Anya.
–¿Te encuentras bien? –escuché a Michael preguntar, cuando salimos del hotel donde nos habíamos hospedado.
–Sí, sólo que ha sido mucho tiempo fuera de mi país, se siente como una eternidad –le respondí, observando los alrededores. Se siente extraño, pero tampoco es desconocido, sólo diferente.
–Entiendo, debe ser un shock para ti. ¿Podrías ir por Lucy a la escuela? Iré a ver lo de su pasaporte, luego a casa por mi madre y sus cosas.
–De acuerdo. Dame la dirección e iré –acepté. Michael me la dio, tomé un taxi y fui en búsqueda de mi pequeña amiga.
Hasta donde sé, Lucy tiene diecisiete años, en tres meses dieciocho, por lo que Michael ha tomado la decisión de llevarla a Seúl, para que estudié la universidad. Sus intenciones son llevarse a su mamá y Lucy cuando ella finalicé la preparatoria, pero dado a lo que está sucediendo, los planes se han adelantado.
Al llegar al edificio, lo primero que noté es que era una escuela privada, muy elegante y grande. Pagué el taxi y fui a la entrada. Mostré mi identificación, esperando que llamarán a Michael para confirmar. Aproveché y observé los alrededores. Los edificios eran altos y muy cuidados, las paredes blancas y pulcras. Vaya, aquí el dinero no se invierte en vano.
–Señorita Anya, soy la directora Ramírez, un placer conocerla –dijo una mujer de edad madura, llamando mi atención.
–Un placer conocerla –murmuré, respondiendo el saludo –. El señor Harris me ha mandado por Lucy, no sé si se lo comentó.
–Sí, él ya me lo dijo todo. Desafortunadamente hoy hay muchas actividades y no tengo a algún docente que pueda llevarla con ella, ¿le molestaría ir a buscarla? –preguntó, con una pequeña sonrisa.
Enarqué una ceja ante su comentario aparentemente inocente. ¿De verdad esta mujer me creía una idiota o algo así? Lo que quiere es que una persona famosa como yo, caminé por los alrededores de la escuela y que hablen de ella en los medios.
–No quiero causar molestias al andar rondando por las instalaciones –intenté sonar amable.
–Ninguna, señorita Anya. Por favor, siéntase cómoda en nuestras instalaciones.
–De acuerdo –acepté, saliendo de la oficina y caminando hacia los edificios donde estaban los salones.
Acomodé de mejor modo mis lentes oscuros, esos que se habían convertido en mis mejores amigos desde que me adentré a este raro mundo, pero sé que eso no evitaría que alguien lograra reconocerme. Por lo que Michael me dijo, el salón quedaba del lado oeste de la institución, donde había un enorme dibujo de un número dos en él.
Si lograba llegar, debía buscar la puerta D, que era su salón. Seguí caminando hasta buscar el edificio, pero para mí mala suerte, había muchos alumnos fuera de sus aulas, haciéndome consiente de las miradas sobre mí. El problema no era ignorarlas, el problema era que se detuvieran, me irritaban, más las de las chicas, que parecían querer asesinarme.
Me reí de eso. Lo siento chicas, ya pasé una vez por la muerte, ustedes no me asustan.
Llegué al edificio, y rápidamente busqué el salón de Lucy. La puerta estaba abierta, observando a algunos alumnos ahí, pero no a Lucy. Me adentré al salón, tocando el hombro de un chico que estaba sentado cerca de la puerta, perdido leyendo un libro. Alzó la mirada hacia mí, quedándose mudo por unos segundos.
–Lamento haberte molestado –digo de manera rápida –. Estoy buscando a una chica que es de tu grupo, pero no la encuentro.
–¿A quién buscas exactamente? –preguntó el chico, acomodando sus gafas, que se resbalaban por el puente de su nariz.
–A Lucy Harris.
–Ah. Ella suele ir a un lugar apartado a leer cuando no tenemos clases –me explica el chico, levantándose y señalando un sendero –. Sigue ese camino y llegarás a un jardín, ahí va Lucy a leer.
–Oh, muchas gracias, eres muy amable –le sonreí sincera, sonrojándose de manera rápida, murmurando un de nada. Seguí las indicaciones del chico, y cuando llegué al lugar, vi a Lucy leyendo un libro mientras comía una manzana, ajena a lo que sucedía a su alrededor –¡Hasta que al fin te encuentro! Eres alguien difícil de encontrar –exclamé, llamando su atención.
–¿Anya? –preguntó insegura.
–La misma.
–¿Qué haces aquí? Se supone que estás en Corea.
–Se supone, pero vine a verte... Bueno, algo así.
–Viniste por ella, ¿verdad?
–Así es –Lucy suspiró y dejó el libro a un lado, botando el corazón de la manzana a una papelera cercana.
–¿Qué pasa si no quiero hacerlo? –preguntó, acariciando de manera distraída su cuello, donde estaba su cicatriz.
Me senté a su lado, tomando su cabello y echándolo a su espalda, observando la cicatriz que tanto oculta.
–Sé que ella te hizo mucho daño, que te marcó de muchas maneras, pero ahora, es tiempo de hacer justicia, de que ella pagué por lo que te hizo, por lo que les hizo a los padres de Meredith.
»Es posible que pienses que te pido demasiado, que tal vez no te sientas lista para enfrentar a los demonios de tu pasado, pero esto va más allá de nosotras, va más allá de lo que queremos, y desafortunadamente, no podemos cambiar eso.