En un Reino muy lejano, una niña de cabello dorado como el sol, corría con prisa las calles del pueblo.
Ella estaba feliz, contenta, tenía tantas expectativas crecientes en su pequeña y dulce mente. Solo quería llegar casa y ver la maravilla que le había preparado su madre.
El gran reino de Lesalia, estaba tan apagado tras la muerte de la Reina hace unos meses atrás. Los pueblerinos amaban mucho a la difunta Reina Anabelle. El Rey Sebastián y sus pequeños hijos estaban devastados. El Rey perdió al gran amor de su vida y los mellizos a una gran y querida madre.
Él no podía liderar todo un reino sin una Reina ¿No?
Necesitaba una mujer que le hiciera compañía en las noches más frías y oscuras, una madre para sus hijos un ejemplo que ellos puedan seguir.
Por eso decidió pedir la mano de Aranesa, hermana de Anabelle.
¡Oh Rey! ¡Qué error has cometido!
Aranesa siempre envidió a su hermana, ella quería el poder que Anabelle tenía en sus manos. Quería ser Reina.
Sus hijos no estaban de acuerdo con su padre, odiaban a su tía, siempre que venía de visita “Que era todos los sábados” trataba tan mal a quien se le cruzase en su camino. ¿Pero que podían hacer unos niños de ocho años?
Pero no paso mucho tiempo para que Aranesa cumpliese su capricho. Ser Reina.
Lesalia, era un gran reino. Pero no todo es color de rosas ahora que Aranesa tenía el poder. El Rey no era feliz, estaba tan triste y anhelaba el cariño de Anabelle. Eso puso furiosa a Aranesa, la cual comenzó a llenarle la cabeza al Rey. Dijo que él podía tomar un descanso y que ella trabajaría duro para que el Reino vuelva a ser el de antes.
¡Pobre e ingenuo Rey!
La niña llego a la tienda de su madre soltando risitas. Abrió la puerta con mucho esfuerzo y lanzo la mochila al suelo para correr junto a su madre.
— ¡Monserrath! ¿Qué te he dicho yo de entrar corriendo así?
La niña paro su corrida al oír el regaño de su madre, junto su manitos por detrás de la espalda y comenzó a balancear su pequeño cuerpo.
—Lo siento, mami.
Su madre lanzo un suspiro pero sonrió al ver la ternura que veía en ese pequeño terremoto.
—Ven aquí mi cielo —Dijo agachándose para llegar a su altura—. Quiero abrazar a mi princesa.
La niña riendo corrió hasta su madre y la abrazo con fuerza. Ella se separó, pero la sonrisa nunca abandonó su pequeño y delicado rostro.
Sus ojitos azules como el cielo brillaban expectantes.
Su madre achino los ojos mirándola, frunció los labios y levantándose se cruzó de brazos.
—Creo que viniste apurada para ver lo que he hecho para ti ¿No es así?
Asintió frenéticamente.
— ¡Qué pena! No lo he terminado.
Toda la alegría abandonó a la niña en segundos, su rostro pareció perder el color y sus ojitos parecían cristalizarse.
—Pe-pero dijiste… dijiste que…
— ¡Estaba bromeando terroncito de azúcar! ¡Mira en la mesita cerca de la máquina de coser!
Eso basto para encender el botón de alegría en la niña.
Soltando un grito corrió hasta la mesa y vio ahí envuelto lo que ella tanto quería. Rompió el papel que lo envolvía y vio adentro un vestido morado tan hermoso y delicado. La pequeña quería formular alguna palabra pero no podía.
El vestido en realidad no era nada parecido al de una princesa, estaba hecho de restos sobrantes de la pequeña tienda de su madre. El modelo imitaba al de una princesa… pero estaba lejos de ser perfecto.
Les contare como son las cosas en Lesalia. El castillo es donde viven solo miembros de la realeza, también los guardias y las plebeyas. El castillo debe contar con un médico y enfermera, además de todo lo necesario en caso de alguna emergencia. El gran Castillo de Lesalia está sobre una montaña y nadie tiene el paso permitido allí. Antes no era así, pero desde que la nueva Reina tomó el mando las cosas cambiaron.
Bajando la montaña está el pueblo donde toda persona importante puede vivir en él, miembros de la elite y demás. Luego están las granjas y caballerías.
Una vez que ya hayas pasado las caballerías hay un gran y tenebroso bosque.
Y dicen por ahí, que a las brujas les gusta vivir allí.
Una vez que hayas pasado el enorme bosque de las brujas…
Se encuentra por último “La Zona” “Ya que ni un pueblo parece” donde viven los demás. La gente pobre.
Antes, la Reina Anabelle se encargaba de traer provisiones allí, pero ahora nadie se acuerda de ellos. El dinero es escaso y el trabajo inexistente.
Los soldados del Castillo siempre vienen a “La zona” a molestar, se llevan el dinero de los pueblerinos hasta algunos dicen que abusan de las mujeres. Y lo más triste es que el Rey no lo sabe o eso se quiere creer.
—Mami, ¡Esto es una obra de arte!
Monserrath llevaba el vestido puesto. Para tener siete años era chiquita. Su madre la miro con orgullo, Monserrath tenía en la cabeza una tiara echa de pajillas y estaba dando saltitos de felicidad.
—Mami —Llamó la niña.
— ¿Mmm? —Murmuró ella mirándola con una sonrisa.
La pequeña dio una vuelta sobre sí misma y miro a su madre.
— ¿Crees que estoy igual de bonita que la Reina Anabelle?
Su madre pestañeo repetidas ocasiones y luego asintió.
—Igual de hermosa que la Reina Anabelle.
Monserrath quería verse, pero era imposible ya que en la Zona no había espejos. Pero se sentía radiante y eso era lo importante.