—¡Maldita sea Alberto!, ¡Te dije que no rompieras el cristal de la máquina expendedora!—
—¿Perdón va?
Luis, Alberto y el Arquero, estaban deteniendo un enorme portón para evitar que esas cosas entren por ellos.
—¡Luis, pon el seguro!—
Y el portón se cerró por completo, solo que este estaba siendo embestido y pareciera que no iba a durar mucho tiempo.
—Tienen mucha fuerza…—
—¿Cómo cuántos eran?, ¿como cinco perros?—
—No sé, pero nunca me gustaron los perros y menos si están infectados.— Reafirmó el Arquero y siguieron avanzando su camino.
Los tres chicos buscaron un lugar seguro para pasar la noche, no sin antes conseguir algo para comer, sin embargo no tuvieron suerte. Y seguir moviéndose en CU en plena oscuridad sería muy arriesgado.
—Continuaremos al amanecer…— dictó el Arquero y todos se quedaron dormidos en una bodega donde solo había un catre y un par de sillas incómodas para dormir. Así se esperaba pasar la noche, pasado frío, con hambre y sin poder dormir.
4:12 Am Noviembre 13.
El Arquero, al igual que el resto no pasaban una buena noche y menos cuando unos rasguños en las paredes lo despertaron. No vio nada en plena oscuridad, más que la luz de la luna que entraba por una pequeña ventanilla.
Gruñidos y pasos se escuchaban afuera, rodeando repetidamente el perímetro… —¿infectados o serán los perros?—
El Arquero agarró su silla y fue a colocarla justo debajo de la ventanilla para asomarse, lo único que alcanzó a ver es a un perro dando la vuelta alrededor de la bodega.
Bajó de la silla lentamente y fue a taparle la boca a Luis y hablarle en voz baja. —Luis, Luis… despierta te, están acá afuera estos pend***.—
—Alberto… wey, párate…—
Luis ya se había levantado pero Alberto no conseguía despertarse, hasta que escucharon un rugido muy cerca de ellos, al menos esto si despertó a Alberto.
Inmediatamente el Arquero fue a ver qué era lo que ocurría afuera, Luis también fue a ver. Ambos se quedaron congelados donde estaban. —Alberto ven a ver esto…— Luis le prestó su silla.
A fuera ocurría algo increíble, los perros estaban rodeando a la enorme criatura que atacó a Hunter, presenciando el ataqué, los perros fueron destrozados por este monstruo. El trauma para Luis fue menor ya que él sólo escuchó los ladridos de dolor.
—Tenemos que salir de aquí.—
—¡Ni madres Arquero!, Esa cosa podría alcanzar a cualquiera. Además aquí estamos a salvo.—
Ninguno salió esa noche de la bodega, aún que no fue una buena idea…
El Sol se encontraba en su punto más alto, hacía mucho calor y en la bodega no entraba mucho aire. Claro que el menor era el menor de sus problemas porque afuera de está era una plaga de infectados, caminando lentamente alrededor de todo el perímetro. Obviamente hambrientos.
—Seguramente los atrajo el ruido.— El Arquero suspiró y bajó de la silla para tomar asiento y frotarse la cara con desesperación, luego agarrándose fuertemente el cabello.
—Al menos esa cosa ya se fue.— con un consuelo inútil dijo Alberto. Le costaba admitir que el quedarse allí no fue buena idea pero ninguno se lo echó en cara ya que no tiene sentido buscar culpables. Es entendible la postura de ambos, irse o quedarse.
Los minutos transcurrían, cada segundo perdido les agotaba la paciencia. El hambre lo hacía aún más difícil, pero las ganas de sobrevivir eran más.
Mientras buscaban como entretener al tiempo, charlaron y de vez en cuando se asomaban a la ventanilla para monitorear la situación.
—Y cuando me di cuenta me había desbloqueado de Watts. Sí, hablamos un par de veces pero ninguno tocó el tema. Ya no le veía sentido y entendí que debía dejar que siga con su vida. Las cosas no son a la fuerza.— Luis suspiró un poco, para mí buena o mala suerte no entendía lo que pasó con él. Nunca tuve tiempo de pensar en el amor o mejor dicho nunca tuve la oportunidad.
—No má, que historia viejo. No má, me dejaste pensando bien cañón.— el Arquero se compadeció.
—Hay cosas peores que perder a tu novia. Yo era “el otro”.— Luis y el Arquero, voltearon a ver a Alberto. —No lo sabía… ella y yo vivíamos juntos, hasta que me di cuenta que alguien más venía a mi casa mientras yo trabajaba. No tuve la fuerza para enfrentarla y los mensajes de su mejor amiga decían “No creo que se de cuenta que el bebé es de Emanuel. Al menos, casa, ya tienes.”— Manteniendo la atención y la seriedad. Se presentía que se acercaba al drástico final.
—Esa noche habíamos hecho una fiesta, según ella por el cumpleaños de una amiga. No fue cierto. De un momento a otro ella se desapareció por dos horas y la vi salir de nuestro cuarto con él… le pedí fuerzas a Dios para enfrentarla sabiendo que la perdería pero eso ocurrió… una amiga de ella le arrancó la yugular a su novio con una mordida, en menos de diez segundos todos estaban infectados; menos nosotros tres. Corrimos hasta la azotea y… no les abrí la puerta. Algo dentro de mi no quiso saber más de ella… ni de él…—
Hubo un largo silencio, ¿quién podría decir si hizo bien o mal? A estas alturas. No importa ya… —Soy mala persona…— Alberto sintió que lo ignoraron, no dijo más. Pensó que lo jugarían mal o que él no era de fiar.
—Eras tú o ellos… ¿Quién asegura que cuando ellos entrarán, los infectados no lo harían también?— aliviándole la culpa el Arquero le dio una palmada en el hombro.
—Y quién asegura que si ellos entraban y alcanzábamos a cerrar la puerta. Los infectados no la derribarían? Pudimos ser todos…— Una idea muy bien acertada sumó Luis. —Yo diría que hiciste bien. No tienes de que arrepentirte, nosotros o ellos… Neo lo dijo.—
El Arquero volvió a asomarse y parecía despejado. — Bueno, supongo que ya pasó. Sigamos buscando el refugio.—
Y los tres chicos salieron, salieron de la bodega con cautela. Sin nada más que decir emprendieron su viaje por C.U, ahora más que nunca debían mantenerse con vida.