—Y menos en…

Tosió, tosió y tosió, luego no lo hizo más.

Todos la miraron asustados, la movían esperando que ella despertara, gritaban y sollozaban su nombre pero nada.

Él pequeño príncipe cumpliría con el sueño de su madre, ser rey.

 




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