21/09/15
Hora: 16:12
Cementerio.
¡Buen día, Cameron!
Creo que debes de recordarme, soy yo, la chica de las cartas.
Tengo noticias, hoy todos en el instituto estaban de luto, lo que significa que estudiabas en el mismo que yo, ¿puedes creerlo? ¿Cómo es que nunca nos vimos?
Tu apellido es muy extraño, sin ofender. Y tu nombre aún más, suena a camarón. Lo que me provoca alergia, así que no hablemos de eso.
También he hablado con tu mejor amigo -el que se llama Nate- claro que he tenido que perseguirle por todo el pasillo, porque nadie habla con “Annie la lunática” Y me ha dicho algunas cosas sobre ti.
Amabas escuchar música clásica y bailarla (no sé cómo hacías eso), podrías pasar horas enteras con solamente la compañía de un libro y tus audífonos, ignorando por completo el resto del mundo, te gustaba escribir poesía, dejar tu alma en pequeñas estrofas, y jugar al futbol, que por cierto, no se te daba nada mal. Una de tus grandes pasiones era ver películas en blanco y negro, tumbarte por horas en la hierba fresca, y contemplar el cielo con tu pequeña hermana, buscando en él, algunas figuras. De vez en cuando ibas a los recitales de ballet de tu hermana, aunque fingías que no te gustaban, en verdad te encantaban.
¿Cómo es que eras tan sensible y parecido a mí y no te conocía? Me hubiera gustado hacerlo, tal vez hubiéramos llegado a ser buenos amigos, de esos que escuchan la misma música compartiendo audífonos, iría a animarte en tus partidos de futbol, te diría que tal estaba tu poesía y te acompañaría los recitales, porque vamos, ¿a quién no les gusta? Claro que… nunca he tenido un amigo de esos, son solo simples ideas y fantasías.
Pero está bien para mí, puedo soportarlo si eso significa defender mi manera de pensar, que es lo único que no me hace igual a los demás.
También convencí a tu amigo de que me mostrara una foto, me pareciste conocido –y no lo negaré, guapo- tal vez nos debimos de ver alguna vez en los pasillos.
Me gustan tus ojos, tan azules como el cielo, cuando miro arriba, el cielo me recuerda a ti. También me gusta tu pelo, tu gran torbellino de rizos oscuros, Nate me dijo que los odiabas, a mí me encantan.
Y por “convencer” me refiero a decirle que si no me lo mostraba mandaría a mis espíritus amigos a por él. Lo único bueno de ser la más temida es eso, de vez en cuando aprovecharlo.
Eso no quiere decir que esté plácidamente feliz con eso, a veces, en realidad la mayoría del tiempo, me gustaría que nada de esto se supiera.
Te lo contaré: Antes, hace unos cuantos años, recién mi padre había muerto y aún después, le empecé a hacer las cartas, claro que estas se las hacía en la profundidad de mi cuarto. Me encerraba horas y horas a llorar y escribir, desahogando mis penas.
Pero a mi madre no le parecía bien, no le parecía nada de esto normal ¿A qué mamá le parecería esto bueno? En esos tiempos no escribía en hojas si no en un pequeño cuaderno de campo que el mismo me había dado, por eso cuando me fui al instituto mi madre entró a mi cuarto y empezó a revisar entre mis cosas. Realmente tenía miedo de que estuviera haciendo algo malo, de que me estuviera haciendo daño o peor, salía escasamente a comer y al colegio, llegaba y me volvía a encerrar, y mis lloriqueos se escuchaban hasta el piso de abajo.
No encontró nada malo- por lo menos en lo que a mi concierne- leyó mi cuaderno y se alarmó. Cuando entré a casa la encontré llorando, pero nunca comprendí ni comprenderé si lloraba de miedo, de que su hija tuviera esos pensamientos o de emoción, al recordar a mi padre.
Se quedó unos momentos en silencio y al final hizo algo que nunca podré perdonarle. Se acercó a la chimenea, y me miro con sus grandes ojos, pero era una mirada de compasión y al mismo tiempo de miedo, susurró unas palabras que jamás podré olvidar, las palabras que a decir verdad, fueron el principio de todo: Olvídate de eso, solo te estás haciendo daño.
Y tiró mi amado y querido cuaderno a la chimenea. Grité, con tanto sentimiento que pensé que se me había desgarrado el alma. Corrí rápidamente hasta la chimenea y metí las manos al fuego a recoger lo poco que quedaba de él. Ahí estaba mi padre, allí entre esas hojas estaba lo poco que lo mantenía a salvo y conmigo, no me importaba el dolor, en realidad no me importaba nada, sólo salvar los momentos de vida de mi padre, y lo poco que me quedaba de él.
Al recogerlo lo dejé en el piso y empecé a llorar encima de él. Ya no había nada que hacer, estaba completamente destrozado. Mi mamá se sentó a lado y empezó a susurrarme que eso no era bueno, que me estaba haciendo daño a mí y a él, y que no quería que nunca más se repitiera este suceso.
Me mordí la lengua para no decirle nada, tanto, que notaba el sabor metálico de mi sangre brotar, y subí a mi cuarto con el cuaderno aún caliente en mi pecho, lo dejé en la cama, y al instante empecé a ver que se podía salvar. Pero cuando iba a coger una hoja, al instante se volvía polvo entre mis dedos. No te preocupes Cameron, se salvó un pequeño pedazo de hoja, pero el más importante, la dedicatoria: Annie, en este cuaderno pon tus pensamientos, anécdotas o simplemente algo que quieras recordar y tener durante toda la vida.