Let my cry

capítulo 10

El gran león corazón de luna

 

Amor es amor, es la típica frase que muchos suelen usar hoy en día. En cambio durante la adolescencia de Andrew Voronin, las cosas eran muy diferente. Se sentía avergonzado de sus propias emociones, asqueado por no sentirse normal o no cumplir las altas expectativas, que sus padres habían puesto sobre sus hombros. Intento llegar a ser perfecto, pero en el camino a ello, daño e hirió a quienes no se lo merecían. Empezó a ser un completo canalla con el más débil con tal de desahogar sus pesares.

Se odiaba a sí mismo, golpeo tantas vez la misma área de la pared en su alcoba, que hizo un hueco en ella. Su padre lo notó, él no era un muchacho normal, le gritaba constantemente que era un afeminado bueno para nada. Con tal de hacer felices a sus padres y terminará sus sospechas, empezó a salir con varias muchachas. Sosteniéndose entre sus brazos, como tantas veces deseo hacerlo con Arturo, su mejor amigo, todo un ejemplo de masculinidad. El chico por el cual dejaría todo y no le importaría lo que pudiera suceder. 

En sus más grandes fantasías, soñaba con algún día dejar de ser un completo cobarde, volverse más atrevido, tener la fuerza suficiente para dejar de esconderse, por el miedo al qué dirán. Una noche fue lo que bastó, para derribar sus planes de vivir fingiendo ser algo que no era en verdad, el alcohol en su sistema le hizo dejar llevar por la bruma del momento, su vista se nublo, no podía diferenciar la realidad de la fantasía. El toque ajeno lo hizo estremecerse ante su contacto, su respiración era errática, el calor de su aliento chocando contra sus labios, le hacía pedir más. Esa hambre que llevaba varios años sin saciar, que en cualquier momento terminaría por devorarlo a el mismo, estaba siendo saciada. La fricción en su masculinidad, hizo de su cordura hacer desaparecer, el choque de ambos cuerpos y sus suspiros, estaban llenando esa habitación, el éxtasis llegó, con el dolor en su hombro, había sido marcado de manera salvaje por su amante. El cansancio lo golpeó con fuerza, cayó rendido sin aun saber quién era el.

A la mañana siguiente, una fría brisa entrando por la ventana, lo despertó, el lecho estaba tibio, no había ni señal de que alguien más aparte de él, hubiera estado allí. Volvió a casa, creyendo que lo que sucedió no era nada más que parte de su imaginación, la extraña combinación entre marihuana, alcohol y viejas canciones de rata blanca.

Los rumores empezaron, el los ignoro, pero no su padre. Quien lo arrastró de los cabellos, hasta el pequeño saloncito de la casa, donde su madre lloraba desesperadamente, preguntándole si era verdad lo que muchos murmuraban en la secundaria. No podía solo mentirle una vez más, no a su madre. Las palabras fluyeron como el caudal de un río, su madre se cubría los oídos, intentando no escuchar, los gritos de rabia se escuchaban por toda la casa. No soportaron más, su padre lo arrastró a empujones hasta sacarlo de la casa, gritándole que no deseaba volver a verlo en su vida. Lloro el resto de la tarde sentado en una banca de un parque, pensando en lo que haría en ese momento. Desesperado volvió a casa, silenciosamente entró por la ventana de su alcoba y sin perder tiempo, metió todo lo que pudo en su mochila, Andrew, ya lo veía venir lo que sucedería. Debajo de su cama, en una cajita de manera tenía ocultos los suficientes ahorros como para sobrevivir un tiempo. Guardo todo y volvió a salir, caminó hasta la casa de Arturo, pidiéndole ayuda, se suponía que era su amigo, espera contar con su apoyo. Pero bastante se equivocó de solo pensarlo, en el momento en que se abrió la puerta principal de su casa, al instante se cerró.

Tomó un bus, que lo llevó hasta el siguiente pueblo, tendría un nuevo inicio lejos de todo. Las cosas no resultaron nada fáciles, el dinero empezó a terminarse, la desesperación lo llevó a hacer lo menos probable, después de varios rechazos solo por ser joven y no poder conseguir un empleo. De sus ojos ya no había lágrimas que escaparan, se secaron, ya no bastaba con solo intentar. Debía ponerse las pilas, si desea sobrevivir. Corrió con la suerte de ser un muchacho atractivo, dinero fácil dirían algunos. Pero no para él, las lesiones en su cuerpo, provocadas por clientes violentos, no podía solo hacerse el delicado, el hambre en su estómago le gritaba por ser satisfecha. El poco dinero que quedaba, lo guardaba con la esperanza de algún día dejar esa vida atrás.

En la actualidad, su pasado ya no era nada más que amargas memorias. Optó por ayudar a todo aquel que lo necesitara, no deseaba que nadie más pasara por el infierno que le tocó vivir. Una tarde lluviosa, estaba volviendo al pueblo en el que vivía, después de tener que cumplir con unos encargos en la ciudad. El cielo se estaba derramando en un diluvio que parecía no parar nunca, había tenido una semana demasiado pesada para su parecer, al menos contaba con que pronto estaría en su casa, calentito tomando una taza de café caliente. Su mirada se perdió un instante, cuando lo vio, en una vieja parada de bus, a punto de caerse por las inclemencias del clima, un muchacho totalmente mojado por la lluvia, intentando cubrirse. Tocó su buen corazón, se detuvo frente a él y tocó el claxon, pero fue ignorado, todo un par de veces más y nada. Bajo el auto y caminó hasta estar al frente suyo, grande fue su sorpresa al notar que en sus brazos había un bebé, un poco lloroso. Volvió a hablarle, esta vez sí lo escucho, le ofreció su ayuda, pero el muchacho parecía indeciso en si aceptar o no, al final en silencio sabiéndose al auto.

El muchacho era un completo desastre frente a sus ojos, hecho un manojo de nervios, desconfiado por todo. Necesito de su paciencia a prueba de hierro, para hacerle comprender que no le haría daño. Entre lágrimas le contó su triste historia, de cómo un joven de tan solo dieciocho años, había terminado en la calle sin ningún solo centavo y con un bebé. Se vio reflejado en él, apoyándose de su desdicha, dándole cobijo en su casa. Pero los años pasaron y el temeroso jovencillo jamás se marchó, tan poco lo dejaría hacer ya, se había encariñado completamente con la pequeña Alice, convirtiéndola en una mimada total. Quizás en esa veía, a la hija que jamás tendría, pero que siempre deseo tener, Dorian, el muchacho temeroso, se forzó a sí mismo a crecer y ser un buen modelo paterno. Andrew, lo ayudaba a veces cuidando a Alice. Sin buscarlo o pedirlo, formó su propia familia, no una tradicional, pero sí una en la que se sentía ese calor de hogar. 




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