—Maximiliano, ven aquí en este momento jovencito —Chilló Aranesa.
El nombrado levanto la mirada en su dirección y soltando un resoplido bajo su libro para caminar en dirección de su madrastra.
— ¿Qué quieres Aranesa?
—Primero que nada, quiero que me llames madre —Dijo fulminándolo con la mirada—, porque lo quieras o no lo soy. En segundo lugar, quiero que vayas a lavar los platos que se utilizaron para la cena.
El niño frunció el ceño.
—Ese no es mi deber en este castillo “Madre” —Dijo con deje burlón—, mi deber es leer, estudiar. Llenarme de sabiduría para así cuando deba subir al trono ser un rey digno. Practicar con algún soldado el arte que conlleva el saber utilizar una espada correctamente para en caso de guerra yo mismo pueda defender a mi reino.
Aranesa en su mente se reía de aquel niño, pasaría sobre su cadáver antes que nada. Ella sería la única reina, eso lo tenía más que claro.
—No me hagas reír pequeño, la única que reinara aquí seré yo. Así que en este preciso momento bajas a la cocina a lavar los platos.
—Se lo diré a mi padre —Advirtió el niño, pero a ella esa amenaza no la asustaba.
—Tu padre ni siquiera pasa a verte, ¿crees que le importará escucharte ahora? —Soltó una carcajada llena de veneno—, no me hagas reír Meximiliano. Los quiero bien limpios y ni se te ocurra desobedecerme que me enteraré.
Con el mentón en alto tomo la falda de su vestido turquesa y dio la vuelta para salir de la biblioteca con aires de grandeza, y superioridad. Edward se encuentra parado mirando como aquella arpía se va, sus puños se encuentran apretados, sus nudillos blancos y su quijada apretada.
No veía la hora de cumplir veintiuno y así ser rey.
Con un mal humor del demonio salió rumbo hacia las escaleras, se preguntó cómo serían las cosas si su madre continuaba con vida. Mientras iba bajando negó con la cabeza, de nada le serviría pensar en lo que hubiese sido sino que debía pensar en el ahora.
Como le haría para soportar a Aranesa tantos años, su hermana era lo único que lo mantenía cuerdo, pero cada día ella parecía encariñarse más con aquella bruja. Una vez que llego a la cocina vió a una niña limpiando el piso con una esponja.
Era muy pequeña, de cabello castaño. Llevaba una pañoleta blanca y sucia en la cabeza y su cabello le caía por lo hombros. Su vestido marfil estaba lleno de tierra y sin poder evitarlo camino hasta ella para ayudarla.
—Oye, ¿Estás bien?
Levantó la mirada como un rayo, sus ojos cafés chocaron con sus ojos verdes de inmediato.
— ¿Príncipe? ¡Dios! ¡Qué vergüenza! —Chilló limpiando con más rapidez—, le juro que está mancha desaparecerá en segundos.
Max frunció el ceño, se cruzó de brazos y miro a la niña con curiosidad.
— ¿Trabajas aquí? —Ella asintió mientras seguía fregando—. Esa mancha no saldrá, creo que deberías dejarla así.
— ¿Para que la cocinera me tiré un baldazo de agua fría por no cumplir con mi trabajo? No gracias.
Él abandonó aquella posé para mirarla realmente sorprendido. ¿A caso en su propio castillo estaba pasando eso? ¿Cómo siquiera su padre permitía aquello?
Pobre príncipe, no sabía que su padre perdió todo conocimiento de lo que ocurría, la nueva reina se encargaba de todo así que no había nada que hacer. A ella no le interesaría en lo más mínimo que le pasa a una simple empleada.
— ¿Ella hace eso? Pero que descaró de su parte, no tiene derecho sobre ti. Mañana mismo hablaré con mi padre sobre el trato que estás recibiendo —Prometió y la niña negó rápidamente.
— ¡No príncipe! ¡Que me irá peor! —Soltó un suspiro—, le agradezco este gesto tan amable de su parte pero ya me he acostumbrado a este trato. No quiero que se arme un escándalo, mi madre también trabaja aquí y si la llegan a echar por mi culpa no me lo perdonaría.
Él no estaba de acuerdo en la decisión que había tomado esa pequeña de hermosos ojos marrones, pero si ella no quería su ayuda no podría hacer mucho. Respetaba su decisión.
—No entiendo como una niña como tú está trabajando y no estudiando —Murmuro mientras caminaba e inspeccionaba la cocina. Enorme, limpia y con un olor a algún aromatizante que no lograba desifrar.
—Soy más grande que tú. Por si no lo sabías tengo doce años, y estudio por las mañanas —Refunfuño. No le hacía ninguna gracia que siempre la tratara de niña debido a su altura, era una adolecente.
—¿Doce? —Preguntó incrédulo.
Las mejillas de la “Adolecente” se tiñeron de rojo por el enojo.
—No eres ningún tonto príncipe, creo que sabes muy bien contar.
Él sonrío, esa niña le caía bien. No le importaba que fuera un príncipe, le hablaba como uno más y eso le agradaba.
—Tienes razón, se contar a la perfección y en tres idiomas así que perdón si te he ofendido de alguna manera —Consiguió decir de manera educada—, ahora si me permites, tengo unos platos que lavar.
La esquivo y camino hasta el lugar donde se encontraban los platos apilados, cuando pensó en coger uno de ellos una mano lo detuvo.
—¿Pero estás tonto? Ese es mi trabajo.
—La reina me obligó a lavarlos, así que te has salvado de este trabajo por hoy.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿La reina te obligó? Vaya que es una arpía, pues príncipe me has caído bien así que pienso ayudarte. Mi nombre es Karina.
—Tu ayuda me será útil —Dijo sonriente, al ver la cantidad de platos y utensilios ya no quería hacerlo solo—, soy Max, pero creo que eso ya lo sabes.
Ella sonrío.
—Fanfarrón.
Tal vez el príncipe le agradecía a Aranesa por mandarlo allí aquella noche despues de todo.
Pero como no todo era felicidad, en otra parte del gran reino de Lesalia había una madre e hija que no conseguían comida para aquella noche.
—Mamá, ¿crees que podemos regresar al refugió? Me da miedo tanta oscuridad —Monserrath se encontraba pegada a su madre. Agarro la falda de la nombrada entre las manos e intento pegarse aún más a ella.