22/09/15
Hora: 14:35
Cementerio.
Hola, querido Cameron.
Hay muchas cosas que tengo que contarte, sobre lo que pude averiguar acerca tuyo, con tu adorable hermana.
Al principio fue bastante extraño. Al verme hizo una cara de horror, tal vez porque aparecí de pronto en la puerta de su casa cuando ella iba de salida. Para qué intento buscar excusas, es obvio. Una completa desconocida aparece de repente, ¿esperaba un té con galletas?
-¡Hola!
-Papás ya casi van a llegar.- sentenció. No sé de hecho por qué no me cerró la puerta en las narices, eso es lo que yo hubiera hecho con cualquier extraño.
Jamás se me pasó por la cabeza que pudiera conocerme a causa de los rumores que rondaban sobre mí.
-Necesito hablar contigo, pero puede ser aquí fuera, si quieres.
-Iba de salida al parque, pero no tengo prisa -miró una vez más a la calle- podemos entrar, pero si me prometes que no demorará nada.
-Prometido.
Así que entré a la casa, bueno… Tú casa. Que es bastante bonita y sofisticada, por cierto.
Me quedé observando todo, como cuando entras a un lugar totalmente desconocido, y tu hermana me invitó a sentarme.
Fue hasta ese momento en que noté por primera vez la tristeza en sus ojos, posados sobre una foto enmarcada de los dos.
-Y… ¿Qué necesitas?- preguntó apartando sus pensamientos y nostalgia.
-Quería… Ya sabes- Le señalé la foto con un gesto- Lo siento, vine a dar mis condolencias por tu hermano.
-Treinta.- dijo, y por un momento me perdí, no sabía a qué se refería, iba a preguntarle, cuando respondió.- Eres la persona número treinta que viene aquí a decírnoslo en una semana.
-Sí, bueno… Tu hermano era muy querido, supongo.
-¿Lo conocías?- preguntó con asombro.
-Se podría decir…
-Oh, vale.
-En realidad, también he venido por otra cosa…
Me miró con curiosidad e intriga, esperando que dijera de una vez. Pero, amo el suspenso.
-¿Qué otra cosa?
-Bueno, no era muy cercana a Cameron… pero igualmente sé lo que es perder a alguien que quieres. ¡Lo sé! No me conoces, ni yo a ti, y probablemente esto es muy raro, lo es incluso para mí. Jamás he tenido un hermano, a pesar de que lo he estado añorando toda mi vida, pero sí que tuve un padre, se fue cuando tenía más o menos tu edad, y cuando estás pasando por un momento como este, lo único que necesitas es hablar, distraerte, no pensar en cosas malas.
-La gente dice cosas raras sobre ti. Dice que le escribes a los muertos, ¿es eso cierto?
-Naturalmente.
Asintió con la cabeza, y luego de unos cuantos segundos sus ojitos se empañaron.
-¿Tú eras su amiga?
No sabía qué decir, no sabía si mentirle o decirle la verdad, y cuál de las dos opciones sería mejor, pero ella no esperó mi respuesta, la dio por sentado.
-Lo extraño tanto. ¿Tú extrañaste así a tu papá? ¿Te pudiste despedir de él? Yo no, peleamos ese día, luego se fue sin decir nada, y mis papás todavía esperan a que vuelva en medio de la noche.
-Bueno, con mi papá fue algo parecido, jamás tuve el chance de despedirme, pero casi nunca puedes.- asintió una vez más.- Oye, nada fue tu culpa.
-Lo sé. Y hoy en la misa, el cura dijo que nacimos para morir, pero desearía que nos quedáramos siempre.
Me quedé en silencio por la madurez de sus palabras, pero seguimos hablando un rato más, por alguna razón ella me inspiraba confianza y yo a ella.
-¿Le escribirás, verdad?
-Bueno, claro. Aunque tú podrías también hacerlo, ¿sabes por qué amo tanto escribir? Escribir es una manera de viajar en el tiempo, y controlarlo. Puedes inmortalizar sentimientos, momentos, e incluso personas.
Ambas sonreímos y empezó a contarme las anécdotas de tu vida, de lo que ella recuerda, y lo que le han contado.
Como cuando un día, a la edad de los seis años, en pleno acto cívico, en la iglesia te empezó a dar comezón por todo el cuerpo, te desnudaste y corriste por toda la iglesia gritando que tenías hormigas en partes innombrables. Se les prohibió completamente la entrada allí. Tus padres te iban a castigar, pero luego descubrieron que tenías varicela, así que te salvaste.
A los doce años, destrozaste por completo la casita de muñecas de tu hermana jugando futbol con tus amigos, y a cambio aceptaste un justo trato; hacer reuniones de té con sus barbies durante tres meses completos.
Cuando su gato se quedó en un árbol, intestaste hacerte el héroe y te subiste a salvarlo, lo hiciste. Pero cuando hiciste tu baile de la victoria, te soltaste y te fracturaste un brazo, pero te ganaste un beso y un lugar en el espacio de la tabla de héroes de tu hermana. (No sé qué pasó con el gato)
Y finalmente, cuando tu hermana quería buscar su profesión (A los ocho años) y descubrió que ser doctora sería una buena opción, te dejaste aplicar siete vacunas por ella, más las que no entraron a la vena, unas trece. ¡Qué flojo, si apenas eran unas cuántas agujas!